Clayton Kershaw: una leyenda que se marcha en sus propios términos


El beisbol, como la vida, suele ser cruel con sus grandes figuras. Pocas veces permite que los colosos se retiren en el momento y la forma que ellos eligen, y más bien los obliga a marcharse empujados por el peso de la edad, las lesiones o la indiferencia de las organizaciones que alguna vez los veneraron. Pero de tanto en tanto surge una historia distinta, un desenlace que hace justicia a la dimensión de quien lo protagoniza. Eso ocurre con Clayton Kershaw, el zurdo estelar de los Dodgers de Los Ángeles, quien anunció que la temporada 2025 será la última de una carrera que ya está marcada con letras doradas en la historia de las Grandes Ligas.

 Durante el pasado Spring Training, cuando sorprendió con su decisión de firmar un nuevo contrato para disputar lo que sería su campaña número dieciocho en el máximo nivel, Kershaw fue claro: si iba a continuar, sería únicamente con la franela de los Dodgers. No buscaba aventuras en otros diamantes ni prolongar artificialmente su legado. Quería cerrar su ciclo en la organización que lo vio crecer, triunfar, sufrir y convertirse en símbolo. Quería, en otras palabras, marcharse como un Dodger. Y siete meses después, lo confirmó.

El retiro no era una idea ajena para él. Tras una lesión que lo marginó de gran parte de la campaña anterior, meditó seriamente en colgar el guante. Sin embargo, los grandes competidores no aceptan retirarse por obligación, menos aún con la amarga sensación de no haber podido competir en plenitud. Por eso decidió extender su carrera un año más, con la convicción de tener la oportunidad de despedirse en sus propios términos, no en los que impone la fatalidad de un percance físico. Kershaw entendió que el adiós debía ser una celebración de lo que representó, no un desenlace gris.

Y vaya que tiene motivos para ser celebrado. Hablamos de un pitcher que marcó época: tres veces ganador del premio Cy Young, un MVP, campeón de Serie Mundial, líder en efectividad y ponches en múltiples temporadas, y por sobre todo, un referente de constancia y profesionalismo. Kershaw no solo dominó montículos durante casi dos décadas; también encarnó el espíritu de la franquicia angelina, ese que combina historia, exigencia y espectáculo. Para toda una generación de aficionados, pensar en los Dodgers es pensar en Kershaw. Su presencia definió la identidad del equipo tanto como lo hicieron, en su momento, figuras legendarias como Sandy Koufax o el gran Fernando Valenzuela.

Lo emotivo de su anuncio, en una sala abarrotada de familiares, compañeros y entrenadores, confirma el respeto y el cariño que supo sembrar. No era una conferencia de prensa fría ni un acto de trámite; fue la despedida anticipada de un ídolo que sabe que su trayectoria trasciende más allá de números o estadísticas. Porque lo que queda grabado en la memoria son también sus gestos, su humildad, su entrega y esa mezcla de intensidad y serenidad con la que enfrentaba cada turno.

El beisbol es un deporte de ciclos. Los Dodgers deberán aprender a vivir sin su estandarte en la rotación, como ya lo hicieron en otras eras. Sin embargo, la huella de Kershaw será indeleble. No solo porque su nombre quedará inscrito en el Salón de la Fama de Cooperstown, destino que parece inevitable, sino porque su forma de competir servirá de ejemplo para quienes vistan esa franela en el futuro. Cada joven lanzador que se ponga la gorra azul llevará en el recuerdo la imagen del zurdo de Dallas que nunca claudicó y que siempre dio la cara por el equipo.

Lo que viene será un recorrido de homenaje en cada parque de la Liga. Los aficionados rivales, incluso aquellos que tantas veces sufrieron sus ponches, lo aplaudirán de pie, conscientes de que presencian los últimos capítulos de una leyenda. No será fácil para él convivir con esa dualidad de seguir compitiendo mientras se despide, pero quizá esa es la mejor manera de cerrar el círculo: jugando, lanzando, demostrando que aún en su última campaña mantiene el espíritu combativo que lo caracterizó.

Kershaw se va como pocos lo logran: con dignidad, con reconocimiento y con la certeza de que no le debe nada al juego, aunque el juego le deba mucho a él.

Cuando el telón caiga y Clayton Kershaw lance su último pitcheo, no será solo el cierre de una temporada ni de una carrera, sino la despedida de un capítulo glorioso en la historia del beisbol. Y quizá ahí radique lo más trascendente: en haberse ganado el derecho de elegir cómo decir adiós, en sus propios términos, como lo hacen las verdaderas leyendas.

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@salvadorcosio1

Cortesía de El Informador



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