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- Autor, Sue Mitchell
- Título del autor, BBC File on 4 Investiga
Para proteger la identidad de los residentes y el personal de los hoteles hemos cambiado sus nombres.
Mientras como una comida que han cocinado en el suelo de una ducha, me doy cuenta de que nada me ha preparado para ver cómo es la vida de las personas en un hotel de acogida para refugiados.
Me invitaron a cenar con Kadir y su familia, no en el restaurante del hotel, sino en las habitaciones donde él vive con su esposa, Mira, y sus tres hijos.
Hay un cable eléctrico que ha sido cubierto con una gruesa cinta aislante y lo han extendido hasta el baño.
Tras la puerta de la ducha, Mira está agachada alrededor de una pequeña cocina que ha puesto allí mismo, casi bajo la regadera.
Coloca las sartenes y las ollas precariamente sobre una placa, mientras mueve la comida.
Cuando una sartén llena de aceite empieza a salpicar, me preocupo por la alarma de humo.
Pero no debería preocuparme, el sensor de la habitación está sellado herméticamente con bolsas de plástico.
Este arreglo es ilegal y peligroso, pero Kadir me dice que su familia prefiere correr el riesgo y preparar sus propios menús que alimentarse de la comida gratuita que se ofrece en el restaurante del hotel.
“Son papas fritas y nuggets de pollo”, afirma, y agrega que los residentes del hotel se han quejado de que les hace sentir mal.
El olor a hierbas y especias que flota por los pasillos parece sugerir que no son los únicos que se sienten así.
“Todos cocinamos en nuestras habitaciones”, asegura Kadir. “Todos lo hacemos, pero escondidos”.

Visité cuatro hoteles este verano boreal para la producción de una serie de documentales con el fin de intentar tener una idea de cómo es la vida para quienes viven y trabajan allí.
Dos hoteles albergaban familias, y los demás eran para personas solas, hombres en su mayoría.
Pero las historias en estas cuatro residencias eran similares.
Para proteger la seguridad de los residentes y el personal, elegí no revelar dónde están los hoteles.
Escuché de familias que han estado esperando en Reino Unido durante casi una década a que se decidieran sus casos, y de personas que han tenido bebés con la creencia equivocada de que hacerlo garantizaría automáticamente que la madre y el niño recibirían pasaportes británicos.
También escuché historias inspiradoras de generosidad humana, como la de una pareja de ancianos, ambos con graves problemas de salud, que aun así lograban ayudar a otros en su hotel con comida y apoyo emocional.

