Paleontólogos descubren por qué los ancestros humanos “hobbits” eran tan pequeños: la sorprendente clave está en sus dientes

Durante décadas, los paleontólogos han trazado la historia de la evolución humana como una progresiva expansión del cerebro, un viaje de millones de años desde cráneos diminutos hasta las enormes cavidades cerebrales que caracterizan a Homo sapiens. Pero todo cambió en 2003, cuando un hallazgo en una remota cueva de Indonesia puso patas arriba esta narrativa.

Allí, en la isla de Flores, se descubrieron los restos de una especie humana tan extraña como fascinante. Medía poco más de un metro de altura, tenía un cerebro del tamaño de un chimpancé y unos rasgos que recordaban más a los primeros homínidos que a los humanos modernos. Fue bautizada como Homo floresiensis, pero el mundo la conoció con un apodo más evocador: los hobbits humanos.

Una anomalía en la evolución humana

El hallazgo de Homo floresiensis supuso un terremoto científico. ¿Cómo era posible que una especie tan reciente —vivió entre hace 700.000 y 60.000 años— tuviera un cerebro tan pequeño? Para entonces, otras especies humanas como los neandertales ya mostraban un notable desarrollo cerebral. Y sin embargo, los hobbits no solo sobrevivían con un cerebro reducido, sino que tallaban herramientas, cazaban elefantes enanos y posiblemente usaban el fuego.

La clave para entender este enigma no estaba en el cráneo, ni en el fémur. Estaba en algo mucho más pequeño y aparentemente banal: los dientes. O, más específicamente, las muelas del juicio.

Un equipo de investigadores de la Western Washington University, liderado por Tesla A. Monson, ha publicado un revelador estudio en la revista Annals of Human Biology. En él, los científicos han comparado la longitud relativa de las muelas del juicio de Homo floresiensis con la de otros 14 homínidos, desde Australopithecus hasta Homo sapiens, para buscar patrones entre dentición, volumen cerebral y tamaño corporal.

Un cráneo atribuido a Homo floresiensis, la enigmática especie apodada como “el hobbit”
Un cráneo atribuido a Homo floresiensis, la enigmática especie apodada como “el hobbit”. Foto: Wikimedia/Christian Pérez (composición)

La investigación reveló un detalle crucial: en la mayoría de los homínidos, a medida que el cerebro crecía, las muelas del juicio se hacían más pequeñas. Es un patrón evolutivo claro que se observa en nuestra propia especie y en parientes cercanos como los neandertales.

Pero Homo floresiensis rompía este patrón. Sus muelas del juicio eran pequeñas, como cabría esperar en una especie con un cerebro desarrollado. Sin embargo, su endocráneo apenas alcanzaba los 400 cm³, el tamaño de un chimpancé.

Este desajuste revelaba algo asombroso. Los hobbits parecían “preparados” en el útero para desarrollar un cerebro grande, pero en algún momento después del nacimiento, ese desarrollo se detenía. Y ahí entra en escena la hipótesis que podría cambiar para siempre nuestra comprensión del crecimiento humano: el freno al crecimiento cerebral y corporal de Homo floresiensis pudo deberse a un mecanismo que aún hoy existe en nuestra especie.

La pista de las hormonas del crecimiento

Para comprender cómo este “freno” pudo haber operado, los investigadores recurrieron a un trastorno humano conocido como síndrome de Laron, una condición genética que provoca baja estatura y microcefalia por la deficiencia de una hormona clave: el IGF-1 (factor de crecimiento similar a la insulina tipo 1). Las personas con esta condición nacen con medidas normales, pero su crecimiento se ralentiza bruscamente tras el nacimiento.

Curiosamente, en estos individuos las muelas del juicio no se ven afectadas, ya que estas se forman en las primeras etapas del desarrollo fetal. Lo mismo parecía ocurrir con Homo floresiensis: dientes normales para su especie, pero cuerpos y cerebros detenidos en su crecimiento. La hipótesis de los investigadores sugiere que una reducción postnatal de IGF-1 o mecanismos similares de crecimiento podría haber provocado su talla miniatura, sin necesidad de recurrir a mutaciones patológicas.

Este cambio no se habría producido por accidente. Los hobbits vivían en una isla, aislados del continente y rodeados de un ecosistema singular, donde los grandes depredadores brillaban por su ausencia y los recursos eran limitados. En este entorno, la evolución tomó un rumbo muy distinto.

El fenómeno del “enanismo insular”

La isla de Flores es famosa por albergar otros ejemplos de especies enanas, como el Stegodon sondaarii, una suerte de elefante pigmeo. El fenómeno, conocido como enanismo insular, se da cuando una población de gran tamaño queda aislada en una isla y, con el tiempo, sufre una reducción progresiva en tamaño como estrategia de supervivencia.

Es una estrategia evolutiva bastante común en mamíferos, y ahora se cree que también ocurrió en Homo floresiensis. Pero no fue un simple achicamiento proporcional. El estudio de Monson y sus colegas demuestra que el cuerpo de los hobbits se redujo más rápido que sus dientes, algo que también se ha documentado en otros casos de enanismo en primates.

Lo más interesante es que este patrón también aparece en otra misteriosa especie insular: Homo luzonensis, descubierta en Filipinas. Aunque no se han hallado suficientes restos para estimar su tamaño cerebral, la dentición sugiere que podría haber seguido un camino evolutivo muy similar.

Isla de Flores en Indonesia
Isla de Flores en Indonesia. Foto: Istock/Christian Pérez

No obstante, uno de los grandes mitos en paleoantropología es que el tamaño del cerebro determina la inteligencia. Pero Homo floresiensis obliga a cuestionar esta idea. Aunque su cerebro era pequeño, no hay duda de que desarrolló capacidades cognitivas complejas: fabricaban herramientas de piedra, cazaban en grupo y posiblemente utilizaban el fuego.

La investigación sugiere que la ralentización del crecimiento cerebral postnatal no implicó una pérdida de capacidad mental, sino una adaptación eficiente a un entorno aislado y limitado. De hecho, el proceso que llevó a su pequeño tamaño pudo ser muy similar al que ha modelado a algunas poblaciones humanas modernas de baja estatura, como los pigmeos africanos.

Un nuevo enfoque para estudiar el pasado

Más allá del caso de los hobbits, el estudio tiene implicaciones profundas para la paleontología. En un campo donde a menudo se trabaja con fragmentos incompletos, los dientes se revelan como herramientas valiosas para reconstruir cerebros y cuerpos perdidos en el tiempo. Al ser altamente resistentes al paso de los milenios, permiten inferir con precisión sorprendente cómo eran nuestros antepasados, incluso cuando el resto del esqueleto ha desaparecido.

A partir de solo dos dientes —una muela del juicio y un primer molar—, los científicos pueden hoy estimar la masa corporal o el volumen cerebral de especies extinguidas, siempre que se entienda bien su contexto evolutivo.

Con cada nuevo diente hallado en una excavación, se abre así una ventana más clara a los secretos del pasado humano. Y en el caso de los hobbits de Flores, esa ventana acaba de revelar un fascinante proceso evolutivo donde la pequeñez no fue un defecto, sino una brillante adaptación.

Cortesía de Muy Interesante



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