Los activistas en favor de Palestina toman las calles de Madrid y acaban con la Vuelta a España

La Vuelta acabó antes de tiempo, sin podio y sin celebración. Un grito en defenda del pueblo palestino se impuso sobre la carrera y el evento deportivo. Caos, agresiones, disturbios, porras. Un mar de banderas de Palestina y una escalada de violencia alrededor de la ronda, marcada de principio a fin por las protestas de los activistas en contra de la ofensiva israelí en la Franja de Gaza, focalizadas las protestas en la participación en la carrera del equipo Israel-Premier Tech. Manifestaciones que obligaron a la organización a cancelar la última jornada tras 43 kilómetros de rodada, todos los ciclistas con el pie al suelo por la zona de los Jardines del Moro, de nuevo etapa cercenada para salvaguardar la salud de los corredores. De eco, en vez de los aplausos y los ánimos, se escuchaban las sirenas policiales, también los cánticos de “Netanyahu, asesino” y “Palestina libre”. Una revuelta incontrolable que imposibilitó la celebración de Jonas Vingegaard, campeón sin fiesta.

Aunque el día comenzó con el habitual posado de los ciclistas al frente del pelotón, momentos de reconocimiento y orgullo para los corredores tras 21 días de esfuerzo, la distensión en la carretera chocaba con lo que sucedía al mismo tiempo en el Paseo del Prado, donde la policía sacó la porra ante el crecimiento de las protestas de los activistas. Era solo el aperitivo porque, pasados los primeros kilómetros, la Guardia Civil decidió cerrar la Fan Zone, pues la masificación de manifestantes imposibilitaba la coexistencia con las familias que trataban de pasar un día de gozo. Una medida como la que tomó la organización de la ronda al modificar de improvisto parte del recorrido inicial para evitar problemas ante el aumento de las protestas de los manifestantes al paso por San Sebastián de los Reyes. Así, en vez de pasar por el Paseo de Europa, rodearon la localidad.

Pero ya en Madrid resultaba imposible sortear los puntos conflictivos. Como en Callao, Gran Vía, donde los activistas tomaron el asfalto; como cerca de la meta, ya en Cibeles, donde sucedía más de lo mismo; y como en los aledaños del Palacio Real, donde los manifestantes cortaron el paso de los corredores. Por entonces, la situación en la ciudad era incontrolable; lluvia de vallas y material urbano, también de las señalizaciones de carrera. Sobrepasados los antidisturbios, los activistas tomaron el asfalto, al tiempo que los ciclistas, atónitos, negaban con la cabeza —hubo alguno que también se enfrascó en algún empujón con los manifestantes—, hasta que desde la organización de la Vuelta resolvieron que la carrera había terminado, que ya era demasiado tras días de tensión.

Todo comenzó en la quinta etapa, en la contrarreloj por equipos en Figueres, cuando unos pocos cortaron el paso del equipo Israel-Premier Tech, exigidos a poner el pie a tierra. Fue un suspiro, pero también el barbecho, semilla y descorche de la escalada de las protestas que se multiplicaron hasta Madrid. Si bien pasaron unos días en formol, el asunto se desató en Bilbao, donde se elevaron los decibelios de las protestas y hasta la agresividad. Se acortó el trazado para evitar volver a pasar por la zona caliente, ya que tropecientos activistas tiraron banderas y trataron de entrar en el asfalto. Un caos que la Ertzaintza no pudo controlar —siempre recibieron órdenes de contener y no cargar— y que, irremediablemente, se replicó en las siguientes etapas.

Ya eran días de detenciones y hackeos —casi cada día se colaba un cántico de Viva Palestina en la frecuencia de Radio Vuelta—, también de una creciente agresividad sobre el conjunto israelí, que ha vivido la Vuelta entre un paréntesis policial, incapaz, en cualquier caso, de parar los insultos y escupitajos, además del lanzamiento de tomates al autocar o de pintura en los coches del equipo, de chinchetas y cristales de botellas en la carretera. De nada sirvió que el equipo borrara el nombre de Israel de los maillots y los coches para disgusto de Sylvan Adams —propietario del equipo, amigo personal del primer ministro israelí Netanyahu y herramienta para blanquear la imagen del país a través del deporte y de ese equipo de ciclismo—, que sí mantuvo en sus propias prendas el logo del equipo con una coloreada Estrella de David.

Por todo ello fue irremediable que reverberaran los incidentes: un día los activistas paraban a los fugados antes de subir al Angliru y al otro se volvía a recortar la etapa en Castro de Herville porque la manifestación se había salido de madre. Razón por la que también se modificó el trazado de la crono en Valladolid. Pero la gota que colmó el vaso para el pelotón fue la caída de Romo (Movistar) por culpa de un manifestante. Los corredores amenazaron con abandonar si no se garantizaba su seguridad. La respuesta del Gobierno fue multiplicar los cuerpos de seguridad, elevados al cubo. Pero ni con esas se detuvo a los activistas, que hicieron una sentada a las faldas de la Bola del Mundo —sin incidentes— y que tomaron Madrid y también a la Vuelta.

Y esta, además de un Philipsen que se ha subrayado como el más rápido y un UAE que ha sacudido la ronda con Vine y Ayuso, dobles ganadores de etapa, ha sido la Vuelta de Vingegaard. Y, claro, de las manifestaciones y los disturbios.

Cortesía de El País



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