Los primeros pobladores de América llegaron hace 23.000 años desde Siberia y no desde Japón: el sorprendente hallazgo que desmonta una teoría histórica de décadas

Durante décadas, una teoría ampliamente aceptada por parte de la comunidad arqueológica sostenía que los primeros habitantes de América habían llegado desde Japón, descendientes directos del antiguo pueblo Jōmon. Este relato, que unía herramientas de piedra y trayectorias migratorias con una narrativa coherente y elegante, parecía tener sentido. Sin embargo, un estudio científico ha derribado ese modelo con contundencia, poniendo en su lugar una versión del pasado más precisa y, a la vez, más compleja. El origen de los primeros americanos, según la nueva investigación publicada en la revista PaleoAmerica, apunta directamente hacia Siberia, no hacia Japón.

La clave del descubrimiento no está en los objetos, sino en los dientes y en el ADN. Un equipo interdisciplinar liderado por el antropólogo Richard Scott ha examinado miles de muestras dentales antiguas y datos genéticos de diversas regiones de Asia, el Pacífico y América. Los resultados fueron contundentes: las similitudes entre los pueblos nativos americanos y los Jōmon son mínimas, tanto en morfología dental como en genética. Es decir, lo que durante mucho tiempo se interpretó como una relación ancestral entre ambos pueblos resulta ser, en el mejor de los casos, una coincidencia superficial.

La teoría del vínculo japonés: una hipótesis que ya no encaja

Hasta hace poco, muchos expertos consideraban que los parecidos entre las herramientas líticas de los antiguos americanos y las del pueblo Jōmon eran evidencia suficiente de una relación directa. Los artefactos de piedra con formas y técnicas similares parecían hablar de una herencia común. A esto se sumaba la teoría del cruce por el Beringia —el antiguo puente terrestre que unía Siberia y Alaska durante la última glaciación—, lo que ayudaba a imaginar a estos pueblos desplazándose desde Japón, costeando Asia y entrando en América por el noroeste del continente.

Sin embargo, el estudio plantea que esta narrativa carece de respaldo biológico. Las herramientas pueden parecerse, sí, pero los cuerpos que las fabricaban eran distintos. Las pruebas dentales revelan que solo un ínfimo porcentaje de rasgos coinciden entre los Jōmon y los pueblos indígenas no árticos de América. Es decir, la biología humana no respalda lo que las piedras sugerían.

Además, los análisis genéticos realizados por el equipo confirman esta desconexión. Los linajes maternos y paternos de los Jōmon y los nativos americanos divergen profundamente, y esa separación genética ocurrió mucho antes de la llegada de humanos al continente americano. Lejos de una relación directa, ambos grupos parecen ser ramas muy distantes de un tronco común más antiguo.

Durante la última glaciación, el puente de Beringia unía Siberia y Alaska
Durante la última glaciación, el puente de Beringia unía Siberia y Alaska. Foto: Wikimedia

¿Por qué Siberia?

La investigación redirige el foco hacia Siberia, región que históricamente ha sido considerada otro de los posibles orígenes de los primeros americanos. Esta vez, sin embargo, el respaldo científico es mucho más sólido. Las poblaciones siberianas, especialmente las que habitaron el noreste del continente asiático durante el Paleolítico superior, muestran una compatibilidad genética mucho más alta con los antiguos habitantes de América.

Además, las características dentales, que en antropología física son uno de los indicadores más confiables de relaciones ancestrales, también coinciden con mayor claridad. Las muestras recogidas en América presentan una fuerte correlación con poblaciones siberianas antiguas, lo que permite trazar una ruta migratoria que, aunque igual de asombrosa, resulta mucho más probable: desde Siberia, cruzando el Beringia y bajando hacia América a través de la costa del Pacífico.

El estudio no solo pone en duda el origen japonés de los pueblos indígenas americanos, sino que también invita a repensar los tiempos. Durante años se creyó que los primeros humanos llegaron a América hace unos 15.000 años, tras el deshielo que abrió un corredor libre de hielo desde Alaska hacia el sur. Pero nuevos hallazgos, como las huellas humanas descubiertas en el lecho seco del lago White Sands, en Nuevo México, están cambiando también esa parte del relato.

Estas huellas, datadas entre 21.000 y 23.000 años atrás, son evidencia directa de presencia humana en el continente mucho antes de lo que se creía posible. Este dato no encaja con la idea del “corredor libre de hielo”, que no habría estado disponible hasta miles de años después. La conclusión es clara: los primeros humanos llegaron a América no solo por otra ruta, sino también mucho antes.

Esto obliga a repensar todo el modelo migratorio: la llegada debió haber sido costera, bordeando el litoral pacífico desde Siberia hasta el noroeste americano. Este trayecto habría sido viable incluso con las glaciaciones en su punto álgido, ya que el océano, a diferencia del interior del continente, no estaba completamente bloqueado por el hielo.

Es posible que los pueblos originarios de América no desciendan del antiguo pueblo Jōmon de Japón, como se pensaba hasta ahora
Es posible que los pueblos originarios de América no desciendan del antiguo pueblo Jōmon de Japón, como se pensaba hasta ahora. Foto: Istock

El papel de los Jōmon en la historia: ¿una pieza decorativa?

Si bien la conexión genética y biológica entre los Jōmon y los nativos americanos ha quedado descartada, eso no significa que su papel en la historia de la humanidad sea menos fascinante. Los Jōmon fueron una cultura extraordinaria, de gran diversidad y complejidad, conocidos por su cerámica decorada y su temprana transición hacia formas protoagrícolas. Su desarrollo independiente en Japón y su capacidad para dejar un legado arqueológico tan rico siguen siendo objeto de estudio y admiración.

Pero lo que este estudio deja claro es que esa admiración no debe convertirse en un intento de forzar conexiones que los datos simplemente no respaldan. La ciencia avanza justamente cuando se cuestionan las certezas aceptadas, y en este caso, ha sido gracias a una rigurosa comparación de evidencias físicas y genéticas que se ha podido corregir una historia mal contada durante años.

Más allá de las piedras: el valor de la ciencia interdisciplinar

Uno de los elementos más destacados de este hallazgo es cómo ha sido posible gracias a la colaboración entre distintas disciplinas. La arqueología, la antropología dental, la genética y la paleoclimatología han trabajado juntas para ofrecer una imagen más completa del pasado. A menudo, los estudios que dependen de una sola fuente de información —como en su día fue la comparación de herramientas— corren el riesgo de construir castillos en el aire. Aquí, en cambio, el enfoque integral ha permitido contrastar hipótesis con hechos tangibles.

Este nuevo paradigma no solo ayuda a comprender mejor la prehistoria americana, sino que también recuerda algo esencial: la historia no es una línea recta escrita en piedra, sino un entramado de pistas que deben ser analizadas, reanalizadas y, cuando es necesario, reinterpretadas.

Cortesía de Muy Interesante



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