¿A qué olía la España medieval? Un sorprendente estudio reconstruye el paisaje olfativo de la península ibérica

El pasado puede contarse de muchas maneras distintas: a través de las imágenes, con sonidos o mediante los textos escritos. ¿Podemos narrarlo, igualmente, a a través del olfato? El reciente estudio de Fernando Serrano Larráyoz publicado en Estudios de Historia de España se adentra en los paisajes sensoriales de la Península Ibérica durante la Baja Edad Media y el Renacimiento. Su trabajo muestra cómo los perfumes, sahumerios y remedios aromáticos formaban parte de la medicina, la religión y la vida doméstica.

El pensamiento médico y la importancia del olor

Olores y filosofía natural

El análisis de los olores en la medicina medieval parte de una larga tradición que enlaza con autores como Aristóteles, Galeno, Avicena y Averroes. Según estos autores, el olor se concebía como una emanación que penetraba en el cerebro y afectaba al cuerpo y al alma. Averroes, por ejemplo, afirmaba que los olores aromáticos derivaban de humedades extrañas y calores impuros, mientras que Aristóteles los clasificaba en dulces, picantes, ácidos o untuosos.

Isidoro de Sevilla, por su parte, en sus Etimologías, vinculaba el término “olor” con el aire, elemento vital cuya calidad podía determinar la salud. De hecho, muchos médicos medievales coincidían en afirmar que las enfermedades pestilenciales eran consecuencia de la corrupción del aire, lo que hacía del olor un indicador de peligro.

Miasmas y pestilencias

Las esencias y perfumes se tenían por herramienta útil para preservar la salud y combatir la enfermedad, sobre todo en tiempos de pestilencia. Así, la España medieval y moderna olía a romero, enebro, incienso y otras hierbas consideradas medicinales.

El concepto de miasma, heredado de la medicina antigua, cobró gran relevancia en la gestión de los aromas. Los malos olores urbanos, procedentes de las cloacas, las letrinas, los basureros o las carcasas, se asociaban con la putrefacción y la enfermedad. Frente a ello, los buenos olores actuaban como protectores. Arnau de Vilanova, a comienzos del siglo XIV, defendía que los sahumerios con maderas olorosas y especias podían purificar el aire y confortar el corazón y el cerebro.

Así, las sustancias aromáticas no solo procuraban un placer sensorial, sino que eran capaces de sanar. Incluso se recomendaba adaptar los perfumes a la complexión de cada persona. De este modo, los temperamentos cálidos necesitaban aromas fríos como las rosas, mientras que los fríos debían fortalecerse con perfumes calientes como el almizcle o el limón.

Quemador de incienso
Quemador de incienso. Fuente: Pixabay

El aire perfumado como medicina cotidiana

Sahumerios y pebetes

En la España medieval abundaban los sahumerios, pebetes, trociscos y pomas, es decir, preparaciones aromáticas que, una vez quemadas, desprendían un humo o vapor perfumado. Estos productos, cuya preparación se describe en recetarios tanto médicos como domésticos, eran habituales tanto en los palacios como en las casas acomodadas.

Un ejemplo temprano aparece en un manuscrito árabe custodiado en El Escorial, donde se explicaba cómo el aire adquiría las cualidades del sahumerio que ardía en el pebetero. La práctica, además de purificar los espacios, también se asociaba con la regulación de los humores y el equilibrio de los temperamentos.

Hierbas y perfumes
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Ejemplos hispánicos

El médico Estéfano de Sevilla, en 1381, recomendaba sahumerios específicos según la estación del año, como las rosas y los arrayanes en verano, o el cálamo y el ciprés en invierno. A finales del siglo XV, Enrique de Villena incluía perfumes en su Tratado de aojamiento contra el mal de ojo, convencido de que el almizcle y el ámbar fortalecían los “espíritus vitales”.

