
La élite económica mexicana siempre ha preferido el bajo perfil. Durante décadas, el poder real en México, el de los dueños de capital, transitó discretamente por los corredores del Estado y los consejos empresariales, prefiriendo guardar silencio y evitar el escrutinio público. La democracia mexicana, nacida después del predominio priista, se construyó sobre un consenso entre partidos, líderes y empresarios, que habilitó una transición pactada. Este acuerdo, donde la elite jugaba tras bambalinas, comenzó a resquebrajarse con el ascenso de Morena y la “4T”, que hizo de la disputa contra ese antiguo arreglo su bandera política y simbólica. Hoy, el oficialismo se enfrenta ahora a una impugnación no sólo institucional, sino comunicacional y cultural: el descontento social crece, sus canales de salida se multiplican ante la ausencia de un liderazgo convincente desde la oposición.
En ese escenario, un actor como Ricardo Salinas Pliego irrumpe en la escena pública. Rompe con la tradición de los empresarios invisibles y se planta en la arena pública como antagonista del Estado y sus operadores. Su presencia en el campo de batalla digital no es accidental. Salinas Pliego dispone de plataformas propias (TV Azteca, Banco Azteca, redes sociales) y asume una narrativa de confrontación directa. Desde estos espacios, introduce conceptos de impacto simbólico, y ahora ha logrado poner una capa más: la de los libertarios. Salinas Pliego utiliza la retórica de la libertad individual, el emprendedurismo y el rechazo a todo lo “gubernamental” o estatista, articulando un discurso que conecta con la crítica global a la burocracia y el colectivismo, y que ha sido clave en movimientos recientes de ultraderecha a nivel internacional.
Este lenguaje, que apela a la defensa de la propiedad, la innovación, la competencia y la prosperidad basada en el esfuerzo propio, se difunde desde think tanks, asociaciones culturales, medios y redes sociales, consolidando una identidad “libertaria” en nuevos nichos sociales y especialmente entre jóvenes emprendedores y autoempleados. Los procesos globales analizados de nuestros tiempos donde la construcción de nuevas derechas inicia muchas veces en el terreno cultural antes de articularse electoralmente. Salinas Pliego capitaliza el malestar y lo convierte en un aglutinador de subjetividades desencantadas no solo con el estatismo, sino con un sistema político que se percibe como cerrado y desactualizado para las demandas contemporáneas.
Morena, en el poder, gestiona el mayor volumen de recursos públicos y concentra arrastre social; pero, en su afán de desplazar el viejo régimen y despreciar la autocrítica, deja pequeñas grietas en la representación de quienes no encajan en su renovado consenso. Estos nichos de exclusión alimentan la emergencia de nuevos liderazgos, muchos de ellos carentes de estructura, pero con gran capacidad para capitalizar el descontento y reinventar el debate público en términos de lo digital y lo simbólico.
La presencia del discurso libertario –cuyo símbolo más visible en México es ahora Salinas Pliego– ilustra cómo la élite económica abandona el silencio para experimentar con narrativas radicalizadas, digitales y culturalmente eficaces, capaces de desafiar tanto la hegemonía actual como el repertorio político del pasado. Si este germen prende, la capa de los libertarios podría abrir el camino para una derecha popular, disruptiva y con bases sociales nuevas, mucho más allá del personaje que hoy la encarna.
@DelToroIsmael_
Cortesía de El Informador
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