El cristianismo primitivo y la medicina: curaciones, milagros y ética en los primeros siglos

La medicina y el cristianismo dialogan, al menos, desde cuatro facetas diferentes: la metafórica, la taumatúrgica, la ética y la técnica. En la metafórica, el aspecto más llamativo es que Cristo se presenta a sí mismo como médico, una expresión que pronto repetirá san Pedro y los primeros escritores cristianos. De forma paralela, los enfermos son considerados pecadores necesitados de redención. 

En un sentido más taumatúrgico fueron muchos los que, en aquella época, atribuían la génesis de una dolencia física al pecado del paciente o de sus padres. Jesús tiene una respuesta innovadora: «Ni él ni sus padres han pecado, sino que esto ha sucedido para que las obras de Dios sean en él manifiestas». De alguna forma, con esta aseveración se deslinda la causa de la enfermedad y su sentido. A esta conclusión se puede llegar también en el análisis de la curación del paralítico de Cafarnaúm y la del tullido de la piscina probática. 

El relato del paralítico de la piscina probática se enmarca en el contexto de las creencias populares, ya que en aquella época se pensaba que cuando el ángel del Señor descendía sobre el agua de aquella alberca el primer enfermo que se introdujera en ella quedaba curado de su dolencia. El agua era, por tanto, un elemento purificador, mientras no se hubiera contagiado de los miasmas de la enfermedad. En los pórticos vecinos de la piscina había ciegos, cojos, sordos y enfermos de toda índole aguardando el momento oportuno para ser los primeros en zambullirse. Al parecer había un paralítico que lleva esperando treinta y ocho años para que alguien le introdujera en el agua. Jesús le dijo: «Levántate, coge tu cama y anda». El milagro se produjo, con el añadido de que tuvo lugar en sábado y que el enfermo transportaba algo que estaba prohibido por la ley mosaica. 

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Cristo sana a la mujer hemorroísa, escena representada en las catacumbas de Marcelino y Pedro. Fuente: Wikimedia Commons.

Con el cristianismo aparece la concepción de amor por el prójimo, que entronca de alguna forma con la ética médica. Para los griegos philanthropía incluía el amor a la naturaleza y la tendencia a la perfección del propio ser. La innovación del cristianismo es incluir en ese concepto el «amor a la persona» (parábola del Samaritano), el mandato de amar al otro como a sí mismo. Las consecuencias inmediatas de esta primicia son: 

  • Deber religioso de ayudar al enfermo, creando instituciones (diaconisas) que ayuden en el domicilio de los pacientes y que en ocasiones —como en el caso de Cesárea— se plasman en la creación de un hospital. 
  • Condición igualitaria del tratamiento: no hay diferencia en la asistencia médica entre griegos y bárbaros, hombres libres y esclavos, pobres y ricos. 
  • Asistencia médica gratuita, aunque solo sea por caridad. 
  • La inclusión en las prácticas religiosas del cuidado a los enfermos. 

Para un cristiano primitivo la medicina era un arte —teckhné— inventada por el paganismo griego, por lo que la actitud podía ser repulsión, fidelidad incondicionada o adopción reflexiva. De esta forma, no deben extrañarnos que los más anthelénicos rechazasen la prescripción de medicamentos, admitiendo únicamente la curación a través de la oración y el exorcismo. 

Curaciones en el nuevo testamento

La génesis de las enfermedades es explicada bien por causas naturales o por espiritualistas, que tienen que recurrir a un orden sobrenatural. En la primera modalidad encontramos, por ejemplo, la lepra y la ceguera; dentro de la segunda la posesión demoniaca. En el pensamiento rabínico, el ser humano está compuesto por dos elementos a partes iguales: la sangre y el agua. Cuando se practica la virtuosidad el equilibrio entre ambos elementos es perfecto, pero cuando una persona peca, el agua predomina sobre la sangre y se torna hidrópico, o la sangre prevalece y aparece la lepra. Según esta explicación, la hidropesía podía producirse por tres motivos: vicio, hambre o magia. 