En el siglo XVI, Juan Vallés recogía recetas de pebetes y pomas que servían tanto para perfumar los ambientes como para reconfortar el cuerpo debilitado por la enfermedad. Algunas preparaciones se usaban incluso en forma de rosarios aromáticos, que combinaban la devoción religiosa con el tratamientno terapéutico.

Canela
Canela. Fuente: Pixabay

Olores en los hospitales y otros espacios de enfermedad

La limpieza como prevención

En el ámbito hospitalario, la cualidad de los olores se convirtió en un criterio de higiene. Aunque los hospitales medievales eran famosos por sus ambientes insalubres, las ordenanzas de finales del siglo XV muestran un cambio en la gestión de estos espacios. En el Hospital de la Santa Cruz de Toledo (1499), por ejemplo, se ordenaba a los enfermeros mantener la limpieza y quemar romero para evitar los malos olores.

Del mismo modo, el Hospital Real de Santiago de Compostela (1523) reconocía que las enfermerías olían tan mal que podían causar recaídas, razón por la cual se creó un espacio aparte para los convalecientes. En Pamplona, las ordenanzas de 1563 exigían fumigar las salas con romero o espliego y adornarlas con flores olorosas para corregir la calidad del aire y proteger a los pacientes.

El olor como diagnóstico

El sentido del olfato también se utilizaba durante el reconocimiento del cuerpo enfermo. Los médicos diagnosticaban el mal del paciente a partir del olor de los fluidos y secreciones, que servía para identificar enfermedades concretas. Los hedores eran, pues, un signo clínico que orientaba el pronóstico de la enfermedad.

Paciente en su cama
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Olores contra la peste y otros males

Perfumes protectores

Durante las grandes pestes, se intensificaba el uso de perfumes. Se creía que los aromas agradables actuaban como barrera contra el aire corrupto. Los tratados médicos recomendaban utilizar sahumerios con incienso, enebro o ciprés, así como portar pomas colgadas del cuello, llenas de especias como el clavo, la canela o el ámbar. Incluso en el ámbito popular, quienes no podían costearse perfumes recurrían a paños impregnados en agua rosada o vinagre, que se llevaban en la mano para filtrar los miasmas.

Medicina del alma y del cuerpo

El olor también guardaba un componente emocional. Algunos sahumerios estaban destinados a alegrar el ánimo y alejar la tristeza, considerada peligrosa para la salud. Así lo muestra el caso del arzobispo de Sevilla, a quien se le prescribió un sahumerio de cálamo, espicanardi y pasas para reconfortar su espíritu. Las fragancias, por tanto, cumplían una doble función: curaban el cuerpo y equilibraban las emociones.

Clavo
Clavo. Fuente: Pixabay

El ocaso de ciertos aromas

No todos los perfumes gozaron siempre de prestigio. Sustancias como el almizcle o la algalia, muy valoradas en la Edad Media, empezaron a rechazarse en el siglo XVIII, al asociarse con olores pútridos de origen excremental. Este cambio revela cómo el imaginario olfativo evolucionaba con las sensibilidades culturales, demostrando que lo agradable o lo repulsivo cambiaba con la sociedad.

La historia a través de los olores

El estudio de Serrano Larráyoz permite reconstruir con notable detalle el paisaje olfativo de la España medieval y renacentista, donde la frontera entre medicina, religión y vida cotidiana se desdibujaba en una nube de incienso y perfumes. En la península, los olores fueron, al mismo tiempo, una herramienta médica, una expresión de estatus y una barrera simbólica contra la corrupción del aire. Comprenderlos nos acerca a una experiencia sensorial del pasado que rara vez se aborda, pero que resulta esencial para captar la vida cotidiana en el pasado.

Referencias

  • Serrano Larráyoz, F. 2025. “Olores, medicina y perfumes ambientales en territorio hispano durante la Baja Edad Media y el Renacimiento”. Estudios de Historia de España, 27(1), 12–38. DOI: https://doi.org/10.46553/EHE.27.1.2025.p12-38
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