Fuente de la imagen, Cortesía La Milarca
En un privilegiado parque de Monterrey, rodeado de brillantes rascacielos y no muy lejos del centro, está, desde 2023, el museo La Milarca, un majestuoso espacio de casi 3.000 metros cuadrados donde se exhibe una de las colecciones privadas de arte más espectaculares del mundo.
De aspecto colonial, con tejas y grandes arcos de madera y piedra, el museo alberga piezas como una espada de Hernán Cortés, un autorretrato de Frida Kahlo y un fósil de 200 millones de años. Sus techos góticos y renacentistas tienen tres siglos, y fueron comprados en Europa, desmontados pieza por pieza y luego reinstalados acá, en la ciudad más pujante de México.
Todo esto gracias al carismático y polémico Mauricio Fernández Garza, el coleccionista, el acalde, el heredero: uno de los hombres más poderosos de México, quien murió esta semana a los 75 años, y cuya historia ilustra mucho de lo que es el municipio que gobernó, el famoso San Pedro Garza García.
La Milarca, en el extremo oriental de San Pedro, materializa el legado de Fernández no solo porque usa su millonaria colección, que entregó en comodato al Estado de Nuevo León, sino porque es una réplica exacta de la mansión donde vivió durante décadas en los boscosos cerros del municipio.
Pero además, me dijo Melissa Denis, secretaria de Cultura de la gobernación, La Milarca ilustra el modelo con el cual este municipio, esta ciudad, este estado y esta sociedad se hicieron los más ricos de México.
“La Milarca concreta el espíritu de colaboración, de fuerza, de trabajo en equipo que siempre ha habido en Nuevo León entre la iniciativa privada y el sector público”, asegura la funcionaria. “Es parte de nuestra identidad, es parte de lo que ha hecho posible todo nuestro gran desarrollo económico y social”.
Incluso si, como muchos alegaron en su momento, La Milarca es más un capricho personal que una política de interés público, su existencia —su magnitud y su valor— es prueba de lo que puede ocurrir en el que es uno de los municipios más ricos de América Latina.

Fuente de la imagen, Cortesía Alcaldía San Pedro
“La tierra prometida”
Desde un principio, San Pedro se concibió a sí mismo como “la tierra prometida”, un oasis de abundancia, prosperidad y seguridad en medio de caos mexicano y metropolitano.
Hoy tiene números que le permiten jactarse de ello: por ejemplo, un PIB per cápita de US$107.000 anual, cinco veces el promedio nacional, o que el 70% de sus adultos tenga título universitario, el triple que en el resto de México.
En los años 50, cuando Mauricio Fernández era un niño, esto era un conjunto de grandes haciendas agrícolas y ganaderas, hasta que la industrialización, impulsada por la acerera Fundidora Monterrey y luego por la Cervecería Cuauhtémoc, exigió desarrollar un barrio residencial para los ingenieros y ejecutivos que se mudaban a la zona.
En poco tiempo el municipio llegó a tener los 130.000 habitantes que todavía hoy registra.
En los años 90, con la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, Monterrey pasó de ser una mediana ciudad industrial al núcleo de un boom económico impulsado por el libre mercado y la globalización. Llegó gente de todo el país. Llegaron empresas de todo el mundo.
Y los herederos del poder regiomontano, como se conoce a los oriundos de la zona metropolitana de Monterrey, invirtieron o vendieron sus terrenos. Compraron arte, viajaron, se toparon con la élite del poder mundial. Fundaron clubes, cámaras empresariales, revistas de sociales.
La élite regia es la élite más rica de México y, probablemente, de América Latina. Y gran parte de ella está concentrada en San Pedro, al pie de la imponente Sierra Madre.

El municipio tiene mucho de estadounidense: el automóvil es casi el único transporte posible, en los centros comerciales abiertos y cerrados se desarrolla gran parte de la vida social y en la estética de la arquitectura predominan el utilitarismo y la eficiencia, aunque haya ejemplos de casas y edificios premiados.
En lo social, sin embargo, aparecen esas facetas más asociadas a la vida latinoamericana: los clubes deportivos son herméticas instituciones cuyo acceso no depende del dinero, los chats de vecinos son álgidos espacios de deliberación ciudadana, la familia tradicional es el eje de una cultura conservadora y la interacción entre clases sociales dispares se da, sobre todo, en los ámbitos del trabajo doméstico.
“Si nos vamos al papel, San Pedro funciona como un sistema de democracia directa y participativa, porque la gente es muy activa; acá tú puedes ver a una señora con bolso Louis Vuitton parando una calle”, dice Fernando González del Bosque, un sampetrino que por décadas asesoró en comunicaciones a la alcaldía.
“Pero si nos vamos a la práctica —añade— funciona más bien como un feudo, como una monarquía, porque mucha de la riqueza es heredada y el que no es rey es emperador; todos quieren, y muchos pueden, tener acceso a hablar con el alcalde”.
“Entonces somos como un rancho, pero de primer mundo”, dice entre risas.

