El pasaje cultural de Guadalajara a un año del Mundial de Futbol


Las mochilas rojas cuelgan del toldo, mecidas por el viento de un miércoles caluroso en el centro de Guadalajara. Las pulseras trenzadas y de colores brillantes se amontonan sobre la mesa, una al lado de otra, mientras las bolsas con símbolos tapatíos se balancean desde las varillas. Aquí, entre la Plaza Tapatía y el Escudo de Armas, donde se alcanza a ver la cúpula del Hospicio Cabañas, Fanny Campos acomoda sus artesanías cada mañana, seis días a la semana, desde hace 7 años.

Su voz se eleva nítida: “uno por cuarenta o tres por cien”. Las palabras se proyectan sobre el ruido constante de las obras, sobre los alambres, la maquinaria y el polvo que transforma el paisaje del Centro Histórico.

El polvo se posa sobre las artesanías. Algunas personas pasan con prisa, cargando bolsas; otras se detienen a un metro de distancia y miran con cautela; unas pocas se acercan directamente, toman los productos y preguntan precios. Hay turistas extranjeros y locales.

“Es lo que hemos hecho siempre, desplazarnos, movernos”, dice con un tono que mezcla resignación y hartazgo. El Mundial 2026 se acerca y con él, la incertidumbre sobre el futuro del tianguis.

“Hay un rumor de que nos van a mover”, dice mientras acomoda los imanes, la artesanía que más le gusta: “son mi pieza favorita, tienen la esencia de lo que es Guadalajara”. Las autoridades no han confirmado nada oficial, pero el rumor circula entre los comerciantes.

Fanny Campos, oaxaqueña establecida en Guadalajara, observa las obras con una mezcla de desconfianza. “El Gobierno siempre ha querido eso, es su oportunidad”, dice. “No sabe aprovechar lo que es México, que realmente es la artesanía, la etnia, la cultura”.

Su preocupación principal es concreta: “Mi mayor miedo es que nos muevan, porque luego el Gobierno piensa que damos mala imagen”. Para Fanny, existe una tensión entre la imagen que las autoridades quieren proyectar y la realidad del comercio artesanal. “Ellos prefieren que la ciudad se vea como otras de Estados Unidos y no como realmente es México y sus artesanías”. A un año del Mundial 2026, Fanny espera con incertidumbre cuál es su papel en esa nueva imagen de la ciudad.

Lo mismo le pasa a José Luis Orozco, un caricaturista que observa las obras desde otro ángulo del Centro Histórico. A unas cuadras de distancia del tianguis de artesanías, donde el ruido de la maquinaria pesada se intensifica, en el lienzo se retrata una Guadalajara mundialista. Un balón de oro junto al Hospicio Cabañas, turistas extranjeros posando para fotos, las calles del Centro Histórico convertidas en un flujo constante de visitantes. José Luis, caricaturista de 46 años de experiencia, imagina las largas filas frente a su caballete, los periodistas internacionales documentando su trabajo, las caricaturas de futbolistas famosos colgando de sus exhibidores.

Pero hoy el sol de las cuatro de la tarde se filtra a través de la malla perimetral que rodea las obras del Degollado, proyectando sombras sobre su rostro concentrado mientras trabaja. El aroma a grafito se mezcla con el polvo de concreto.

“Ahí estaba antes”, dice con voz grave, señalando al otro lado de la calle mientras ajusta sus lentes. José Luis, originario de Zamora, Michoacán, lleva 26 años establecido en las inmediaciones del teatro Degollado, pero las obras para el Mundial lo obligaron a cambiar de acera hace un mes. Su nuevo refugio es un pequeño espacio donde despliega sus caballetes portátiles, rodeado de caricaturas con rostros de turistas, parejas, niños con miradas curiosas, edificios emblemáticos y personajes populares de la política mexicana.

Su bigote canoso se mueve mientras explica cómo su clientela se redujo de diez caricaturas semanales a apenas tres. “La gente pasa corriendo”, apunta hacia los peatones mientras se esquivan unos a otros en el pasillo estrecho entre la malla de la obra y el Jardín de San Agustín. “Antes se detenían, miraban, preguntaban. Ahora van con prisa”.

Sus dedos, manchados de tinta, perfeccionan los rasgos de un rostro en tonos marrones. El reloj con placa verde en su muñeca izquierda marca el tiempo que tarda en retratar un gesto. Lleva camisa beige con mangas remangadas hasta los codos y pantalones de mezclilla desgastados.

“El Mundial será como una luna de miel”, dice muy seguro mientras se sienta en su banquito y observa su caballete. Sus ojos se iluminan al hablar de los periodistas de la FIFA que ya se acercaron, de las promesas de mayor turismo, de la seguridad que llegará con más policías. “Económicamente, será positivo, pero después… casi siempre todo regresa a como estaba”.

Por ahora, José Luis continúa trabajando bajo el sol de la tarde. El Mundial 2026 traerá cambios, pero hoy ajusta su caballete en el nuevo espacio, esquiva el polvo de las obras y espera que alguien se detenga para un retrato en una Guadalajara que todavía se está preparando.

Mientras José Luis ve en su reloj avanzar el tiempo, a pocas cuadras de distancia, en el refugio de una librería, se escucha una carcajada que contrasta con el estruendo de las obras. Alberto Soto suelta una sonrisa cuando confiesa que le va a los extintos Tiburones Rojos de Veracruz. Entre risas se llena el sonido ambiental de su librería. Le gusta el futbol, pero no pisará ningún estadio durante el Mundial 2026. “No es un Mundial exclusivamente de México. Si hubiera sido un México 70, México 86, México 2026, ah, es otra situación. Es un Mundial en Estados Unidos donde nosotros tenemos unos juegos y ya”.