Pero, al mismo tiempo, vi indicios de que en los hoteles hay gente trabajando de forma ilegal y descubrí que el sistema de asilo paga por una cantidad extraordinaria de viajes en taxi.
El gobierno se ha comprometido a poner fin al uso de hoteles para albergar solicitantes de asilo para 2029.
Actualmente albergan a unas 32.000 personas en todo Reino Unido, una cifra por debajo de los 51.000 de 2023.
Los hoteles utilizados como alojamiento para solicitantes de asilo, incluidos dos que visité, se convirtieron en un foco de protestas ruidosas y a veces violentas los pasados meses, después de que un residente de un hotel en Epping, una localidad en las afueras de Londres, agrediera sexualmente a una niña de 14 años.
Normalmente la entrada de periodistas a los hoteles no está permitida, pero yo conseguí acceder a través de contactos de inmigrantes que cruzaron en bote a Reino Unido a través del Canal de la Mancha desde Francia.
Fuente de la imagen, AFP via Getty Images
Los hoteles no fueron concebidos para el uso de solicitantes de asilo.
En las reseñas de internet, las habitaciones se ven elegantes. Tienen sofás, televisores, camas dobles y baños privados.
Todo eso está ahí, y creo que cualquier persona estaría contenta de pasar un par de noches allí.
Bebés nacidos en Reino Unido
Lo que las imágenes no muestran es el desgaste y la acumulación de objetos que revelan que han estado ocupados continuamente durante meses y años.
Donde antes estaba la recepción del hotel, ahora hay mostradores de seguridad.
Afuera, hay advertencias de que no se permite la entrada al público.
En los hoteles que alojan familias, me sorprende la cantidad de cochecitos en las zonas de recepción y la cantidad de bebés y niños pequeños.
Con poco o ningún espacio común, los niños pasan sus días jugando en pasillos vacíos.
En uno de los hoteles, un muy amable guardia de seguridad, Curtis, me muestra una pista de carreras improvisada que ha montado para los niños en un aparcamiento sin uso, y las bicicletas que ha encontrado y reparado.
Cuando le pregunto al Ministerio del Interior cuántos niños han nacido en los hoteles que acogen solicitantes de asilo, me dicen que no hay cifras disponibles.
Un padre sostiene con orgullo uno de los primeros bebés que conozco. Llegaron de Somalia apenas unas semanas antes y me dice que es un “bebé británico”, nacido en “suelo británico”, y que algún día, según cree, tendrá un pasaporte británico.
Pero esto no es así de simple.
El Ministerio del Interior puede deportar a solicitantes de asilo que hayan tenido bebés en Reino Unido, aunque, según Jon Featonby, del Consejo para los Refugiados, existen salvaguardas adicionales que dificultan su expulsión forzosa.

Fuente de la imagen, Joe Dixie/BBC
9 años y 3 apelaciones
Kadir y Mira, la pareja que me preparó la comida, también tuvieron un bebé tras llegar a Reino Unido.
Kadir cuenta que él, su esposa y sus dos hijos mayores se vieron obligados a huir de Irak.
En su país natal, Kadir trabajaba como traductor, pero cuenta que fue víctima de la delincuencia.
Los han instalado en diferentes hoteles por todo Reino Unido desde que llegaron al país hace nueve años.
El Ministerio del Interior rechazó inicialmente el caso de Kadir por falta de pruebas.
Presentaron dos apelaciones que no tuvieron éxito. Una tercera apelación está actualmente en trámite.
La familia ocupa dos habitaciones de hotel contiguas: una para Kadir, Mira y su bebé, y la otra para su hija de 12 años, Shayan, y su hijo de 14 años, Roman.
Trabajo ilegal
Kadir dice que quiere trabajar, pero no lo hará ilegalmente.
Sin embargo, afirma que conoce a muchos solicitantes de asilo que buscan complementar las 9,95 libras (US$13,44) semanales que reciben del gobierno.
Kadir me presenta a Mohammed, quien llegó de Afganistán hace unas semanas.
Mohammed consiguió un trabajo incluso antes de llegar a Reino Unido, cuenta, pues su primo ya estaba aquí trabajando de manera ilegal.
Ahora gana 20 libras (US$27) al día por turnos que, según él, pueden durar 10 horas. A veces más.
Cuando le planteo a Mohammed que está rompiendo la ley, responde que no tiene otra opción porque su familia les debe dinero a traficantes de personas.
Es una historia que también escucho de otros solicitantes de asilo.
Mohammed quiere enviarle dinero a su esposa con la esperanza de que un día, si le permiten quedarse en Reino Unido, ella también pueda viajar y reunirse con él.
En los cuatro hoteles para migrantes que visité, había hombres y mujeres entrando y saliendo a horas que sugerían que estaban trabajando.
A veces había bicicletas de reparto estacionadas junto a los edificios y, ocasionalmente, llegaban camionetas que recogían gente.

