
Hace unas semanas escribí un texto que llevaba por título “Adán, el cadáver político útil”. La defunción política de Adán Augusto López fue resultado de la divulgación de la orden de aprehensión en contra de Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco, acusado de dirigir el cártel La Barredora. Bermúdez había sido colocado en el Gobierno por Adán Augusto cuando fue mandatario de aquel Estado. En ese texto (Milenio, 26 de agosto) argumenté que para Claudia Sheinbaum resultaba más conveniente un debilitado Adán Augusto como líder del Senado, que afrontar las olas que desataría un intento de remoción en ese momento. En todo caso, Sheinbaum no tenía motivos para apresurarse: arrancar una fruta antes de su maduración termina sacudiendo el árbol; tomarla cuando está a punto de caer por su propio peso está libre de tensiones o esfuerzos.
Durante estas semanas la prioridad de la Presidenta en lo tocante al poder legislativo ha sido la aprobación de sus iniciativas de ley y sus presupuestos. Es cierto que, a lo largo del primer año y en tanto coordinador del Senado, Adán Augusto había cumplido las instrucciones de Palacio, pero siempre llevando agua al molino de su propia agenda. Los manejos y estilos del tabasqueño claramente desafinaban con los de la Presidenta y, en algunos momentos, el exsecretario de Gobernación pretendía asumirse como una especie de contrapoder al interior del propio movimiento. Desde hace un mes eso es historia. El escándalo terminó por desplomar su capital político, que de cualquier manera venía desgastándose en la medida que crecía el liderazgo y popularidad de Sheinbaum.
Pero no perdamos de vista que, al arranque del sexenio, no podía descartarse la posibilidad de que hubiera existido algún imponderable o circunstancia externa (Trump), un desliz de Sheinbaum o un escándalo inesperado capaz de debilitar a la nueva Presidenta. Adán Augusto ha ostentado estos meses la segunda posición de fuerza política dentro del movimiento, y no por prestigio o méritos, sino por designio de López Obrador. La fórmula diseñada por el expresidente provocó que el poder Ejecutivo quedara en manos de Claudia, pero el Legislativo en la de sus dos exrivales: Adán en el Senado y Ricardo Monreal en la Cámara de Diputados. Nunca entendí las razones de peso para el enorme riesgo que corrió López Obrador con este esquema: algún escenario inesperado pudo haber dejado al movimiento en manos de estos dos expriistas, claramente ajenos a la agenda social en favor de los desprotegidos. Por fortuna, no sucedió, en buena medida gracias a los méritos de Claudia y a los obvios deméritos de Adán Augusto.
En el artículo mencionado insistí en que, si bien el coordinador del Senado era ya un cadáver político, no convenía a Sheinbaum tomar la iniciativa para precipitar un cambio; era innecesario asumir el costo, por poco que fuese, de una medida que pudiera ser vista como una purga claudista. Pero, a la postre, la lógica termina venciendo: hay cadáveres que pueden ser útiles, hasta que llega el punto en que irremediablemente comienzan a apestar. Ese momento ha comenzado.
Y no solo por lo que puedan arrojar las declaraciones del recién aprehendido Hernán Bermúdez Requena, presunto líder de La Barredora. También porque para Morena tiene un costo de imagen cada semana adicional que el exsecretario de Gobernación se mantiene como líder en el Senado. Recordemos que, en paralelo al escándalo de La Barredora de Tabasco, el espacio mediático ha sido sacudido por el de los oficiales marinos de alto rango, familiares del extitular de la Secretaría, vinculados al llamado huachicol fiscal.
En ambas situaciones, dos miembros del exgabinete de López Obrador habrían colocado a operadores del crimen organizado en posiciones de poder: Adán Augusto en Tabasco y el almirante José Rafael Ojeda a sus sobrinos en Aduanas. En el mejor de los casos se trata de negligencia; en el peor, de complicidad. Cabe la posibilidad de que ambos sean inocentes de este último cargo, por supuesto. Pero mantenerlos en ubicaciones de tal fuerza (al menos a Adán) y sin ser objeto de una investigación supone un costo político dentro y fuera del país, particularmente cuando la derecha norteamericana ha convertido la presunción de una infiltración de los cárteles en el Gobierno como un argumento para intervenir de manera directa.
Quizá aún exista algún obradorista despistado que considere que remover a Adán Augusto, colocado allí por López Obrador, constituirá motivo de tensiones internas o una especie de desacato. Pero las posibilidades de que alguien en el movimiento levante la mano en favor del tabasqueño son ya mínimas. Curiosamente, dos gobernadores que apoyaron su candidatura a la Presidencia, Rubén Rocha en Sinaloa y en algún momento Rutilio Escandón en Chiapas (hoy cónsul en Miami), por distintos motivos son también objeto de cuestionamientos; serían los últimos interesados en hacerse notar.
Pero habría que considerar que, incluso al margen del movimiento, comienza a ser una cuestión de Estado tener un personaje bajo sospecha a cargo del Senado, pues la inacción o aparente permisividad daña la imagen del Gobierno mexicano. Su papel como jefe de la bancada, me parece, tiene los días contados. El tema es cómo y cuándo.
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Cortesía de El Informador
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