Israel corre el riesgo de convertirse en Estado paria

Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen, Irán y, ahora, Qatar. La maquinaria de guerra en la que Israel se ha transformado bajo la conducción de Benjamin Netanyahu amenaza con convertir a este Estado en un auténtico paria dentro del sistema internacional de gobiernos y naciones. 

El ataque israelí contra Doha, la capital de Qatar, suma un nuevo jalón en la política desenvuelta por una ultraderecha gobernante que, desde el atentado terrorista concretado por Hamas el 7 de octubre de 2023, no evidencia muestra alguna de apaciguamiento ni tampoco de contemplación frente a la vida en riesgo extremo de aquellos rehenes que todavía siguen en manos de sus captores.

Según los medios israelíes, la operación en Doha involucró a 15 aviones de combate israelíes, que dispararon 10 misiles contra un solo objetivo. Los resultados no fueron los esperados: los miembros de la delegación negociadora de Hamas habrían sobrevivido, pero habrían muerto otras seis personas sin responsabilidad directa en la estructura de la organización.

El golpe israelí ha generado amplias repercusiones, no solo porque Qatar sostiene la oficina política de Hamas desde 2012 y desempeña un papel clave al facilitar las negociaciones indirectas entre la organización e Israel.

De hecho, el ataque ocurrió cuando se debatía en términos favorables una reciente propuesta del gobierno de Estados Unidos: la liberación de los 48 rehenes restantes en Gaza en las primeras 48 horas de una tregua de 60 días a cambio de la puesta en libertad de prisioneros palestinos en cárceles israelíes y la apertura de negociaciones de buena fe sobre un cese del fuego permanente.

Frente a las críticas, el gobierno de Netanyahu declaró públicamente que seguirán atacando a cualquier adversario o entidad que consideren una amenaza para su agenda. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, se refirió a Qatar como un “Estado que apoya y financia el terrorismo” y exigió su exclusión de cualquier acuerdo político posbélico. En tanto que el ministro de Comunicaciones, Shlomo Karhi, afirmó era un “enemigo de Israel”.

Sin embargo, Qatar es considerado como uno de los principales aliados de Estados Unidos en el Golfo Pérsico: alberga la enorme base aérea de al-Udeid, en las afueras de la capital, y fue uno de los ejes principales de la gira organizada por la Casa Blanca en mayo y que movilizó a los 50 empresarios más influyentes y cercanos a la administración republicana. Pero la promesa de inversiones por miles de millones de dólares y el regalo de un avión para uso exclusivo del presidente Trump no alcanzaron para mantener a Qatar a resguardo de la ofensiva regional israelí.

Por su parte, el mandatario estadounidense se mostró disconforme con la decisión de Netanyahu y confirmó que había sido informado de la operación con cierta antelación, por lo que había ordenado que se le avisara a las autoridades qataríes, algo que fue negado desde Doha. De todas maneras, Trump enfatizó que el ataque había sido “una decisión tomada por el Primer Ministro Netanyahu, no una decisión tomada por mí”.

En tanto que el primer ministro qatarí, el jeque Mohammed bin Abdulrahman Al Thani, vinculó las acciones de Israel con las amenazas más amplias planteadas por la cruzada bélica de Netanyahu y calificó el ataque como “terrorismo de Estado”.

La ofensiva añadió una mayor preocupación a las Naciones Unidas, debilitada por este tipo de acciones unilaterales. Mientras tanto, actores clave de Medio Oriente, diferenciados en cuanto a sus propias orientaciones y estrategias, como los gobiernos de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Irán y Egipto, expresaron una homogénea condena al accionar israelí y se solidarizaron con el líder qatarí quien, por primera vez, apuesta a convocar una respuesta árabe unificada que, a estas alturas, fácilmente podría sobrepasar las desgastadas vías diplomáticas.

Frente a las repercusiones negativas generadas por una creciente cantidad de gobiernos en todo el mundo, y apenas un día después de la violenta irrupción en Doha, las Fuerzas de Defensa golpearon en Saná, la capital de Yemen, bajo control de los hutíes, milicia pro iraní que ha disparado misiles desde el comienzo de la guerra en Gaza hace casi dos años. En principio, 35 personas habrían muerto en esta acción como respuesta al reciente ataque con drones a un aeropuerto israelí.

Cada vez más aislado, con relaciones focalizadas y una política exterior agresiva y sustentada en una dinámica bélica, Israel bajo Netanyahu corree el riesgo de convertirse en un “Estado paria” en el seno de los organismos multilaterales en los que cuenta con representación.

En la actualidad, países como Francia, Reino Unido, Canadá, Bélgica, Australia, Andorra y Malta se preparan para brindar el reconocimiento institucional al Estado palestino en la Asamblea General de las Naciones Unidas que se realizará en las próximas semanas en Nueva York.

Se trata de una reacción diplomática con causalidades diversas, ensayadas por gobiernos muchas veces alejados de cualquier motivación de tipo progresista y humanitaria y que, en todo caso, se sirven de la crisis en Medio Oriente para actuar públicamente en defensa de los derechos de los palestinos, respaldando de esa manera a una opinión pública crítica ante sus propios mandatarios pero que, al mismo tiempo, no esconde su rechazo hacia Netanyahu y su accionar en Gaza.

Por ahora, el caso más radical es el del gobierno de España, conducido por el socialista Pedro Sánchez, que desde el 8 de septiembre estableció nueve medidas entre las que se encuentran la prohibición de la importación de productos provenientes de los asentamientos en Gaza y Cisjordania, la denegación de acceso al territorio español de todas aquellas personas directamente involucradas con los crímenes cometidos en Gaza, y el rechazo legal y permanente a Israel para la compra y venta de armamento, munición y equipamiento militar. Un conjunto de medidas que, en primera instancia, recibió la aprobación pública nada menos que de parte de Hamas.

Es claro que cuanto más insiste Israel en capturar Gaza y perpetrar una masacre sin límite alguno, más contundente se vuelve la respuesta global a favor de la formalización del estatus de Palestina.

La ultraderecha liderada por Netanyahu confía en que el apoyo de Estados Unidos y de un puñado de gobernantes acólitos servirá para contrarrestar una ola crítica que ya permea a buena parte del globo, tal como se pudo apreciar en la última elección en las Naciones Unidas y su respaldo a la propuesta de dos Estados. Sin embargo, Washington vela por sus propios intereses, que no necesariamente son los mismos que los defendidos desde Tel Aviv. El rediseño del mapa de Medio Oriente en el que ambos gobiernos se encuentran embarcados podría generar fricciones, tensiones y, eventualmente, también rupturas.

Mientras tanto, hoy no sorprende que la ofensiva israelí alimente un antisionismo desembozado y un alarmante antisemitismo que insiste en responsabilizar a las comunidades judías de los crímenes cometidos en Gaza, que culpa a los ciudadanos israelíes por los hechos terroristas del 7 de octubre y que, de manera cada vez más abierta, plantea la “artificialidad” y el carácter disruptivo del Estado de Israel en el contexto de Medio Oriente.

En su constante retroalimentación, la ultraderecha y las organizaciones terroristas han construido un escenario de guerra permanente, ya no sólo circunscripto a Gaza: mientras que Israel se encamina hacia la soledad y a un progresivo aislamiento internacional, se expande un conflicto cada vez más desterritorializado y cuyas esquirlas pueden estallar en cualquier lugar del planeta.

Cortesía de Página 12



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