Las curaciones milagrosas que realiza Jesús son variadas y afectan a distintos órganos y aparatos:

  • Endemoniados y lunáticos: sinagoga de Cafarnaúm, el joven lunático, el endemoniado mudo, el endemoniado mudo y ciego. Los demonios se introducían en el interior de los seres humanos por los orificios naturales o a través de los alimentos. La única curación posible era el exorcismo, si bien a veces se producían fracasos, bien por falta de fe, bien por falta de oración o de ayuno en quien los ejecutaban. El mayor número de curaciones milagrosas aparecen en este grupo. 
  • Ciegos: los de Cafarnaúm, el de Betsaida, el ciego de Jericó y también el ciego de nacimiento. 
  • Tullidos y paralíticos: el hombre de la «mano seca» —probablemente un parapléjico—, el paralítico de Cafarnaúm, el de la piscina probática, la mujer inclinada, el siervo del centurión. 
  • Leprosos: dos son las curaciones que aparecen en los Evangelios y, en ambas, la curación se produce a través de la palabra imperativa. 
  • Hidrópico. 
  • Hemorrosía. 
  • Sordomudo. 
  • Fiebre: suegra de Pedro. 
  • Amputaciones: oreja de Malco. 

En el Nuevo Testamento se nos cuenta la historia de la hemorroísa: una mujer lleva doce años con flujo de sangre y se ha gastado inútilmente su dinero en médicos. La mujer se acerca por detrás a Jesús, lo coge por el borde del manto y cuando aquel se vuelve le dice: «¡Ánimo, mujer! Tu fe te ha salvado». Y en ese momento queda curada. En esa línea, Marcos señala que los enfermos que lograban tocar el borde del manto de Jesús «se salvaban». En otros casos la curación tiene lugar tras el acto de tocar al enfermo («les tocó los ojos y al punto recuperaron la vista») o escupirle (saliva como vía de curación). Esta última terapéutica es la que se aplica al ciego de Betsaida, donde Jesús coge la mano al invidente y le lleva fuera de la aldea, allí le escupe en los ojos y le impone en ellos las manos dos veces: en la primera recupera la visión y en la segunda la nitidez de las imágenes.

En algunos casos, para escándalo de los fariseos, la curación tiene lugar en sábado, como sucede en la curación del hidrópico, el hombre de la mano seca o la mujer inclinada. 

San Lucas, el evangelista médico

Dentro de la hagiografía cristiana a san Lucas evangelista le corresponde una situación privilegiada por su condición de médico. En varios escritos san Pablo le cita: «Lucas, el médico queridísimo» (Colosenses 4,4). Las facultades de medicina lo tienen por uno de sus santos patronos y se suele representar con una redoma de orina en las manos (símbolo de la práctica médica medieval). San Lucas, como escritor, es el autor del tercero de los Evangelios sinópticos y de los Hechos de los Apóstoles. 

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Cosme y Damián: Hermanos médicos venerados como santos, curaban sin cobrar y protagonizan leyendas de trasplantes milagrosos. Fuente: Wikimedia Commons.

Las primeras enfermeras

En el Nuevo Testamento el servicio de los demás, incluida la ayuda física, es expresado por el vocablo griego diakonia, del que deriva «diaconisas». La primera diaconisa fue Febe (60 d. C.), que aparece mencionada por san Pablo en su Carta a los romanos. Las diaconisas trabajaban sobre una base de igualdad con el diácono y tenían múltiples funciones, entre ellas colaborar en el sacramento del bautismo, cuidar y visitar a los enfermos, llevarles comida, dinero, vestido, atención física y espiritual. 

El primer documento escrito del trabajo de las enfermeras es una descripción en piedra caliza procedente del reinado de Ramsés II (1250 a. C.), en el cual se puede leer que determinadas mujeres fueron dispensadas de la obligación de trabajar en la construcción de los templos del Valle de los Reyes para permanecer en sus casas atendiendo a familiares enfermos. También es sabido que los sacerdotes de los templos contaban con la ayuda de algunas mujeres, con frecuencia de extracción social elevada, para atender a los enfermos. 

