Birth of a Tide abre sus puertas en París

Cuando pienso en Birth of a Tide, no puedo evitar recordar su origen en la Ciudad de México, donde nació como un gesto de unidad en tiempos fragmentados. Desde entonces lo he visto crecer como una corriente que no se detiene, que se alimenta de voces diversas y de la convicción de que el arte puede sanar. Que la primera edición internacional se inaugure en París me resulta profundamente simbólico: es como si esa marea que comenzó en General Prim hubiera encontrado un cauce natural para expandirse hacia otros horizontes.

El corazón del proyecto son, sin duda, las fotografías de Rob Woodcox, concebidas en co-curaduría con Marie Thibouméry y Banana Contemporary de Mónica Martínez. Son imágenes que no solo capturan cuerpos, sino que los transforman en paisajes de resistencia y unión. Desde ahí, la marea se despliega hacia otros lenguajes y materiales, invitando a artistas de diferentes latitudes a sumarse a esta ola creativa.

París, con su larga tradición cultural, se convierte ahora en el escenario donde se cruzan miradas provenientes de Francia, Estados Unidos, México, Rusia, Irán, Suiza y Pakistán. Me parece fascinante que todos coincidan en un mismo espacio —un loft de 300 m² en Chaussée-d’Antin, en la Rive Droite— que abre sus puertas al arte con esta exposición como acto inaugural. No es un detalle menor: ese espacio, pensado como sede permanente para exposiciones y performances, comienza su historia justamente con una propuesta que habla de unidad y renovación.

Estar frente a esta muestra es aceptar la metáfora de las mareas. Como ellas, el proyecto se mueve en ciclos, nace de la interacción entre fuerzas distintas y se manifiesta como un vaivén de renovación. Verlo materializado en obras que van desde la pintura y la escultura hasta la fotografía, el video y el performance, me confirma que el arte sigue siendo un terreno fértil para lo colectivo.

Lo que más me conmueve es que Birth of a Tide no pretende ofrecer respuestas definitivas. Más bien invita a detenernos, a reconocernos en la fuerza sanadora de lo femenino y a mirar más allá de la hostilidad que tantas veces nos asfixia. En ese sentido, cada pieza funciona como un recordatorio de que no estamos solos, de que seguimos siendo parte de un movimiento más grande, universal y antiguo, que nos renueva al mismo tiempo que nos transforma.

Foto: Especial

La exposición reúne a los artistas:

Dune Varela de Seijas (Francia), Gigi Recny (Estados Unidos), Gus Murrieta (México), Macha Pangilinan (Rusia), Mahsa Salali (Irán), Makan Negahban (Estados Unidos), Marie Thibouméry (Francia), Rob Woodcox (Estados Unidos), Valentine Golinelli (Suiza), Vivian Assal (Irán) y Zahra Mansoors (Pakistán).

Más informes: IG @banana_contemporary

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Cortesía de El Economista



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