En el ajedrez de las potencias mundiales, el espacio se ha convertido en el nuevo tablero de juego. Mientras la opinión pública aún asocia la carrera espacial a la Guerra Fría, los movimientos actuales apuntan a un escenario mucho más complejo, con nuevos actores, tecnología descentralizada y una rivalidad silenciosa pero creciente entre Estados Unidos y China. Esta última, según el último informe Redshift publicado por la Commercial Space Federation, está a punto de convertirse en la principal potencia espacial del mundo… y podría lograrlo en tan solo una década.
Una transformación que no deja respiro
Durante los últimos diez años, China ha experimentado una metamorfosis estratégica en su enfoque hacia el espacio. Lo que antes era un esfuerzo centralizado y estatal, dominado por gigantes como la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China (CASC), se ha convertido en un ecosistema híbrido. Empresas privadas, universidades y gobiernos regionales trabajan en tándem para acelerar el desarrollo de lanzadores reutilizables, megaconstelaciones de satélites, sondas interplanetarias y una infraestructura espacial que crece sin descanso.
Esta evolución no es fruto del azar. En 2014, el gobierno chino emitió una directiva que permitió a las empresas privadas participar en el sector aeroespacial. Desde entonces, el crecimiento ha sido vertiginoso. Solo en 2024, la inversión en compañías espaciales comerciales chinas alcanzó los 2.860 millones de dólares, multiplicando por 17 los niveles de 2016.

Uno de los activos más emblemáticos del auge chino es Tiangong, la estación espacial que ya opera de forma permanente desde 2023 y que está destinada a convertirse en el principal laboratorio orbital del mundo una vez que la Estación Espacial Internacional (ISS) se retire en 2030. Tiangong no solo recibe misiones tripuladas frecuentes, sino que también abre sus puertas a la colaboración internacional, incluyendo a países que tradicionalmente han sido aliados de Estados Unidos.
Con la ISS en su recta final y sin un reemplazo directo por parte de la NASA, la estación china podría convertirse en el epicentro de la investigación científica en órbita, consolidando la influencia de Pekín sobre un dominio estratégico: la órbita baja terrestre.
Una carrera hacia la Luna… y más allá
Pero el verdadero punto de inflexión podría producirse más cerca del firmamento lunar. China ha dejado claro que su prioridad es el regreso tripulado a la Luna. Mientras que la misión Artemis de la NASA ha sufrido múltiples retrasos y tensiones presupuestarias, China ha cumplido paso a paso con su hoja de ruta: retorno de muestras lunares, pruebas de naves tripuladas, desarrollo del lanzador pesado Long March 10 y preparación de la misión Chang’e 7, prevista para los próximos años.
Su objetivo es claro: poner a un astronauta (taikonauta) sobre la superficie lunar antes de 2030. Pero no se detienen ahí. El plan incluye la construcción de una base lunar permanente, alimentada por un pequeño reactor nuclear autónomo, y diseñada para servir como plataforma de lanzamiento hacia Marte.
El informe Redshift, que toma su nombre del fenómeno físico que describe cómo la luz se desplaza hacia el rojo cuando los objetos se alejan rápidamente, utiliza esa metáfora para describir la aceleración imparable de China en el espacio. El documento advierte que la ventaja histórica de EE.UU. en este terreno podría estar evaporándose si no se toman medidas urgentes.
Y no se trata solo de exploración. China está construyendo su propia constelación de satélites para rivalizar con Starlink, desarrolla telescopios espaciales de última generación y proyecta una planta solar orbital que podría transformar el abastecimiento energético en la Tierra. Incluso ha lanzado experimentos de fotosíntesis artificial en microgravedad para producir combustible y oxígeno directamente en el espacio.
Lo más llamativo es que todo esto se está haciendo al mismo tiempo. China está viviendo su propio Apolo, su ISS y su era comercial en paralelo, mientras Estados Unidos lucha por mantener su liderazgo entre recortes presupuestarios y una regulación que muchos consideran obsoleta.

¿Y Estados Unidos?
Aunque aún mantiene una posición ventajosa gracias a gigantes como SpaceX, Estados Unidos enfrenta una encrucijada. El desmantelamiento de misiones clave, la incertidumbre presupuestaria y la falta de una estrategia coherente a largo plazo están mermando su capacidad de respuesta. El informe subraya que la innovación en EE.UU. ha sido sostenida más por la iniciativa privada que por la política estatal.
De hecho, sin el impulso de SpaceX, la cifra de lanzamientos anuales de China ya superaría con creces la de Estados Unidos. Y si no se asegura una transición fluida desde la ISS hacia nuevas estaciones privadas, el riesgo es que la ciencia, el prestigio y la colaboración internacional se desplacen de forma irreversible hacia el bloque asiático.
Una red global: la Ruta de la Seda Espacial
Otro frente de expansión de China es diplomático. Bajo el paraguas de la llamada “Ruta de la Seda Espacial”, el gigante asiático ha establecido más de 80 proyectos de cooperación en satélites, estaciones terrestres y formación tecnológica con países de Asia, África y América Latina. Muchos de estos acuerdos incluyen préstamos preferenciales y contratos a largo plazo, consolidando una dependencia técnica y económica de los sistemas chinos.
Esta estrategia no solo erosiona la influencia estadounidense, sino que también dibuja un nuevo mapa de poder en el espacio: uno donde Pekín no solo compite, sino que lidera.
La conclusión del informe es tajante: la ventana de oportunidad para reaccionar se está cerrando. Si Estados Unidos quiere mantener su liderazgo, necesita una respuesta coordinada que combine inversión, regulación moderna y colaboración público-privada. De lo contrario, el futuro del espacio —científico, comercial y estratégico— podría hablar chino.
Cortesía de Muy Interesante
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