En Librero en Andanzas, la sucursal que maneja desde hace tres años después de llegar de Ciudad de México, cada estante encuentra su orden propio. Para Alberto, el Mundial será un espectáculo lejano que observará desde la distancia de quien conoce a su clientela. “Sí, va a haber un flujo importante de personas, pero ellos a lo que vienen es a ver el partido. Van a disfrutar un poco la ciudad. En eso sí va a ayudar estas rehabilitaciones. Se va a ver más bonito, pero no considero que vaya a haber un flujo de venta más allá de lo ordinario”.

Entre los libros y las vallas, Alberto ordena su pequeño mundo mientras la ciudad se prepara para un Mundial que, para él, será solo el pretexto para cambios que ya estaban en marcha.

Cuando llega el domingo y el centro de Guadalajara suspende el estruendo, esa misma ciudad transformada se ve distinta. Las máquinas excavadoras permanecen inmóviles junto a montículos de tierra, los martillos callan, las cercas metálicas delimitan espacios vacíos donde durante la semana resuenan los cambios de una ciudad que se prepara para el Mundial 2026. En este paréntesis de silencio, sobre avenida México, el tianguis de antigüedades El Trocadero se extiende en una variedad de objetos.

Sofía Chagollán, de diecinueve años, coloca sobre una mesa plegable acuarelas y sus obras de Snoopy y Hello Kitty. En otra mesa, a su lado derecho, varios cómics de su padre se extienden sobre la superficie y algunas cajas guardan ediciones de tapa dura de historietas de superhéroes.

“Estudio artes plásticas”, dice Sofía mientras observa acercarse a una pareja a su puesto. “El puesto es de mi papá, yo estoy como de chalana en estos momentos, vendiendo algunas cosas que yo traigo”.

El tianguis funciona como un espacio de intercambios constantes. Compradores que fotografían objetos antes de comprar; vendedores que gritan precios desde puestos vecinos; niños que corren entre las mesas mientras sus padres buscan vinilos o herramientas antiguas. Sofía observa esta dinámica mientras responde preguntas sobre los precios de las acuarelas. “Yo estoy acá más que nada para sustentar mis estudios porque la carrera es algo cara en cuestión de material”, explica.

Gerardo Chagollán, su padre, llegó aquí hace cuatro años, cuando la pandemia paralizó su fuente de ingresos principal. “Cuando llega la pandemia, pues es como ¿qué hace uno para generar más dinero? Primero empezó en el tianguis Cultural con esa mesita chiquita y una caja. Ahí vendió solo como 600 pesos el primer día, pero vio una oportunidad”. La colección de cómics de Gerardo, acumulada durante décadas como hobby, se convirtió en su producto de venta.

El Mundial 2026 aparece en sus conversaciones como una fecha que reorganiza el presente. “Yo creo que sí seguiremos aquí, porque es un punto muy turístico de Guadalajara”, dice Sofía. “Si quieren mejorar las infraestructuras y quieren hacer ver mejor a la ciudad, también deben dejar ciertas cosas, la ciudad pierde el encanto que tiene si nos quitan. ¿Cómo vas a querer mejorar algo quitando cosas que son parte de la identidad cultural de la ciudad?”.

A las cuatro de la tarde, cuando el tianguis comienza a desmontarse, las mesas plegables se doblan, las cajas se llenan de historietas, acuarelas y objetos antiguos. Hacia el Centro Histórico, las mochilas, los imanes y las caricaturas desaparecen poco a poco de la vista de las personas.

El monumento a La Bandera, en la explanada de El Palomar, luce rodeado por obras de rehabilitación. EL INFORMADOR/A. Navarro

PARA SABER

Beneficios del mundial en la ciudad

  • El Mundial de Futbol 2026 representará una oportunidad histórica para Guadalajara, no solo por los partidos que se disputarán en la ciudad, sino por los efectos económicos, culturales y urbanos que se prevén. La llegada de turistas internacionales y nacionales incrementará la ocupación hotelera, beneficiará a restaurantes, comercios y transporte, y generará ingresos significativos para los vendedores locales de artesanías y productos culturales.
  • Además, la organización del evento ha impulsado la rehabilitación de infraestructura urbana en el Centro Histórico, mejorando calles, banquetas y espacios públicos, lo que favorecerá la movilidad y la seguridad para residentes y visitantes. Las obras y adecuaciones también buscan embellecer la ciudad, proyectando una imagen moderna sin perder su identidad cultural, lo que podría atraer inversión y turismo incluso después del torneo.
  • Los comerciantes, artistas y emprendedores locales, como los del tianguis de artesanías o los caricaturistas del teatro Degollado, se benefician directamente al tener mayor visibilidad y un flujo constante de público, lo que les permite sostener sus negocios y acercar la cultura tapatía a audiencias internacionales.
  • Asimismo, la cobertura mediática del Mundial coloca a Guadalajara en el mapa global, promoviendo su historia, gastronomía y patrimonio cultural. Este evento también fortalece la cooperación entre autoridades municipales, estatales y privadas, fomentando planes de seguridad, servicios y logística que perdurarán más allá del torneo.
  • En conjunto, el Mundial 2026 promete generar un impacto positivo en la economía local, consolidar la identidad cultural de la ciudad y dejar un legado urbano que beneficiará a Guadalajara durante años.
     

Cortesía de El Informador



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