Durante décadas, los paleontólogos se preguntaron por qué en el yacimiento fósil de Solnhofen, en el sur de Alemania, aparecían sobre todo pequeños pterosaurios, algunos tan jóvenes que apenas medían lo que un ratón. ¿Dónde estaban los adultos? ¿Por qué tantos esqueletos diminutos, tan bien conservados, en un lugar donde lo habitual sería encontrar restos fragmentarios o dispersos?
La respuesta ha llegado como lo hacen los mejores hallazgos científicos: a través de una casualidad inesperada, una observación paciente y una tormenta… aunque esta última ocurrió hace más de 150 millones de años.
Un equipo de investigadores liderado por el paleontólogo Robert S.H. Smyth, del Centro para la Paleobiología de la Universidad de Leicester, ha arrojado nueva luz sobre uno de los grandes enigmas de la paleontología jurásica. En su artículo publicado en la revista Current Biology, Smyth y sus colegas presentan un descubrimiento impactante: dos crías de pterosaurio (Pterodactylus antiquus) que murieron trágicamente durante una tormenta, sus frágiles cuerpos atrapados por el viento, caídos en un antiguo mar tropical y fosilizados en circunstancias únicas.
Lo que estos fósiles revelan no solo resuelve un misterio antiguo, sino que también obliga a replantear cómo interpretamos los yacimientos fósiles más famosos de Europa.
Dos pterosaurios muy jóvenes y un misterio centenario
Los protagonistas de esta historia han sido bautizados, con cierta ironía científica, como Lucky y Lucky II. Sus esqueletos fueron hallados en distintas campañas, con un año de diferencia, en las calizas litográficas de Solnhofen, un conjunto de formaciones geológicas del Jurásico superior (entre 153 y 148 millones de años atrás). Esta región es célebre por su excepcional preservación de fósiles, entre ellos el célebre Archaeopteryx.

Pero lo que más llamó la atención de los investigadores fue la extraordinaria integridad de estos dos fósiles. Ambos están completos, articulados y con evidencias claras de tejidos blandos. Tienen un tamaño diminuto —su envergadura alar era de apenas 20 centímetros—, pero sus huesos conservan detalles milimétricos, algo casi imposible para una criatura tan frágil.
Y hay algo más inquietante: ambos presentan exactamente el mismo tipo de fractura en el húmero, el hueso principal del ala. Una rotura limpia, oblicua, sin signos de curación. No hay marcas de mordidas, ni deformaciones por el sedimento, ni huellas de carroñeros. Las fracturas parecen provocadas por un brusco giro, como si el ala hubiera sido forzada más allá de su límite… en pleno vuelo.
La tormenta que “fosilizó” y resolvió un enigma
A partir de este hallazgo, el equipo de Smyth propuso una hipótesis que lo cambia todo: estos pterosaurios murieron volando, atrapados en una tormenta repentina, golpeados por vientos que sus pequeños cuerpos no pudieron resistir. Las fracturas coinciden con las lesiones que sufren aves modernas atrapadas en ráfagas intensas.
El mismo fenómeno que los mató, sin embargo, también creó las condiciones perfectas para su preservación. Al caer al mar, los cuerpos de Lucky y Lucky II se hundieron rápidamente por el peso del agua inhalada y la falta de flotabilidad. En lugar de flotar y descomponerse como suele ocurrir, quedaron depositados en el fondo de una laguna salada y anóxica, donde los lodos carbonatados —arrastrados por la misma tormenta— los enterraron en cuestión de horas.
Así nació lo que los investigadores llaman ahora el modelo CATT (Catastrophic-Attritional Taphonomic model). Este modelo explica que la mayoría de los pterosaurios de Solnhofen fueron víctimas de eventos catastróficos, como tormentas tropicales, que los arrastraron desde islas cercanas hasta las lagunas del archipiélago. Allí morían en masa, especialmente los juveniles, incapaces de resistir las violentas ráfagas.
¿Dónde están los adultos?
El modelo CATT también da respuesta a la gran incógnita del yacimiento: la ausencia casi total de pterosaurios adultos en estado completo. Las especies encontradas, como Pterodactylus antiquus, están representadas en su mayoría por ejemplares muy jóvenes, algunos recién nacidos.
Los pterosaurios adultos, con huesos más huecos y estructuras más delicadas, tendían a flotar durante días o semanas antes de hundirse, lo que daba tiempo a la descomposición, la disgregación de los restos y la pérdida total del cuerpo. Solo si morían muy cerca y en condiciones excepcionales llegaban al fondo con posibilidad de fosilizarse. De ahí que los fósiles adultos suelan aparecer fragmentados, sin tejidos blandos, ni articulación.
Este sesgo de conservación, hasta ahora no del todo comprendido, ha dado durante siglos la impresión errónea de que el ecosistema jurásico de Solnhofen estaba dominado por pterosaurios pequeños. Pero como explica el propio Smyth, esa visión está profundamente sesgada por las condiciones de fosilización.

Volaban desde que nacían
Uno de los aspectos más fascinantes del hallazgo es que estos dos pterosaurios eran, sin duda, neonatos. Sus huesos todavía no estaban completamente osificados, y sin embargo, ya estaban volando. El hecho de que murieran en pleno vuelo, con alas funcionales, es una prueba directa —y hasta ahora inexistente— de que los pterosaurios eran capaces de volar desde muy temprana edad, algo que la comunidad científica había debatido durante décadas.
El hallazgo pone fin a esa discusión. Lucky y Lucky II murieron volando, y esa evidencia respalda la hipótesis del vuelo precocial en estas criaturas aladas.
Además del valor científico, este descubrimiento contiene una carga emocional innegable. En palabras del coautor David M. Unwin, también de la Universidad de Leicester, el momento en que encendieron las luces ultravioletas sobre el segundo fósil fue “inolvidable”: el pequeño esqueleto apareció como si saltara de la roca, con los huesos brillando bajo la luz, intactos, silenciosos, con una historia de millones de años grabada en su forma.
No es frecuente que un fósil cuente con tanta claridad cómo murió su dueño. Y aún menos habitual que lo haga con tal belleza, completitud y poder narrativo.
Este tipo de hallazgos no solo reescriben capítulos de la historia natural, sino que también nos obligan a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la imprevisibilidad del pasado. Hace 150 millones de años, en un mar cálido del Jurásico, una tormenta inesperada barrió a dos jóvenes voladores del cielo. Hoy, gracias a la ciencia y a la casualidad, conocemos su historia.
El estudio ha sido publicado en Current Biology.
Cortesía de Muy Interesante
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