
No hay en el mundo un gobierno que venda malo. O que sea responsable de algo que haya salido mal. En la propaganda oficial, siempre es culpa de alguien más. De algún enemigo real o imaginario. Lo mismo pasa con el gobierno de Claudia Sheinbaum. Quien cumple esta semana un año en el poder.
Eso de “en el poder” es un decir, porque como bien hemos visto, la presidenta tiene la presidencia, pero no tiene todo el poder, ya que su jefe político y expresidente, se niega a dejárselo. Ahí tiene que la gran mayoría de los gobernadores de Morena no le son leales a la presidenta; lo mimo pasa con los dirigentes de su partido y ya ni qué decir respecto a la mitad de los funcionarios de primer nivel y secretarios de Estado, que simplemente Sheinbaum no nombró, López Obrador se los enjaretó.
Será por eso que Sheinbaum ha decidido solapar las corruptelas del gobierno anterior. A pesar de sus “intentos” por desviar la atención, no han dejado de salir escándalos tras escándalos que involucran a personajes de primer nivel del gobierno de AMLO, incluyendo a sus hijos y hasta altos mandos de la Secretaría de la Marina.
La presidenta sabe que, si quiere ejercer plenamente su poder como presidenta, debe sacudirse la pesada carga que significa el peso muerto herencia del sexenio pasado. Debe debilitar hacia afuera y hacia adentro, las figuras lopezobradoristas que tiene clavadas como cuñas, incluyendo claro al “hermano” de AMLO, Adán Augusto López y a los hijos del líder máximo, en especial al conocido como Andy, quien dice que “trabaja extenuantes jornadas” como secretario de organización de Morena.
Es por eso por lo que muchos de los golpes mediáticos para exhibir las corruptelas lopezobradoristas deben venir con el permiso del mismo gobierno de Sheinbaum. La idea es desacreditar, sin que haya consecuencias jurídicas o penales. La idea es solo debilitar, para que el centro del poder pase por completo de las manos de AMLO a las de Sheinbaum.
Como sea, la presidenta ha enfocado este primer año de gobierno a tratar de agarrar por completo, las riendas del poder, tratando de no perder dos activos: la gobernabilidad a partir de la amenaza del crimen organizado y el Tratado de Libre Comercio con América del Norte.
Para lograrlo, la presidenta le ha dicho que sí a Trump en todo lo que le ha pedido. La estrategia de contención es entregarle lo que pida y más, para mantenerlo contento y que no le cierre a México el único motor económico que sigue prendido. México bloquea a los migrantes, le pone aranceles a China y le otorga todo tipo de facilidades.
Por el lado de la seguridad, le ha dado a Omar García Harfush, uno de los pocos funcionarios de alto nivel que es enteramente Claudista (y que no es un improvisado), la orden de ir en contra de aquella locura de “abrazos no balazos” de AMLO. Por un lado, para quedar bien con Trump y su lucha contra los cárteles y por otra, para contener la destrucción que están haciendo en importantes zonas del territorio nacional.
Al primer año, la economía de México no crece. La inversión sigue detenida y aunque las exportaciones no han caído, las inversiones extranjeras nuevas siguen en niveles pobres. La expectativa es que una vez que se haya renegociado el Tratado con los Estados Unidos, la incertidumbre se quite y fluyan las inversiones que reactiven la economía nacional.
En el frente interno, creo que la presidenta aún no dimensiona el verdadero daño que le hará a la economía nacional su obsesión por controlarlo todo, empezando por el Poder Judicial para llenarlo con incondicionales e improvisados. Sin un sistema para dirimir pleitos entre particulares y entre particulares y el gobierno que sea confiable, la inversión no llegará. Si los pleitos siempre los va a ganar el gobierno, porque los jueces son Morenistas, la inversión no llegará.
Ahora han anunciado que este segundo año trabajaran en la reforma electoral, lo que significa limitar más al INE pasándole el control a incondicionales y al mismo tiempo le cierran espacios políticos a la poca oposición que queda, pues ¿qué podemos esperar?
Al final, Morena tendrá todo el poder, pero ninguna forma de promover el crecimiento y el desarrollo nacional.
Lo grave es que no se ve de qué forma Sheinbaum pueda darle la vuelta al estancamiento económico y pueda reactivar la economía. El riesgo es que sea un sexenio peor que el que encabezó su exjefe.
Cortesía de El Informador
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