
“¡Eres un orgullo Ángela!”, exclamó la tía cuyo arrebato con el tono de voz incitó el aplauso de la madre, el primo y la hermana de la futura médico naval. Era un día especial, así lo mostraban las playeras que portaban y que llevaban impreso el nombre de la Marina y la Escuela Naval, además de sus rostros, que iban y venían entre la felicidad y las muecas de hastío por los rayos del sol que intercalaban su presencia con la de una nube, enorme, que se movía lentamente, de norte a sur, sobre la Glorieta de las Mujeres que luchan.
“Ahorita que venga le echamos una porra”, dice una de las espectadoras que se encontraba a lado de la familia de Ángela y cuya cercanía le había traído como consecuencia un contagio de orgullo.
La espera se había hecho algo larga, transcurrieron horas desde que salieron de sus hogares. Su anticipación tuvo fruto; obtener el mejor lugar de todos para verla desfilar con su uniforme impoluto, espalda recta, brazos extendidos y concentración máxima. Todo eso al mismo tiempo, todo ensayado, excepto el sentimiento, ese no se podía; el mismo que provocó que a la cadete se le escapara un sonrisa que rompió, por un momento, la solemnidad de su marcha.
A unos kilómetros de ahí el discurso oficial del secretario de la Marina, Raymundo Pedro Morales Ángeles, se hacía notar a mujeres como Ángela.
“Hoy, mujeres y hombres, navales y marinos mercantes, teniendo por primera vez en la historia de la nación y de nuestras Fuerzas Armadas a una Comandanta Suprema, a una mujer, hacemos historia en su primer desfile cívico militar y en todo lo que significa seguir transformando a México”, aseguró.
Frente a la familia de Ángela se acercó el elemento Teoyotl del Ejército mexicano mientras sonreía y saludaba amablemente. Su misión, tal vez por casualidad o de una manera premeditada, fue una: alentar al reclutamiento militar.
“Lléveselo”, dijo una mujer junto a su hijo adolescente. “No se puede”, respondió sonriendo Teoyotl; continuó con la historia de un joven de 17 años quien aseguró había escapado de su casa para enlistarse en el Ejército, en Durango. “Lo tuvimos en el batallón hasta que cumplió 18 y firmó contrato”, relató.
Era momento de la promoción del sistema educativo militar. “Puedes terminar una licenciatura y ejercer afuera”, le respondió Teoyotl ante las preguntas de los asistentes. “Pueden apuntar mi número”, indicó confiado. Lo repitió en al menos siete ocasiones.
Había pasado ya el medio día. ¡México, México México!, coreo un pequeño niño y las demás personas lo siguieron. Estaba pasando, para entonces, un contingente del Ejército especializado en telecomunicaciones. “Esos son los que espiaron en Ayotzinapa”, suelta un joven y ríe.
Cortesía de El Economista
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