En el Mediterráneo, el verano no solo trae calor, también arrastra una mecha de pastos secos y matorrales que puede encenderse con una chispa. En ese tablero de riesgo, un equipo de investigación catalán ha puesto el foco en un aliado poco habitual: los caballos. La pregunta es sencilla y potente: ¿pueden ayudar a gestionar el combustible vegetal que alimenta los incendios? El trabajo, publicado en septiembre de 2025 en Agroforestry Systems, no promete milagros, pero sí evidencia conductas alimentarias que, bien diseñadas, podrían integrarse en estrategias de prevención.
El estudio, liderado por Araceli Gort-Esteve y colegas, compara tres escenarios reales en Cataluña: caballos de Przewalski en libertad controlada en Boumort, una manada de Pottoka en el Parque del Garraf y un grupo de caballos cruzados en otro sector del mismo parque bajo alta carga de pastoreo por pocas semanas. La clave está en observar qué comen, cuándo lo comen y cómo cambian cuando el pasto escasea. Los autores analizan 50 muestras de heces con microhistología y modelan composiciones dietarias con regresión Dirichlet.
Los resultados muestran tres estrategias distintas que, juntas, dibujan un mapa de usos complementarios. No es una prueba directa de reducción de biomasa, pero sí un guion de manejo posible. Desde mantener claros herbáceos hasta entrar en el matorral cuando las gramíneas se agotan, los caballos se mueven en una frontera interesante entre conservación, bienestar animal y prevención.
Boumort: los Przewalski y el arte de mantener los claros
En la Reserva de Caza de Boumort, un pequeño grupo de cinco caballos de Przewalski pasta en un paisaje en mosaico con robledales, claros y pastizales. Su carga ganadera es muy baja, alrededor de 0,02 cabezas por hectárea y año. A lo largo de las estaciones, su dieta se mantiene herbácea: las gramíneas dominan en invierno con cerca del 83 % y caen a ~53 % en verano, pero las plantas leñosas nunca pasan del 10 %.
Este patrón recuerda a su origen estepario: buscan céspedes y praderas, y los mantienen rasos. En términos de gestión, ayudan a sostener “islas” de pasto en paisajes que tienden a cerrarse. Esas islas son importantes: interrumpen la continuidad del combustible y favorecen la heterogeneidad, dos piezas que amortiguan la propagación del fuego.
Además, Boumort tiene ciervos rojos con una afición mayor por lo leñoso, lo que sugiere una convivencia funcional. Unos “barren” hierba; los otros mordisquean el matorral. Este reparto de nichos apunta a que los Przewalski, sin tocar en serio el arbusto, podrían ser valiosos para conservar los pastos abiertos que ya existen, mientras otros herbívoros atacan combustibles más gruesos.

Garraf (30 ha): los Pottoka y la transición del fino al grueso
En una parcela de 30 hectáreas de pinar carrasco con matorral (Garraf), siete Pottoka —ponis vascos de talla pequeña y vida semiliberal— trabajaron con una carga moderada (0,2). Su historia anual es una curva: empiezan con gramíneas y terminan en leñosas.
Al inicio (verano-otoño) arrasan combustible fino, con especies muy inflamables como Ampelodesmos mauritanicus y Brachypodium retusum.
Cuando se agotan, giran el timón. En invierno-primavera, las leñosas llegan a representar en torno al 50 % de la dieta. Ese salto es interesante para el gestor: los Pottoka no se quedan “bloqueados” en el césped; entran en el sotobosque y mordisquean parte del matorral, moviéndose del combustible fino al más denso.
No todo matorral cae igual, y el estudio no cuantifica la poda que dejan. Pero la plasticidad dietaria abre la puerta a manejos largos en parcelas donde conviene descargar finos primero y arbustos después. Con ese ritmo anual, los Pottoka encajan en esquemas de silvopastoreo que busquen, con paciencia, reequilibrar el sotobosque.
Garraf (4 ha): cruces de trabajo para “golpes” intensivos
Un tercer caso probó una receta distinta: diez caballos cruzados en solo cuatro hectáreas durante mes y medio, con suplemento y una carga altísima a corto plazo (2,5 cabezas/ha, equivalente a 20 en el año).
Aquí el cambio de dieta es vertiginoso: del dominio de Brachypodium a un aumento marcado de leñosas en semanas. Las gramíneas caen entre un 68 % y un 85 % según el grupo, y las leñosas prácticamente se duplican.
La lectura para gestión es clara: estos cruces se prestan a intervenciones dirigidas y breves en “puntos calientes” de riesgo, donde interesa una descarga rápida del pasto fino y un mordisco al arbusto accesible. El suplemento facilita sostener la presencia en ambientes pobres, sin exigir la rusticidad de razas tradicionales.
Como siempre, hay límites: la suplementación cuesta, y no todo arbusto es igual de apetecible. Aun así, el patrón demuestra que, con diseño y calendario, puede lograrse un “shock” de consumo que mueva la aguja del sotobosque. Es una herramienta de quirófano, útil cuando se necesita actuar rápido.

Cómo se midió: ciencia de campo, microscopio y estadística adecuada
Los autores no contaron ramas ni pesaron matorrales; miraron qué comían. Recolectaron 50 muestras frescas de heces y analizaron fragmentos epidérmicos vegetales al microscopio. Esta técnica, clásica en ecología de herbívoros, permite reconstruir la huella botánica de la dieta con una buena resolución por grupos funcionales.
Para modelar composiciones —proporciones que suman 1— usaron regresión Dirichlet, adecuada para evitar predicciones fuera de rango y para probar efectos globales de estación o periodo. Luego bajaron al detalle con beta-regresiones por componente, lo que mostró, por ejemplo, el aumento estival de Fabáceas en Przewalski o el giro hacia leñosas en Pottoka y cruces.
La microhistología tiene sesgos conocidos por erosión diferencial, y el equipo lo reconoce. Aquí el foco fue la composición relativa y su cambio, no el volumen exacto ingerido. Aun así, los patrones estacionales y de manejo son robustos: en los tres escenarios, el tiempo y la presión de pastoreo reordenan el menú.
Qué significa para los incendios: promesa, diseño y cautelas
El estudio es explícito: no midió biomasa ni estructura de combustible; por tanto, cualquier inferencia sobre reducción de riesgo es preliminar. Sin embargo, las conductas alimentarias permiten diseñar estrategias plausibles. Przewalski para mantener claros; Pottoka para manejos largos que encadenan finos y luego leñosos; cruces para “golpes” intensivos donde urge descomprimir.
Combinar herbívoros podría sumar: praderas mantenidas por caballos y matorrales picoteados por ciervos o cabras disminuyen continuidad y verticalidad del combustible.
En el Mediterráneo, donde las gramíneas finas inflan la ignición y el matorral sostiene la llama, ajustar calendario y carga es tan importante como elegir especie.
También hay dilemas: equinos ferales en zonas cercanas a núcleos humanos, competencia con fauna nativa y percepciones sociales. La gestión debe ser contextual, con acuerdos locales y seguimiento ecológico. La ganadería extensiva y la conservación, bien ensambladas, pueden empujar en la misma dirección.

De la evidencia a la práctica: cómo integrarlos en planes reales
Una vía es asignar “roles” a cada tipo de caballo: Przewalski en paisajes en mosaico para conservar pastos; Pottoka en rotaciones anuales de 30 ha para modular finos y leñosos; cruces en parcelas críticas de 2–5 ha para descargas exprés. El reloj importa: verano-otoño para finos; invierno-primavera para entrar en matorral con menos estrés térmico. Otra vía es mezclar caballos con otros herbívoros y con herramientas activas: desbroces mecánicos, quemas prescritas, creación de áreas cortafuego vivas.
La ganancia no es solo contra el fuego: la heterogeneidad favorece biodiversidad y paisajes culturales. Además, impulsar razas locales en sistemas extensivos aporta conservación genética y economía rural.
La conclusión operativa es de modestia ambiciosa: los caballos no sustituyen a la prevención, la complementan con una lógica ecológica. Para convertir esta promesa en evidencia, harán falta seguimientos multianuales con métricas de combustible, estructura y biodiversidad, y ensayos comparativos entre razas rústicas y cruces bajo distintos calendarios de carga.
El Mediterráneo seguirá calentándose y los veranos serán más largos. Entre las muchas piezas de la prevención, este estudio sugiere una que relincha. No es la panacea, pero sí una herramienta natural y flexible que merece estar en la caja de la gestión. Con ciencia, calendario y acuerdos locales, los caballos pueden ayudar a que el bosque arda menos… y viva mejor.
Referencias
- Gort-Esteve, A., Filella, J.B., Molinero, X.R. et al. Dietary strategies of feral and domestic horses under varying grazing pressures: insights for Mediterranean forest management. Agroforest Syst. (2025). doi: 10.1007/s10457-025-01291-9
Cortesía de Muy Interesante
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