Fuente de la imagen, Getty Images
“Un rancho, pero de primer mundo”
Claudia Yayis Garza, una sampetrina en sus 60, puede andar con bolso de lujo, pero eso no le impide ser una activista vehemente, recalcitrante.
“Acá más del 65% del padrón electoral sale a votar y más del 80% de los ciudadanos pagamos (impuesto a la vivienda) predial”, señala, orgullosa. “Eso es lo que hace que tengamos esta calidad de vida, que tengamos voz, voto y que inclusive tengamos veto”, añade, sentada debajo del enorme árbol de mango de su patio.
Yayis lideró un proyecto para “salvar el parque el Capitán” y evitar que fuera remodelado con prácticas que, según ella, atentaban contra el sentido ecosistémico del espacio natural: “Intervinieron la sinuosidad del arroyo con maquinaria pesada y rellenaron el terreno con tierra amarilla, y eso hace que cada vez que llueva se inunde todo”, asegura.
El caso escaló: del chat de vecinos a la alcaldía, hasta que llegó a la Suprema Corte de la nación, donde fallaron a su favor, aunque la renovación del parque ya había terminado.
Toda obra en San Pedro suscita incontables versiones, estudios y reclamos: una tormenta social y política. Pero, más allá del caso, el punto de Claudia es este: “La gente cree que vivir en San Pedro es un privilegio, pero no, no es privilegio, es un derecho ganado, es un derecho porque yo participo, porque yo pago”.

Roque Cortés, 30 años más joven y promotor de la renovación de otro parque, coincide en el fondo: “El sueño sampetrino es vivir en comunidad, tener este alto índice de calidad de vida (…) Y luchar para que se mantenga así”.
Ambos se ríen cuando les pregunto por una recurrente descripción del municipio: que es un rancho.
“Sigue siendo una comunidad en la que todos crecimos unidos y juntos y nos conocemos”, explica él. Y ella dice: “Tiene que ver con el que todos somos solidarios y con que la frase de ‘un solo San Pedro’ es certera”.
La idea de que hay “un solo San Pedro” surgió de la alcaldía de Fernández Garza. Se convirtió en un eslogan replicado en redes sociales. Detrás había un programa de becas universitarias y otro para llevar servicios a los sectores menos favorecidos.
San Pedro podrá ser uno, pero no todas sus calles son iguales.

El “otro” San Pedro
En el noroccidente del municipio, en las faldas de otro de los cerros que rodean Monterrey, están las colonias menos ricas de San Pedro.
La diferencia con la otra sección del municipio es notable: no hay autos de lujo, ni boutiques, ni estudios de yoga.
Pero tampoco hay pobreza: la mayoría de la gente tiene acceso a la educación superior, todos los servicios básicos funcionan y hay parques abiertos donde la gente corre en pista de tartán y participa de los programas de la alcaldía.
Según cifras oficiales, el 5.5% de los sampetrinos es pobre. La pobreza extrema está prácticamente erradicada. Son cifras como las que reportan Suiza o Noruega.
Y en seguridad San Pedro también tiene números de país desarrollado: aunque hubo un pequeño repunte, en 2024 se reportaron 5 homicidios por cada 100.000 habitantes. Solo el 10% de los sampetrinos se siente inseguro, según encuestas, una quinta parte que el resto de los mexicanos.
La alcaldía de Fernández Garza —quien sufrió tres atentados y varias crisis de violencia— lanzó un polémico sistema de delación por pago y montó una policía civil entrenada por israelíes llamada Grupo Rudo, hoy extinta.
“Si vienes a delinquir, en San Pedro te va mal”, decía Fernández en el documental “El alcalde”, dirigido por Diego Osorno. “Tengo muchos mecanismos para que te vaya mal si bienes a hacer algo indebido”, añadía.
Nuevo León no es inmune a la situación de inseguridad y violencia que se vive en México. Los carteles del Noreste, Sinaloa y el Golfo han tenido presencia acá, y se han diputado entre ellos una plaza clave que es un corredor hacia el norte. El lavado de dinero, como en todo el México pudiente, ha proliferado

