
La reciente visita de Robert Lighthizer a México no fue un acto menor. El exrepresentante comercial de Estados Unidos durante la administración Trump, figura central en la renegociación del T-MEC y aún influyente en la política económica de Washington, presentó la edición en español de su libro Ningún comercio es libre, publicada por Editorial Porrúa. Más que un acto cultural, la presentación se convirtió en una radiografía de las tensiones y oportunidades que definirán la política comercial mexicana en los próximos años.
La publicación llega en un momento decisivo. México enfrenta negociaciones que pueden redefinir su papel en Norteamérica y en la economía global. Escuchar a Lighthizer es asomarse al pensamiento estratégico que guía hoy a la élite política y económica de Estados Unidos. Su mensaje, duro y polémico, obliga a México a reflexionar con seriedad sobre el rumbo que debe tomar.
Fiel a su estilo, Lighthizer defendió con firmeza el concepto de Fair Trade: un “comercio justo” entendido como la reducción de déficits y la crítica a las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, el eje central de su discurso fue otro: la convicción de que China constituye una amenaza existencial para Estados Unidos. Reiteró que el desacoplamiento económico con Pekín ya no es un asunto de rentabilidad, sino de seguridad nacional.
Señaló que China nunca cumplió con sus compromisos en materia de propiedad intelectual y, por el contrario, explotó las debilidades normativas para fortalecerse a expensas de Occidente. En este contexto, el reposicionamiento de América del Norte -y en particular de México- adquiere un carácter estratégico.
Lighthizer fue categórico: el T-MEC es superior al antiguo TLCAN. La pregunta, dijo, es si México está preparado para aprovechar el reacomodo industrial global. Advirtió que Washington observará con rigor que nuestro país no se convierta en simple plataforma de exportación de productos chinos disfrazados de mexicanos.
A pregunta expresa de Ana Aguilar, economista del Consejo Mexicano de Negocios, concedió que México no es parte estructural del problema, pero sí puede ser parte de la solución, siempre que defina con claridad su política hacia China. Ahí radica el verdadero desafío: equilibrar la atracción de inversión asiática con la preservación de la confianza norteamericana.
El intercambio de ideas fue enriquecido por las intervenciones de Arturo Fernández, rector del ITAM, y de la propia Aguilar. Ambos expusieron con elegancia sus discrepancias con Lighthizer, aunque coincidieron en la importancia de entender sus planteamientos. Él, lejos de rehuir la crítica, mantuvo un tono mesurado, consciente de que el futuro del T-MEC dependerá tanto de la firmeza estadounidense como de la capacidad mexicana de adaptarse.
Más allá de su reconocida crítica al libre comercio, Lighthizer dejó entrever un pragmatismo: preservar y fortalecer el T-MEC como eje de integración regional. Para México, el mensaje es doble. Por un lado, la oportunidad de atraer inversión, consolidar cadenas de valor y reforzar su posición como socio confiable en Norteamérica. Por otro, la advertencia de que una indulgencia excesiva con China podría tener un costo político y económico elevado.
En corto, el autor firmó ejemplares con una dedicatoria provocadora: Make USMCA Great!. Una frase que no fue casual, sino un recordatorio de que la política comercial estadounidense seguirá marcada por la idea de que el comercio no es libre, sino una herramienta de poder.
México no puede seguir asumiendo que el libre comercio es un terreno neutral y estable. Hoy es un campo de batalla donde se disputan intereses estratégicos. El espejo que nos muestra Lighthizer refleja una verdad incómoda: si México no define con precisión su posición, otros lo harán por él. Y en este momento crítico, cada consulta, cada decisión y cada paso en la negociación será determinante para nuestro futuro.
Cortesía de El Informador
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