Un nuevo estudio arqueológico publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences acaba de revelar un fenómeno insospechado, largamente ignorado por la historia tradicional: durante los últimos 8.000 años, el ser humano no solo domesticó animales, sino que transformó de forma radical su tamaño. Mientras hacía crecer a los animales domésticos, al mismo tiempo, hacía empequeñecer a los salvajes. Este hallazgo, basado en más de 225.000 huesos estudiados en Francia mediterránea, no solo obliga a reescribir la historia de la domesticación, sino también a reconsiderar cómo el ser humano ha influido en la evolución de otras especies mucho antes del desarrollo de la biotecnología moderna.
Durante milenios, se asumió que el cambio en el tamaño de los animales obedecía principalmente a factores ambientales, como el clima o la disponibilidad de recursos. Sin embargo, el trabajo liderado por la Universidad de Montpellier ha demostrado que, al menos desde hace unos mil años, ese ya no fue el caso. Fue entonces cuando los humanos comenzaron a intervenir activamente en los procesos evolutivos de los animales que les rodeaban. No mediante herramientas genéticas, sino a través de una forma milenaria de ingeniería biológica: la cría selectiva.
Lo que este trabajo pone de manifiesto es que el cambio morfológico en los animales no es únicamente un fenómeno moderno asociado a la ganadería industrial. En realidad, comenzó mucho antes, en la Edad Media, cuando los agricultores medievales europeos comenzaron a seleccionar sistemáticamente los animales más grandes para la reproducción. En paralelo, los animales salvajes, perseguidos por la caza y desplazados por la expansión humana, comenzaron a menguar. La historia de la domesticación es, en este sentido, también la historia de una desigualdad evolutiva promovida por la acción humana.
La Edad Media fue una época de transformaciones profundas, no solo políticas y religiosas, sino también agropecuarias. En este contexto, los campesinos comenzaron a aplicar prácticas cada vez más deliberadas para mejorar la productividad de su ganado. Cuanto más grande fuera un cerdo o una vaca, más carne ofrecía. Una oveja de mayor tamaño producía más lana. Un buey más robusto tiraba con mayor fuerza del arado. Estas decisiones prácticas, tomadas en pequeñas granjas a lo largo de generaciones, acabaron por tener un impacto evolutivo monumental.

El resultado fue una tendencia constante hacia el aumento del tamaño corporal en las especies domesticadas. Los huesos analizados, procedentes de más de 300 yacimientos arqueológicos distribuidos por el sur de Francia, muestran un patrón inequívoco: vacas, ovejas, cerdos y cabras fueron aumentando de tamaño a lo largo de los siglos, en una línea ascendente directamente asociada a la acción humana. No fue una evolución natural. Fue una evolución dirigida.
Mientras tanto, en los márgenes de la expansión agrícola, sucedía lo contrario. Los animales salvajes, cada vez más presionados por la pérdida de hábitat y la sobrecaza, comenzaron a encoger. Los zorros, ciervos y jabalíes que una vez compartieron espacio con los humanos medievales se hicieron más pequeños, como una estrategia de supervivencia en un mundo cada vez más dominado por el hombre. En lugar de adaptarse al entorno natural, empezaron a adaptarse al entorno humano.
Huesos que hablan: arqueología y evolución al descubierto
El estudio, además de su impresionante volumen de datos, destaca por su enfoque multidisciplinar. Los investigadores no solo midieron los huesos —longitud, grosor, características dentales—, sino que cruzaron esa información con datos climáticos, vegetales, demográficos y de uso del suelo. Así fue como consiguieron una imagen más completa de las dinámicas que moldearon el cuerpo de los animales durante milenios.
Lo más revelador fue comprobar que, durante aproximadamente 7.000 años, las trayectorias evolutivas de animales salvajes y domésticos habían sido sorprendentemente paralelas. Ambos respondían a los mismos estímulos ambientales. Pero todo cambió hace aproximadamente un milenio, cuando la influencia humana empezó a marcar la diferencia. Esa divergencia no fue casual, sino resultado directo de la intensificación agrícola y de un modelo económico que comenzaba a valorar la eficiencia y la productividad por encima de todo.
En otras palabras, el cuerpo de los animales se convirtió en un reflejo de las prioridades humanas. Su forma, su tamaño y su fortaleza respondían ya no a la naturaleza, sino a las decisiones de una civilización cada vez más organizada, sedentaria y tecnológicamente avanzada. Es un ejemplo impactante de cómo el ser humano no solo ha modificado su entorno, sino también a las criaturas que conviven con él, de manera profunda y duradera.

Una advertencia desde el pasado: lo que este hallazgo significa hoy
Más allá de su valor histórico, este estudio lanza una advertencia para el presente. Si la acción humana fue capaz de alterar el curso evolutivo de animales durante siglos mediante técnicas rudimentarias, ¿cuál es el impacto actual de la agricultura intensiva, la urbanización masiva o el cambio climático?
El hecho de que los animales salvajes redujeran su tamaño no solo es una curiosidad evolutiva. Es también un síntoma de estrés ambiental. Cuanto menor es el tamaño de un animal, menor suele ser su capacidad reproductiva, su resistencia a enfermedades y su resiliencia frente a cambios del entorno. La reducción del cuerpo es, en muchos casos, un intento desesperado de adaptarse a un hábitat cada vez más hostil.
Este tipo de análisis puede convertirse en una herramienta valiosa para la conservación. Observar cómo varía el tamaño corporal de ciertas especies salvajes puede ofrecer señales tempranas de alarma sobre la degradación de un ecosistema. En cierto modo, los huesos del pasado están ayudando a predecir los problemas del futuro.
Reescribiendo la historia de la domesticación
El trabajo de los investigadores franceses no solo amplía nuestro conocimiento sobre el proceso de domesticación, sino que lo reformula por completo. Ya no se trata simplemente de una relación entre humanos y animales basada en la utilidad, sino de una forma de coevolución profundamente desigual. Mientras los animales domesticados crecían y se fortalecían bajo la supervisión humana, sus parientes salvajes se debilitaban y disminuían, como testigos silentes de un mundo que ya no les pertenecía.
Lejos de ser un proceso “natural”, la domesticación fue una forma de poder, un modo en que el ser humano fue imponiendo su voluntad no solo sobre otros seres humanos, sino también sobre las especies con las que compartía la tierra. Un proceso que comenzó hace miles de años, pero cuyas consecuencias seguimos arrastrando hoy.
Referencias
- Mureau C, d’Oliveira L, Peyron O, et al. 8,000 years of wild and domestic animal body size data reveal long-term synchrony and recent divergence due to intensified human impact. Proc Natl Acad Sci U S A. 2025;122(36):e2503428122. DOI: 10.1073/pnas.2503428122
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: