
En mi columna anterior hablé sobre algunas concepciones equivocadas sobre el crédito. Una de las más comunes es la creencia, bien arraigada, de tener una tarjeta de crédito “para emergencias”.
Cada vez que escucho esto, se me ponen los pelos de punta. El problema con esta óptica es que la gente lo piensa como “la solución” cuando no lo es. En dado caso, usar la tarjeta sólo sirve para salir del paso. Ayuda a patear el problema para más adelante. No lo resuelve. Por el contrario: muchas veces lo puede hacer incluso más grande.
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Enfrentar una emergencia con éxito requiere estar preparado. Es la única forma de que la vida no nos agarre “en curva”. Para eso sirve la cultura de previsión. La tarjeta de crédito no puede sustituirla (en dado caso, puede ser parte de una estrategia).
¿Cómo prepararse financieramente para una emergencia?
Hay varias maneras, porque hay distintos tipos de contingencias que pueden afectarnos financieramente. Para casos relativamente comunes y no demasiado cuantiosos, está el fondo para emergencias, que debe contener al menos tres meses de nuestros gastos (hay gente que necesita más).
Esto nos ayuda para cuestiones simples, desde que arreglar una humedad grande en casa o la rotura de una llanta del carro, hasta un recorte de personal inesperado que nos afecta.
He sido testigo de casos de gente que perdió su chamba y no tuvo más remedio que usar su tarjeta para sobrevivir algunas semanas. Aún aquellos que lograron colocarse rápido, se vieron en grandes problemas para pagar esa deuda.
En esos casos, un fondo para emergencias hace una diferencia enorme. Es oxígeno puro. Entre otras cosas nos brinda tiempo y flexibilidad. Eso a su vez nos ayuda a ver las cosas con una perspectiva para tomar decisiones sin tanta presión.
A pesar de ello, el fondo para emergencias tampoco es “la solución”. Es una parte importante, pero no es el todo. Porque en la vida pueden suceder cosas que, si bien son mucho menos probables, pueden tener consecuencias financieras devastadoras. Por ejemplo, un desastre natural, una accidente automovilístico grave, una demanda civil, una enfermedad que requiera tratamiento prolongado y costoso o dejar a la familia sin su principal sostén económico.
Claramente, en esos casos, no habría fondo para emergencias que alcance (ni tarjeta de crédito). Para eso sirven los seguros: a cambio de un gasto fijo (una prima pequeña y predecible) estamos protegidos en caso de un evento impredecible, que puede tener un impacto catastrófico en nuestra vida.
Desde luego, cada persona o familia tiene una realidades y necesidades distintas. Lo importante es hacer un plan que se adapte a las nuestras.
Al hacer un plan de previsión, no hay que dejar de lado un tercer elemento que también es muy importante: nuestra sucesión. Como mínimo, todos deberíamos tener un testamento, aún si no tenemos bienes. Hacerlo es relativamente barato, sobre todo durante septiembre (mes del testamento) aunque muchos notarios respetan ese costo todo el año.
Antes mencioné que la tarjeta de crédito sí puede formar parte de una estrategia integral para emergencias. Por ejemplo, en mi caso particular, mi fondo para emergencias es de más de tres meses de mi gasto familiar. Aunque todo está invertido en instrumentos líquidos, no todo tiene disponibilidad inmediata.
Mi estrategia es: un mes completo de gastos lo tengo en el fondo BONDDIA de liquidez diaria. El resto está en Cetes a 28 días, pero de forma escalonada (de forma tal que tengo vencimientos de una cuarta parte de ese dinero, cada 7 días).
Entonces, en caso necesario, la tarjeta de crédito me proporciona cierta flexibilidad (la puedo usar, no para endeudarme, sino como medio de pago mientras tanto). Además, muchas veces es necesaria para ingresar a un hospital, aún teniendo un buen seguro de gastos médicos, como garantía.
Como he dicho, es una herramienta, y la uso como tal. Pero no sustituye, por ningún motivo, a mi plan de previsión.
Si no tienes un plan de previsión, no te abrumes y empieza poco a poco. El fondo para emergencias no se construye de la noche a la mañana. Empieza poco a poco, pero con constancia, con disciplina. Cada vez que te pagan manda un poquito a tu fondo para emergencias (cuando lo estás construyendo sí manténlo todo con disponibilidad inmediata).
Mientras tanto, empieza a pensar también en otras cosas que vale la pena proteger. No sé por qué en México mucha gente asegura su coche pero no piensa en asegurar su casa (donde está todo lo que tienen), su negocio (de lo que viven) o su propia capacidad de generar ingresos (invalidez). Piensa en lo que es más importante y comienza por ahí.
Cortesía de El Economista
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