Sheinbaum y Carney unidos ante la dureza de Trump

La conferencia de prensa conjunta del pasado jueves entre la presidenta Claudia Sheinbaum y el primer ministro canadiense Mark Carney mostró a dos jefes de gobierno hablando de cooperación, integración y optimismo frente a la inminente revisión del T-MEC. Ambos insistieron en que la competitividad de América del Norte depende de mantener un frente común, de no ceder a tentaciones bilaterales y de fortalecer cadenas productivas que han hecho de la región la más integrada del planeta. Carney incluso habló de una “alianza estratégica integral” anclada en prosperidad, seguridad, inclusividad y sostenibilidad; la presidenta subrayó que el tratado no solo genera inversión y comercio, sino también empleos mejor remunerados e innovación.

Ese optimismo contrastó con la realidad impuesta por Donald Trump desde su regreso al poder en enero. Hay que recordar que durante años dijo que el TLCAN fue “el peor acuerdo de la historia” y, aunque se colgó la medalla de haber creado el T-MEC, hoy ha vuelto a sus viejas andanzas: amenazas de aranceles generalizados: 25% a México y Canadá, 50% al acero y al cobre semiterminado, y la advertencia de que el tratado necesita “cambios mayores o incluso la cancelación” si no cumple con sus exigencias en migración, drogas o seguridad nacional. En otras palabras, Trump utiliza el T-MEC como un arma de negociación, no como un compromiso firme.

Mientras Carney y Sheinbaum hablan de cooperación trilateral, Trump prefiere la lógica del “America First”: dividir para vencer. Si en el pasado llamó al TLCAN una pesadilla y despreció los fallos de la OMC, hoy busca presionar a México y Canadá con medidas unilaterales. En los hechos, es una renegociación bajo chantaje: o aceptan sus condiciones o se enfrentan a aranceles que dañan a sus industrias.

¿Qué puede esperarse, entonces, de la renegociación del T-MEC? Lo primero es reconocer que ni Trump puede darse el lujo de dinamitarlo por completo. La integración automotriz, agrícola y manufacturera es tan profunda que destruirla golpearía a millones de empleos estadounidenses. Eso explica por qué, incluso al anunciar aranceles, el gobierno de EU ha tenido que ajustarlos para “minimizar la disrupción” en el sector automotriz.

Lo segundo es que la unidad entre México y Canadá será clave. La conferencia Sheinbaum-Carney manda una señal correcta: no aceptar negociaciones separadas y mantener una postura común. Solo así podrán resistir la estrategia de Trump de dividir y presionar bilateralmente.

Mi pronóstico es que la revisión concluirá con un T-MEC modificado, no roto. Habrá concesiones en reglas de origen, quizá más exigencias en temas laborales y ambientales, y se endurecerán cláusulas sobre seguridad y migración. México y Canadá conservarán el acceso preferencial, pero pagarán el costo de aceptar condiciones más duras. El tratado sobrevivirá, pero en una versión menos equilibrada, más hecha a la medida del nacionalismo económico de Trump.

En resumen, Claudia Sheinbaum y Mark Carney ofrecen la visión de una región integrada y optimista; Trump responde con amenazas y unilateralismo. El desenlace será un T-MEC debilitado, aún vigente, pero menos cooperativo y más condicionado a la voluntad del presidente estadounidense.

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Cortesía de El Economista



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