Doctrina Monroe 2.0

La política exterior de Estados Unidos hacia América Latina ha estado marcada por la Doctrina Monroe, proclamada en 1823 con el lema “América para los americanos”. Lo que nació como advertencia frente al colonialismo europeo se convirtió en principio rector de la hegemonía estadounidense en el continente. El dominio regional fue visto desde Washington como condición estratégica para garantizar la seguridad nacional y proyectar poder global.

Hoy, la geopolítica muestra un escenario distinto. La presencia creciente de China, la influencia de los BRICS y la interacción de la Unión Europea han reducido el peso exclusivo de Estados Unidos en la región. A ello se suman proyectos políticos con ideologías diversas que buscan contrapesos o diversificación de las relaciones. Frente a este panorama surge lo que puede llamarse una Doctrina Monroe 2.0: un intento renovado por parte de Washington de recuperar influencia en el hemisferio occidental mediante presión, cooperación y presencia militar. La visita de figuras como Marco Rubio, las operaciones navales en el Caribe y la reactivación de proyectos económicos en la región revelan la intención de reposicionarse en su esfera de influencia.

Durante las últimas décadas, Washington desvió su atención hacia Medio Oriente y Asia-Pacífico, ante el ascenso de China. Este viraje dejó un vacío relativo en América Latina, ocupado por nuevos actores. China se convirtió en inversionista clave en infraestructura, energía y minería, con presencia fuerte en Brasil, Argentina, Ecuador y Venezuela. Al mismo tiempo, los BRICS ofrecieron alternativas financieras y políticas, mientras que gobiernos latinoamericanos de distintas orientaciones impulsaron agendas más nacionalistas y autónomas.

Ante ello, Estados Unidos percibe en riesgo su posición histórica y rediseña su estrategia hemisférica. Las operaciones en torno a México y Venezuela, justificadas por la lucha contra el narcotráfico y el tráfico de personas, también buscan contener la influencia de potencias “extrahemisféricas” o actores no convencionales. La cooperación militar con la región, aunque vinculada al combate del crimen organizado, proyecta la influencia de Washington en la seguridad regional.

En el ámbito económico, los recursos naturales latinoamericanos se han vuelto centrales. Metales, minerales y tierras raras son críticos para la industria tecnológica; el petróleo de Brasil y Venezuela mantiene un valor geopolítico decisivo, y la posición de Panamá refuerza la dimensión logística. Estados Unidos considera vital asegurar el acceso a estas cadenas de suministro y rutas comerciales, además de renegociar sus alianzas maximizando sus beneficios en todo sentido.

El resurgimiento de esta estrategia responde a exigencias que nunca desaparecieron: impedir la presencia de potencias rivales, garantizar acceso a recursos, contener la inestabilidad política y migratoria, y preservar el hemisferio como base para la proyección global. La Doctrina Monroe 2.0 no es un regreso nostálgico, sino la actualización de una necesidad estratégica permanente.

Sin embargo, el camino enfrenta resistencias. América Latina busca equilibrar dependencias y aprovechar las oportunidades que ofrecen China, Europa o los BRICS. La memoria de intervenciones históricas alimenta la desconfianza hacia Washington, mientras que las inversiones chinas y la polarización política interna estadounidense complican la continuidad de la estrategia.

Esta nueva visión refleja un esfuerzo deliberado por reconsolidar la hegemonía estadounidense en un entorno previamente multipolar. Lo que está en juego no es solo el futuro de las relaciones interamericanas, sino la capacidad de Estados Unidos para sostener su posición global en el siglo XXI. La incógnita es si logrará adaptarse a esta nueva realidad sin repetir los excesos intervencionistas del pasado, pero sin renunciar a lo que siempre ha considerado un imperativo geopolítico: el dominio de su hemisferio.

*El autor es Maestro en Responsabilidad Social, politólogo, analista internacional y asociado COMEXI.

*Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor.

Cortesía de El Economista



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