A pesar de todo, la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en afirmar que la profesión de enfermería surgió en la India en torno al siglo vi a. C. En el Susruta Samhita se describen cuáles debían ser las cualidades de las enfermeras: limpieza, inteligencia y simpatía, debían inspirar confianza, no debían ser propensas al enfado, debían saber controlar su genio y tener una absoluta fidelidad hacia el médico. Sabemos que Asoka, el gran monarca hindú, construyó dieciocho hospitales y que en ellos trabajaban numerosas enfermeras. 

Los griegos no reconocieron la figura femenina en el contexto sociosanitario, por lo que no hubo enfermeras en la antigua Grecia: de hecho en el Corpus hippocraticum no se menciona en ningún momento que las mujeres prestasen algún tipo de ayuda a los iatrós. La única acción en la que participaron las mujeres fue en el acto de cortar el cordón umbilical, por este motivo a las comadronas griegas se las denominaba onphalotamai (del gr. onphalo, «ombligo»). La situación cambió en época romana, un periodo en el que las mujeres disfrutaron de un estatus distinto. 

En España el nacimiento de la enfermería se produjo en época de Isabel la Católica: durante el sitio de Granada algunas damas se ocuparon de la atención de los heridos en tiendas de campaña. 

Cosme y Damián, protectores de los médicos

En el siglo ii los cristianos comenzaron a venerar a sus mártires como santos, surgiendo leyendas sobre curaciones milagrosas, lo cual provocó la aparición de numerosas rutas de peregrinación hacia el lugar donde estaban enterrados estos santos. 

A partir del siglo viii comenzó a aparecer un activo comercio de reliquias sanadoras. Por lo general, se trataba de fragmentos de los restos mortales de los santos: cabellos, huesos, uñas… Los cristianos pensaban que la fuerza espiritual de los santos se transmitía a través de las reliquias. 

Desde Bizancio se extendió el culto a dos hermanos médicos, Cosme y Damián, procedentes de Cilicia, en el sur de Anatolia. Según el martirologio, murieron mártires hacia el año 303, bajo el reinado del emperador romano Diocleciano. Según la leyenda se trataba de dos médicos que trataban a sus pacientes sin cobrar nada, lo que les valió el apodo de anágyroi (en griego, «sin dinero»). Entre las milagrosas curaciones que se les atribuyeron a estos dos hermanos destacaba el trasplante de una pierna, entre otros muchos. 

Mirra
La mirra sanadora: Regalo de los Reyes Magos, usada como antiséptico, anestésico y coagulante, fue uno de los remedios más valiosos de la Antigüedad. Fuente: Wikimedia Commons.

El regalo de los Reyes Magos

La tradición cristiana nos cuenta que sus majestades los Reyes Magos de Oriente ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra. Este último presente es un tipo de resina amarillenta, de aspecto sólido y que se recoge habitualmente en forma de pequeñas lágrimas. Es la savia de un arbusto —Commiphora myrrha— que crece en África y Arabia. 

La mirra diluida en agua o en alcohol tiene propiedades antisépticas: este fue el motivo por el que usara para untar a los difuntos, ya que evitaba la descomposición post mortem. En el antiguo Egipto la mirra fue más valorada que el oro por su escasez, y la reina Hatshepsut —hacia el 1500 a. C.— no dudó en organizar una expedición al país del Punt (Somalia) para conseguir semillas y platas de la mirra para disponer en los funerales. 

Los griegos y los romanos usaron la mirra como anestésico, mezclándola con vino. Se cuenta que cuando Jesucristo había llegado al monte Gólgota donde iba a ser crucificado se le ofreció vino con mirra, pero que él lo rechazó (Mc 15,23). A veces se traduce con la palabra «hiel» con el significado de algo amargo. 

Los hoplitas griegos también usaron la mirra como coagulante, motivo por el cual la portaban consigo en pequeños frascos y así podérsela administrar en el caso de que tuviesen hemorragias en el transcurso de un combate. Además, gracias a sus propiedades antisépticas, seguramente alguna vida se salvó al evitar la aparición de infecciones.

Cortesía de Muy Interesante



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