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En la Amazonia, las chakras son espacios de salud, soberanía alimentaria, resistencia cultural y símbolo del poder y sabiduría de los pueblos indígenas. La chakra es un sistema agroforestal ancestral que integra árboles, cultivos, plantas medicinales y ornamentales. Este modelo permite conservar la biodiversidad mientras provee sustento a las familias, quienes se alimentan y comercializan parte de su producción 100% orgánica. Igualmente, son un ejemplo del conocimiento milenario de los pueblos indígenas. Sus saberes no solo son útiles para entender el mundo natural, sino que también presentan alternativas para contrarrestar las prácticas que han contribuido a la crisis ambiental global.
Visitar la chakra de las comunidades Kiwchas en Ecuador es una experiencia profunda de reconexión con la tierra, la vida y el espíritu. La sinergia y armonía de estos espacios donde el café se nutre de los aromas del palmito, el cacao y la yuca; donde la ayahuasca y la wayusa nos revelan los secretos del alma y los sueños; aquí aprendemos el respeto por la tierra, el agua y las personas, y a comprender el vínculo entre pasado, presente y futuro.
Sin embargo, las chakras y las familias que las implementan enfrentan una serie de desafíos como la presión de la agricultura industrial que promueve monocultivos, uso intensivo de agroquímicos, contaminación y deforestación. A esto se suma el cambio climático, la minería ilegal y el narcotráfico que socavan los ecosistemas amazónicos y la integridad de los pueblos y las comunidades.
Otro desafío es la pérdida progresiva de saberes ancestrales. La migración de jóvenes hacia las ciudades rompe la transmisión de conocimientos intergeneracionales; esto resulta en jóvenes con problemas de depresión y algunas veces de consumo de drogas, relacionadas a la ruptura cultural y social. Sin este relevo generacional, el riesgo de que se desvanezcan prácticas fundamentales como el uso medicinal de plantas, los rituales de siembra y cosecha, y su visión del mundo que da sentido a la vida en comunidad, se vuelve una preocupación mayor para los adultos.
El sistema de chakras se mantiene con el liderazgo de las mujeres Kichwa, y el apoyo de toda la familia. “Este es un conocimiento que nos dieron los abuelos; y que es importante pasar a los hijos para que no se pierda nuestra forma de vestir, nuestra lengua, nuestra forma de alimentarnos, la sabiduría de las plantas y sus espíritus”, comenta Galdys, chakramama del Pueblo Kichwa de Rukullakta (PKR).
A pocas horas de Quito hacia la provincia del Napo, aproximadamente tres horas y media que van descendiendo desde los majestuosos nevados andinos hasta la exuberante Amazonia, se encuentra PKR, conformado por 17 comunidades. Su territorio comprende más de 41.000 hectáreas de conservación de bosques, biodiversidad y gestión sostenible de recursos naturales. Ahí se están gestando emprendimientos de productos locales, con el objetivo de lograr la autonomía económica de sus comunidades y el fortalecimiento de su identidad cultural y ancestral.
Productos como la wayusa – planta sagrada para la cultura Kichwa, que se usa para el ritual de la Wayusa Upina, que consiste en una reunión comunitaria a las tres o cuatro de la madrugada, donde se toma la infusión mientras se transmiten saberes, se interpretan los sueños, se fortalecen los lazos comunitarios y la conexión con la naturaleza y la espiritualidad, antes de comenzar las actividades cotidianas – se ha comenzado a comercializar con gran acogida en los consumidores por sus propiedades antioxidantes y energizantes.
Así como la wayusa, otros productos como el café, el cacao (fino de aroma) y el ecoturismo han dado paso a un “laboratorio vivo” que le da un valor agregado y único a cada producto de la zona.
El sistema de chakras amazónicas es un faro de agricultura sostenible y un modelo de economías justas, con lecciones valiosas para hacer frente a los desafíos mundiales. Sin embargo, tan solo en la última década, ha surgido un diálogo más respetuoso entre la ciencia moderna y los saberes ancestrales. Por ello, investigadores, organizaciones, gobiernos, activistas y comunidades están impulsando enfoques interculturales, reconociendo los conocimientos de los pueblos originarios y aprendiendo de ellos.
En América Latina, los pueblos indígenas son cerca de 50 millones de personas, más de 500 pueblos, más de 420 lenguas, que representan una inmensa diversidad cultural. Hoy, gracias a su resiliencia y larga lucha por la valorización de su identidad, sus conocimientos, sus territorios y su gran labor conservando ecosistemas estratégicos, han logrado avanzar poco a poco en el reconocimiento de sus derechos y nos van mostrando caminos de cómo podemos prosperar hacia un futuro más sostenible y equitativo.
Cortesía de El País
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