
LONDRES – Europa tiene depositadas grandes esperanzas en el “euro digital” que se está desarrollando. El efectivo ha servido durante mucho tiempo como el principal soporte para los depósitos de los bancos comerciales -reclamos directos al banco central-, lo que ha reforzado la confianza en el sistema financiero en su conjunto. En la era digital, cuando la participación del efectivo en las transacciones minoristas, incluso las más pequeñas, disminuye rápidamente, el Banco Central Europeo espera que el euro digital pueda cumplir esa función.
Pero las ambiciones del euro digital van más allá. Europa también espera que la moneda pueda reforzar su autonomía estratégica en un mundo en el que el dólar estadounidense es la principal moneda de reserva internacional y los sistemas de pago, tanto nacionales como internacionales, están dominados por empresas privadas estadounidenses como Visa, Mastercard y PayPal. Según esta visión, el euro digital salvaguardaría su papel internacional y apoyaría a quienes compiten con la hegemonía estadounidense en materia de pagos. Sin embargo, es poco probable que el euro digital cumpla por sí solo con estas expectativas.
El euro digital se ha concebido como complemento del efectivo físico -no como alternativa a los depósitos bancarios, que constituyen la inmensa mayoría de la oferta monetaria-. Al igual que el efectivo, los euros digitales serían distribuidos por los bancos comerciales pero canjeables por el banco central. Al igual que el efectivo, serían de curso legal, por lo que los europeos podrían utilizarlos para pagar compras en Internet y en comercios (utilizando sus teléfonos), y para enviarse dinero entre sí de forma rápida y eficiente. Y, al igual que el efectivo, no ofrecerían ningún rendimiento. Aunque las carteras digitales tendrán un límite máximo de 3,000 euros (3,500 dólares), podrán recargarse libremente.
A medida que las personas tengan menos efectivo físico, los reconforte la posibilidad de convertir fácilmente los depósitos bancarios en euros digitales que funcionan casi exactamente igual que el efectivo. Sin embargo, tal como se prevé, el euro digital será inútil para las transacciones corporativas, y probablemente no desempeñará un papel significativo en la gestión de liquidez ni en los pagos mayoristas. Y estas transacciones, no los pagos minoristas, son las que marcarán la diferencia en el fortalecimiento de la autonomía estratégica de Europa, incluso en materia de pagos.
El BCE tiene previsto ampliar el papel del euro digital en los pagos mayoristas mediante la vinculación de su sistema de registro central con los sistemas de pagos mayoristas del futuro, que probablemente se basarán en la tecnología de registro distribuido (DLT). Para ello, se han anunciado dos programas. El programa Pontes es una iniciativa a más corto plazo, centrada en tender un puente entre las plataformas DLT privadas y el sistema de registro centralizado existente del BCE, TARGET Services. El programa Appia, más ambicioso, busca crear un ecosistema financiero integrado y “preparado para el futuro”, basado en la DLT.
Estas iniciativas le permitirán al BCE actuar como contraparte principal en una serie de intercambios, incluidas las transacciones interbancarias del mercado monetario, en un contexto donde los bancos y otros participantes del mercado han adoptado la DLT. Sin embargo, dado que su objetivo principal es que el uso del euro en transacciones mayoristas sea tan rápido y eficiente como el del dólar estadounidense u otras divisas, es poco probable que Pontes y Appia generen un aumento sustancial de la participación del euro en las transacciones internacionales o en las reservas de divisas.
Sin embargo, existe un potencial punto de inflexión: las monedas estables (activos digitales vinculados a monedas fiduciarias tradicionales o materias primas). Si bien se supone que el euro digital debería funcionar de forma similar al efectivo, las monedas estables podrían actuar como alternativa a los depósitos. Si bien el programa Appia no compromete al BCE a crear una moneda estable en euros, sí creará la infraestructura necesaria para su desarrollo. Y con regulaciones favorables, las monedas estables podrían combinar la rapidez y eficiencia de los pagos digitales con la seguridad de los depósitos bancarios.
La legislación reciente a ambos lados del Atlántico contribuye en parte a este objetivo. La ley estadounidense GENIUS (Guía y Establecimiento de la Innovación Nacional para las Stablecoins de Estados Unidos) y la europea MiCA (Mercados de criptoactivos) exigen que las entidades emisoras dispongan de suficientes activos de alta calidad y alta liquidez para respaldar plenamente las monedas estables. Sin embargo, este requisito por sí solo no es suficiente, porque en tiempos de crisis, el valor de los activos de respaldo puede caer, desencadenando una retirada masiva de las monedas estables, similar a una corrida contra los depósitos bancarios, solo que sin un banco central que actúe como prestamista de último recurso.
Hasta ahora, ni el BCE ni la Reserva Federal de Estados Unidos han expresado su intención de asumir ese papel. Pero el presidente estadounidense, Donald Trump, se ha comprometido a apoyar el desarrollo de la industria de las criptomonedas, y parece considerar a los emisores de monedas estables como una fuente importante de demanda futura de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Esto sugiere que la administración Trump puede tomar cualquier medida regulatoria que sea necesaria para permitir que las monedas estables prosperen, incluyendo ofrecer garantías de que la Fed proporcionará apoyo de liquidez a los emisores.
Si la Fed toma esa medida, y el BCE no, las monedas estables en dólares estadounidenses eclipsarán a las monedas estables en euros, fortaleciendo aún más el dominio del dólar estadounidense. Más allá de limitar la autonomía de pagos de la UE y el desarrollo de su mercado de capitales, esto podría dejar al BCE dependiente de la liquidez de la Fed en caso de crisis, socavando su independencia en materia de política monetaria y haciendo subir el costo del capital.
Garantizar el apoyo de liquidez del BCE a los emisores de monedas estables implicaría un cambio radical en el panorama financiero y de pagos de la eurozona. Pero, en un contexto tecnológico y geopolítico en rápida evolución, el BCE puede verse obligado a elegir.
La autora
Lucrezia Reichlin, exdirectora de investigación del Banco Central Europeo, es profesora de Economía en la London Business School.
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Cortesía de El Economista
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