Una máquina que funciona, pero se rezaga: la trampa de la productividad en México

Uno de los principales objetivos de la política económica en México ha sido preservar la estabilidad macroeconómica, logro que ha tomado décadas de construcción y que no estuvo exento de costos. Durante mucho tiempo, esa estabilidad convivió con salarios estancados y con una marcada pérdida de poder adquisitivo. En años recientes, esa dinámica se ha revertido parcialmente gracias al incremento del salario mínimo y a reformas laborales como la eliminación del outsourcing. Aunque estos avances representan pasos importantes, persisten grandes pendientes en la agenda económica como: la productividad y la informalidad; estrechamente vinculados y que en buena medida explican el bajo crecimiento potencial del país.

El modelo KLEMS, que permite separar el crecimiento económico en la aportación del capital, el trabajo y otros insumos, revela que en México la productividad total de los factores (PTF) -la parte del crecimiento que se explica por la innovación, la tecnología o el mejor uso del capital humano- ha sido negativa durante más de tres décadas. En concreto, entre 1991 y 2023 la economía creció en promedio 2.35% anual, mientras que la PTF restó medio punto porcentual (-0.51 pp). Con aportaciones positivas únicamente en fases de recuperación cíclica, sin consolidar una tendencia sostenida. En cambio, el factor más relevante que explica el crecimiento en México ha sido el de materiales. En términos prácticos, esto significa que la economía mexicana ha dependido casi exclusivamente de “echar más insumos” en la máquina, sin lograr que esa máquina funcione mejor.

Si tomamos como referencia la economía de Estados Unidos, la productividad total de los factores (PTF) aportó en promedio 0.61 puntos porcentuales al crecimiento promedio anual del valor agregado de 2.3% (1998 al 2023). ¿Cómo explicar esta diferencia con México? La respuesta se encuentra principalmente en la composición del capital y del trabajo. En Estados Unidos, el capital intangible tiene un peso mucho mayor en la generación de valor agregado: el capital en tecnologías de la información, el software, la investigación y desarrollo (I+D) e incluso el entretenimiento original aportan en conjunto entre 0.5 y 0.7 puntos porcentuales por año. En contraste, en México la contribución del capital TIC (Tecnologías de la información) es mínima, apenas de 0.1 puntos porcentuales.

Del lado del trabajo, la brecha es igual de clara. En Estados Unidos, el college labor – trabajadores con mayor nivel educativo y habilidades- explica 0.6 puntos porcentuales del crecimiento del valor agregado. En México, la aportación del factor trabajo es reducida, en torno a 0.3 puntos porcentuales al crecimiento de la economía, y sólo 13.8% de los trabajadores cuenta con un nivel de escolaridad alto. Mientras que México ha crecido a costa de más insumos, Estados Unidos lo hizo a partir de más innovación y capital humano calificado.

Los resultados muestran que elevar la productividad no puede reducirse a la simple acumulación de capital y trabajo. Se necesita una estrategia de inversión que impulse la innovación y fortalezca el capital humano. De lo contrario, México seguirá operando como una máquina que funciona, pero cada vez más rezagada frente a la dinámica global. La persistente informalidad es reflejo de este rezago: la falta de empleos formales de calidad mantiene a gran parte de la fuerza laboral en actividades de baja productividad y perpetúa el círculo de bajo crecimiento.

El desafío es repensar la estrategia de desarrollo: impulsar la inversión pública y privada, fortalecer la infraestructura física y educativa, cerrar brechas tecnológicas y aprovechar el potencial de la inteligencia artificial. Solo así la productividad total de los factores podrá convertirse en un motor de crecimiento sostenido. De lo contrario, la economía mexicana seguirá funcionando, pero como una máquina que opera a paso lento.

*David Cervantes Arenillas es economista senior de BBVA México.

Cortesía de El Economista



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