La importancia de saber esperar (Parte 1 de 2)

Varias veces he hablado en este espacio sobre el poder del tiempo en las inversiones. Es, por mucho, el elemento más importante del interés compuesto, concepto esencial de las finanzas personales.

Cuando uno lo entiende, se da cuenta que el proceso de construcción del patrimonio lleva muchos años y requiere constancia y disciplina. Esto es lo que le falta a mucha gente, que se ha acostumbrado desde hace tiempo a tenerlo todo de manera conveniente, sencilla, aquí y ahora.

Hoy en día, si deseas algo material, ya ni siquiera tienes que ahorrar: puedes pagarlo a plazos. Si es a meses sin intereses mejor, pero si no, la realidad es que mucha gente está dispuesta a endeudarse sin importar el costo (aunque muchos luego se arrepienten).

Hoy en día se comercializan muchas “inversiones” que prometen rendimientos elevados, pero con altísimo riesgo. Son casi como apuestas: si ganas puedes duplicar lo invertido en cuestión de días, pero si pierdes… lo pierdes todo. La idea de hacer dinero fácil y rápido suena muy atractiva y hay gente que lo compra. Algunos incluso pueden tener suerte. Pero la realidad es que crear un patrimonio sólido se logra durante toda nuestra vida productiva.

Es por eso que quiero retomar una reflexión que hice, en este espacio, hace algunos años sobre la gratificación diferida, o la importancia de saber esperar.

Hay un video famoso que lo explica muy bien: la prueba del malvavisco que realizó Walter Mischel en la Universidad de Stanford en los años 1960s y 1970s.

En una pequeña sala, ponían a un niño de cuatro años con un malvavisco y una campana.

Al niño le daban 2 opciones:

1. Tocar la campana para llamar al facilitador y comerse el malvavisco, o bien

2. Esperar 15 minutos a que el facilitador volviera. En ese caso ganaría dos malvaviscos.

En otras palabras: uno podía obtener una pequeña recompensa en el momento, o esperar un poco para lograr un premio mayor.

La reacción de los niños es muy interesante. Algunos de los que lograban esperar, no se quedaban viendo el malvavisco sino que se trataban de distraer para evitar la tentación: unos cerraban los ojos, otros se ponían a cantar o a jugar. Podemos aprender un poco de esas técnicas, que realmente son innatas, pero que ayudan a controlar la impulsividad.

A esos niños se les dio seguimiento de largo plazo. Los que tuvieron éxito en el experimento (lograron controlar sus emociones para obtener la recompensa) eran también menos propensos a tener trastornos conductuales o altos niveles de impulsividad para guiar sus decisiones. En general, la habilidad de resistir tentaciones en edades tempranas se traduce en persistentes beneficios en años posteriores y en una mayor adaptabilidad a un mundo tan cambiante como el que nos tocó vivir.

El concepto de saber esperar parece cada vez más alejado del mundo en el que vivimos, en el que, como ya mencioné, se privilegia la inmediatez y la cultura de comprar hoy y pagar después. Casi toda la publicidad está llena de mensajes de “disfruta la vida hoy” como si el mañana no existiera.

Esa manera de pensar es precisamente lo que tiene a mucha gente utilizando el dinero que gana hoy para pagar algo que compró en el pasado. Están viviendo por detrás de su ingreso, no por delante. Eso resta capacidad de ahorro e impide construir un patrimonio.

Veamos un ejemplo sencillo. Si hoy tienes 32 años y 100,000 pesos, puedes invertirlos en un portafolio diversificado a largo plazo, con riesgo moderado y obtener un rendimiento promedio del 5% real (es decir, adicional a la inflación). Si además cada mes contribuyes 2,500 pesos adicionales a esa inversión, cuando cumplas 65 años tendrás un patrimonio superior a 3,000,000. Las dos terceras partes de esa cantidad es puro rendimiento generado por tu inversión: ese es el “premio” por tu esfuerzo. Por saber esperar. Es el segundo malvavisco: la gratificación diferida.

Claro: nadie se pone a pensar en esto cuando da el “tarjetazo” – lo único que importa en ese momento es la gratificación inmediata de hacer esa compra: la satisfacción que nos brinda tener ese bien que tanto deseamos.

Es importante aclarar que no se trata de ahorrar por ahorrar ni de dejar de disfrutar una vida de calidad. Para nada: se trata simplemente de vivir dentro de nuestras posibilidades y ser inteligentes en el manejo de nuestro dinero.

No se trata de sacrificar todo hoy por tener un mañana, pero tampoco de sacrificar nuestro futuro por tener más cosas hoy. El secreto está en encontrar ese equilibrio del cual he hablado ya muchas veces en este espacio.

Para eso también es importante un cambio de paradigma, de mentalidad y entender que las cosas cuestan muchísimo más que simplemente sacar la tarjeta y decir: “póngalo a meses sin intereses”. De esto precisamente hablaré en la segunda parte.

Cortesía de El Economista



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