En julio, el Ministerio del Interior llevó a cabo una ofensiva en todo Reino Unido contra los conductores de reparto ilegales.
1.780 personas fueron detenidas y entrevistadas, lo que resultó en 280 arrestos por trabajo ilegal.
Como resultado, las autoridades están reevaluando el apoyo financiero de un total de 53 personas.
El personal del hotel me dice que no es su trabajo revisar ese tipo de cosas, pero el guardia de seguridad Curtis asegura que no le sorprende.
“No tienen nada que hacer. Así que, por supuesto, van a salir a trabajar”.
“¡Váyanse a su país!”
Parece haber un flujo constante de taxis que llegan y salen de los cuatro hoteles que visito.
El Ministerio del Interior dice que no tiene cifras de la cantidad de dinero que gasta en taxis trasladando a los solicitantes de asilo hacia y desde los hoteles.
Aunque a los residentes se les entrega semanalmente un pase de autobús para un viaje de ida y vuelta, cualquier otro viaje necesario (por ejemplo, una visita al médico) requiere utilizar taxis.
Hay que presentar el comprobante de una cita próxima en recepción, donde se reserva un taxi mediante un sistema automatizado.
No se ofrece transporte público ni caminar como opciones.
Esto puede dar paso a viajes inusualmente largos o muy cortos.
Por ejemplo, cuando los migrantes se mudan de hotel, a veces se quedan con los mismos médicos del sistema nacional de salud (NHS), especialmente cuando se trata de derivaciones.
Kadir cuenta que, debido a un problema de rodilla, le recomendaron hacer un trayecto de 400 kilómetros en taxi para ver al especialista que lo había atendido en su antigua dirección.
Comenta que el taxista le dijo que el viaje de ida y vuelta costaba 600 libras (US$811).
“¿Debería el Ministerio del Interior darme el billete de tren? Esa es la vía fácil, saben que gastan demasiado dinero”, señala Kadir.
“Nosotros también lo sabemos, pero no tenemos otra opción. Es una locura”.
Acompaño a Mira y Shayan a caminar hasta una farmacia local para recoger una receta. Esto implica enfrentarse a una fila de manifestantes que les gritan “¡Váyanse a su país!”.
Mantienen la cabeza baja mientras la policía los escolta.

Más tarde le pregunto a Shayan, de 12 años, qué piensa de las protestas.
Ella dice que quiere interactuar con los manifestantes y le frustra que el personal del hotel no se lo permita: “Mis amigos y yo siempre hemos querido acercarnos a ellos y hablarles cara a cara. ¿Qué problema tienen también con los niños?”.
Shayan y su hermano dicen que a menudo les da miedo tomar el autobús escolar que los recoge todos los días.
“Nunca se sabe qué le harán los manifestantes al autobús”, explica, y añade que teme que alguno de ellos intente subirse.
Ella dice que quiere quedarse en Reino Unido, pero hasta ahora ha pasado su vida en circunstancias inciertas.
“Cuando nos instalamos en un lugar, nos mudan y luego tenemos que conocer la zona, ir a una nueva escuela, hacer nuevos amigos y, cuando hemos hecho eso, nos mudan nuevamente”.
Sin dinero y quizá próximamente sin techo
El Ministerio del Interior dice que está identificando lugares de reubicación más adecuados para los solicitantes de asilo, como edificios en desuso y antiguas instalaciones militares.
Mientras tanto, “esperamos que todos los proveedores mantengan los más altos estándares para preservar la seguridad y el bienestar de quienes están bajo su cuidado”, afirmó un portavoz.
Desde que hablaron conmigo, a Kadir y a su familia les han dicho que los trasladarán de nuevo a dos hoteles en ciudades diferentes.
A Kadir y a su pequeña hija les han ofrecido alojamiento en un hotel, y a Mira, Shayan y Roman en otro, a casi 320 kilómetros de distancia.
Pero se niegan a irse.
A Kadir le dijeron que le quitarían la ayuda financiera que le daban cada semana y existe la posibilidad de que las autoridades consideren que decidieron quedarse sin hogar intencionalmente.
El futuro de la familia –como el de muchos otros solicitantes de asilo– sigue siendo de todo menos seguro.

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Cortesía de BBC Noticias
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