San Pedro se puede sentir como la excepción a todo eso, porque en pocos lugares de México hay una sensación de seguridad tan clara. Pero el municipio, como todos, ha sido víctima y foco de la guerra contra el narco.
“San Pedro, gracias a sus servicios, sus universidades y sus hospitales, atrajo a todo el que pudiera pagarlo, y eso por supuesto no excluyó a los narcotraficantes”, dice Carlos González, un historiador conocido como “el cronista de San Pedro”.
“La diferencia, creo yo, es que acá mantuvieron un bajo perfil, una identidad casi imperceptible, que les permitió quedarse y poner a sus hijos en los colegios y ser parte de esta sociedad aspiracional”.
Raúl Mora, activista vecinal y exfuncionario de varias cámaras empresariales, no cree que haya un solo San Pedro: “Al menos hay tres, cada uno representando un 30%, y en el más pobre no encuentras los mismos servicios médicos 24 horas y las patrullas de policías andan con un solo elemento, un solo oficial”.
Mora se define como parte del sector medio, que vive cerca del casco histórico sampetrino. Y su gran queja tiene que ver con la gentrificación en un municipio que también oficia como el más caro del país: más de US$2.000 en promedio el metro cuadrado.
“Estamos amenazados y el municipio ya está saturado”, señala en referencia al tema vehicular, otra de las grandes quejas. Cada día entran 400.000 automóviles a San Pedro: un carro, casi, por cada habitante.
“Desde hace muchos años San Pedro ha tenido una gran campaña de marketing político para generar esta imagen”, dice Mora. “Pero eso es simplemente un sector”. El resto, añade, “sufrimos grandes precariedades”, aunque estén mejor que en la mayoría del territorio mexicano.

“No todos cabemos”
El modelo de San Pedro es difícil de replicar en otras partes de México, porque es consecuencia directa de la riqueza que generó la industria regiomontana, estrechamente integrada en la economía de EE.UU.
Además, pensar una alianza tan clara entre el Estado y el sector privado —muchos califican a este como un “gobierno corporativo”— no parece posible, política y socialmente, a escala más grande.
Las obras de infraestructura y servicios del municipio —como puentes, túneles y policías— fueron pagados con recursos privados. La comunidad creó múltiples mecanismos de contribución adicionales a los impuestos ordinarios.
“El presupuesto de un municipio normal no puede pagar el tipo de obras que se hacen acá”, señala el cronista González.
Luis Álvarez es un ingeniero mecánico en la colonia sampetrina de Tampiquito que heredó un taller y dedicó su vida al activismo comunitario. Ha recorrido Monterrey como pocos. Y, mientras cocina unas sardinas en un asador al pie de la calle, insiste en que a San Pedro, más allá de su elitismo, “hay que verlo como un activo”.

“La gran deuda del modelo San Pedro es que no incluyó a todo el mundo, a toda la ciudad, porque tú puedes ser una burbuja, sí, pero siempre te vas a topar con otra burbuja; son más bien pompas de jabón que se tocan entre ellas”, asegura.
Y concluye: “Tenemos esa deuda, está bien, pero yo veo con esperanza el precedente que se marca acá de que somos, como dicen, y fíjate en el término, ‘superciudadanos’, de que todos tenemos que ser parte de la comunidad”.
San Pedro es famoso por su activismo ciudadano, pero también por su ombliguismo: cierta incapacidad de contemplar la ciudad y el mundo más allá de sus fronteras. Aunque viajen, aunque tengan casas en resorts de esquí o islas paradisiacas, para ellos el centro del mundo es San Pedro.
Lo dice —cómo no citarla— Cindy la Regia, la protagonista de una famosa tira cómica que se convirtió en película y serie de Netflix.
Rubia, elegante y joven, Cindy oficia como embajadora del estereotipo sampetrino: es egocéntrica, elitista, displicente; habla en spanglish y dice “tipo” cada frase; su obsesión es encontrar un marido “bien” y consumir lo que está de moda; aunque presume de estatus, es insegura y cada tanto evidencia las grietas de su mundo “perfecto”.
Ricardo Cucamonga, su creador, un sonorense que vivió acá dos décadas, me dijo: “Además del chiste, el éxito de Cindy es por las observaciones que plantea sobre una sociedad cerrada, muy rosa, todo es rosa, que sin darse cuenta, más bien con buen corazón, cae en la discriminación social, en el racismo, en el clasismo”.
“No es que sea clasista”, suele decir Cyndi. “Es que no todos cabemos en San Pedro”.

Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.
Cortesía de BBC Noticias
Dejanos un comentario: