Una mirada del sur global para el nexo entre clima y desarrollo

CIUDAD DEL CABO – La andanada de crisis de los últimos cinco años (incluidas la pandemia de COVID‑19, las guerras en Ucrania y Gaza y la destructiva política arancelaria estadounidense) ha sometido el orden mundial de posguerra a una inmensa presión. Las instituciones multilaterales (entre ellas Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio) no logran dar una respuesta eficaz a un panorama geopolítico cada vez más complejo, donde la cooperación internacional va cediendo su lugar a la política de grandes potencias.

En este contexto de fragmentación económica y desorden político, el sur global y las organizaciones filantrópicas necesitan adoptar un enfoque pragmático que les permita proteger los avances en materia de desarrollo y buscar la resiliencia climática. Esto implica crear coaliciones temáticas, fortalecer las instituciones de nivel local y aprovechar al máximo las oportunidades de liderazgo en el escenario internacional, por ejemplo la presidencia sudafricana del G20 y la de la India en el grupo BRICS+ en 2026.

Quizá este año el lugar más influyente lo ocupará Brasil, como anfitrión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), que probablemente estará centrada en el cumplimiento de los compromisos ya formulados y la ampliación de escala de los resultados. Igual de importante será la actualización de las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC por las siglas en inglés), que todos los firmantes del Acuerdo de París deberían presentar a más tardar durante el próximo mes. Según el Informe sobre la Brecha de Emisiones 2024 del Programa de la ONU para el Medio Ambiente, hay que alinear mejor las NDC con la senda estipulada por el acuerdo para limitar el aumento de las temperaturas mundiales a 1.5 °C por encima de los niveles preindustriales. A su vez, para formular NDC más ambiciosas se necesitará más colaboración internacional y reformas en la arquitectura financiera mundial.

Hay que actuar ya mismo. A pesar del abaratamiento de las energías renovables, el uso de combustibles fósiles sigue en aumento. Como consecuencia, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad se han acelerado. En tanto, los intentos de cubrir los faltantes de financiación para la acción climática se han quedado cortos. El “nuevo objetivo colectivo cuantificado” de financiación climática acordado en la COP29 de Bakú (Azerbaiyán) es muy insuficiente, y todo indica que la situación va a empeorar, ahora que Estados Unidos se encierra en sí mismo y otros países desarrollados aumentan en gran medida el gasto en defensa.

Asimismo, el avance hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU se ha detenido como resultado de un persistente déficit de financiación que alcanza los cuatro billones de dólares por año. Aunque hay un progreso real y sustancial, todavía es frágil y desigual. Conforme se agotan los flujos de ayuda oficial al desarrollo y la deuda mundial alcanza un máximo histórico, es urgente crear formas innovadoras de movilizar capital nacional y extranjero. Con la mirada puesta en este objetivo, la Cuarta Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo estableció hace poco un marco de financiación mundial orientado a reformas y el compromiso con instituir un sistema multilateral de comercio basado en reglas. La conferencia también puso en marcha un foro de deudores que permitirá a los países sobreendeudados negociar en forma colectiva.

Los países del sur global están aprendiendo a no depositar sus esperanzas en las vanas promesas del mundo rico, y eso los ha llevado a prestar más atención a las medidas prácticas. Brasil lanzó una Agenda de Acción para la COP30, mientras que la presidencia sudafricana del G20 ha puesto el acento en el nexo entre clima, desarrollo y deuda. Frente a niveles de deuda insostenibles y costos de endeudamiento prohibitivos, los gobiernos del sur global (y en particular los africanos) deben mejorar la resiliencia fiscal para aumentar la inversión a largo plazo en acción climática y dar una respuesta ágil a las crisis relacionadas con el clima. Esto no exime en absoluto a los países desarrollados de sus obligaciones financieras conforme al artículo 9 del Acuerdo de París, pero es una necesidad pragmática para los países del sur global que no quieren que sus prioridades climáticas y en materia de desarrollo sean rehenes de la política de grandes potencias.

En este contexto, las organizaciones filantrópicas deben replantearse su papel en la provisión de ayuda a los actores nacionales y regionales para el logro de los objetivos climáticos y de desarrollo. Esto implica enfrentar los faltantes de financiación en los países de ingresos bajos y medios, así como los riesgos que la transición supone para todos los países, mientras dan respuesta a prioridades ya existentes como la inflación, el desempleo y la agitación social, que demandan ampliar la protección social de los más vulnerables.

Pero las organizaciones filantrópicas no deben tratar de estar en todas partes al mismo tiempo; en cambio, deben centrarse más en mejorar su alcance y la coordinación mutua. Esto vale sobre todo para África, que sólo alberga un puñado de grandes organizaciones filantrópicas.

Las “asociaciones para una transición energética justa” en Sudáfrica, Vietnam e Indonesia son la prueba de que las organizaciones filantrópicas pueden tener un papel muy valioso en la creación de plataformas nacionales bajo dirección gubernamental dedicadas a coordinar la financiación pública y privada al servicio de los objetivos climáticos y de desarrollo. Las organizaciones filantrópicas pueden proveer financiación temprana, apoyar el desarrollo de capacidades y movilizar otros actores (por ejemplo organizaciones comunitarias y pequeñas y medianas empresas).

Otra prioridad debe ser situar la acción climática en un contexto de desarrollo. En África, esto implica ayudar a los países a reducir el exceso de deuda, reforzar la resiliencia fiscal y diseñar planes de inversión creíbles para facilitar la acción climática. Todo esto debería generar el impulso económico anticíclico necesario para un crecimiento sostenible. Pero es necesario que las organizaciones filantrópicas se involucren con los procesos multilaterales y usen su flexibilidad, tolerancia a riesgos y capacidad de generar confianza para promover los intereses del sur global mediante un refuerzo de capacidades institucionales y humanas.

Para obtener resultados in situ en los países vulnerables al clima que enfrentan una confluencia de crisis globales, las organizaciones filantrópicas deben colaborar con los gobiernos, con las organizaciones de base y con los bancos de desarrollo, dando tanta importancia a la promoción de cambios sistémicos como a la provisión de ayuda. Esto demanda prestar atención constante a los objetivos estratégicos en materia de clima y desarrollo y prepararse para manejar las tensiones que puedan surgir entre metas contrapuestas.

Tarde o temprano esta nueva era de política de grandes potencias pasará. Pero los gobiernos y las organizaciones filantrópicas del sur global no pueden esperar hasta entonces. Por el contrario, deben tomar medidas concretas para garantizar un crecimiento sostenible y reforzar las alianzas internacionales. Para superar esta era de desorden, el único modo es tomar el toro por los cuernos.

El autor

Saliem Fakir es fundador y director ejecutivo de la Fundación Africana para el Clima.

El autor

Prabhat Upadhyaya es asesor sobre el G20 y temas multilaterales en la Fundación Africana para el Clima.

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Cortesía de El Economista



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