
El día de hoy tuve la fortuna de compartir una plática sumamente interesante con colegas y amigos que se han dedicado a reflexionar por más de treinta años temas de seguridad, crimen y violencia. Haciendo el recuento de los eventos de los últimos días, tratábamos de trazar un horizonte para responder la siguiente pregunta: ¿Seguridad cómo y para quién? Así, comenzamos analizando los últimos eventos de la semana, iniciando por un hecho sumamente lamentable que ocurrió el pasado 4 de septiembre en Reynosa, la muerte de Joshua, un menor de siete años asesinado por disparos de arma de fuego que supuestamente efectuaron elementos de la Fiscalía General del Estado que, por equivocación, le dispararon a su familia en medio de un enfrentamiento con criminales (de enero a junio del 2025 fueron asesinados con arma de fuego 305 menores de edad de conformidad con datos de REDIM).
Para el 7 de septiembre se organizaba una marcha insólita en Culiacán, Sinaloa, organizada por la ciudadanía, que reunió a más de 30,000 asistentes denunciando que, a más de un año de vivir entre balas y hartos de tanta muerte, violencias y miedo, que ha contabilizado una cifra desgarradora de más de 1,000 muertos y afectado su vida cotidiana, salieron a las calles para gritar un ¡Ya basta! y exigir paz, algo nunca visto en la localidad, acción que debió haber sorprendido a las autoridades de la entidad.
A la par, ese mismo fin de semana, y después de la visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, con la presidenta Claudia Sheinbaum, donde se informaban sobre acuerdos para reforzar agendas de colaboración y coordinación, se daba a conocer la detención de 14 miembros de una red de contubernio involucrada en el delito de huachicol fiscal, conformada por empresarios y marinos —hasta el día de ayer se informaba el proceso de investigación de otras 30 personas más—. Sí, la semana nos mostraba una realidad compleja que nos obligaba a hacernos preguntas en tono crítico y reflexivo sobre: ¿Qué nos pasó y cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Los campos legales e ilegales han llegado a fusionarse de tal forma que se han normalizado las prácticas en esta zona gris? ¿Qué factores históricos, políticos, económicos y sociales han intervenido para constituir escenarios tan complejos, inestables y que atentan contra el Estado de derecho y la democracia? ¿Qué ciudadanía estamos desarrollando día a día en relación con estos entornos tan complejos, vulnerables institucionalmente y económicamente tan atractivos?…
Algunos escenarios que pudimos bosquejar fueron los siguientes: hay mucho dolor, que tiene que ser dignificado en nuestra sociedad. Es muy importante escucharnos y solidarizarnos con la pérdida, la desaparición y la frustración de miles de personas que están en esta desesperación, en muchos casos ignoradas, silenciadas o puestas a parte de nuestra mirada —institucional y ciudadana—. Los cambios de fondo surgen cuando socialmente nos posicionamos éticamente frente al dolor del otro y lo reconocemos como nuestro.
Por otra parte, vivimos una crisis epistemológica donde las propuestas teóricas desde la academia para observar y analizar estos fenómenos nos invitan a proponer nuevos enfoques de acuerdo con la necesidad actual. Por otra parte, la complejidad y los procesos relacionales entre los campos políticos, económicos, sociales y de seguridad, que, si bien históricamente han existido, están sufriendo transformaciones drásticas en sus lógicas operativas, económicas y de contubernio, desarrollando nuevas “clases sociales” que operan indistintamente en la ilegalidad y la legalidad, articulando una perspectiva donde la ilegalidad, en muchos sentidos, se confunde y transforma en legalidad.
En este sentido, la ciudadanía juega un papel clave para fortalecer o debilitar las lógicas de mercado y la proliferación criminal, reconstruyendo límites claros a partir de sus comunidades de lo que debe y no debe permitirse. Finalmente, una repolitización institucional no solo discursiva sino estructural sería tan solo el primer paso para crear perspectivas contributivas más solidarias y justas socialmente. Así, los escenarios actuales requieren perspectivas y visiones más amplias, donde todos, desde nuestras trincheras, podamos sumar fuerzas y comenzar por proponer alternativas, asumiendo una responsabilidad tanto para exigir y criticar, como también para organizar y actuar.
Cortesía de El Economista
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