Las esponjas marinas podrían haber sido las primeras criaturas de la Tierra: vivieron hace al menos 541 millones de años y aún habitan nuestros océanos

Durante décadas, la pregunta sobre cuál fue el primer animal que habitó la Tierra ha rondado los laboratorios de los paleontólogos como un enigma irresuelto. Ahora, un nuevo estudio liderado por un equipo internacional de geobiólogos podría estar más cerca que nunca de zanjar el debate. ¿La respuesta? Un ser tan antiguo como modesto: la esponja de mar.

Lejos de las criaturas mitológicas o los monstruos prehistóricos que podrían imaginarse como pioneros de la vida animal, el candidato más probable a inaugurar el linaje de los animales es una criatura sin órganos, sin sistema nervioso y sin esqueleto mineralizado. Y sin embargo, este organismo blando y primitivo podría ser el eslabón perdido que conecta las formas de vida más simples con la explosión de biodiversidad que trajo consigo el periodo Cámbrico.

Rastreando vida en moléculas invisibles

El hallazgo no se ha basado en fósiles convencionales, sino en lo que los científicos denominan “fósiles químicos”: restos moleculares de organismos atrapados en rocas durante cientos de millones de años. Estos biomarcadores, extremadamente estables, actúan como firmas químicas que revelan la presencia de vida aunque no queden ni huesos ni estructuras visibles.

En este caso, los investigadores se centraron en un grupo específico de moléculas llamadas esteranos, derivadas de los esteroles, compuestos esenciales en las membranas celulares de los eucariotas —el grupo de seres vivos que incluye desde algas y hongos hasta animales y humanos—. Algunos de estos esteroles, con cadenas de 30 y 31 átomos de carbono, son exclusivos de ciertas esponjas marinas actuales, especialmente las llamadas demosponjas.

Los científicos no solo identificaron estos compuestos en rocas del periodo Ediacárico (anteriores al Cámbrico, es decir, de más de 541 millones de años), sino que comprobaron que los mismos compuestos aún se sintetizan en especies vivas de esponjas. Para asegurarse de que no se trataba de un simple producto geológico, replicaron la producción de estos esteroles en laboratorio a partir de genes esponjosos. El resultado fue concluyente: las moléculas encontradas en las rocas solo pueden explicarse por procesos biológicos, y más concretamente, por esponjas.

Ejemplares de Agelas clathrodes
Ejemplares de Agelas clathrodes, una de las esponjas marinas más antiguas, aún visibles en arrecifes tropicales actuales. Foto: Istock/Christian Pérez

Una criatura sin rostro… pero con historia

Lo fascinante de este descubrimiento no es solo su antigüedad, sino lo que implica: si estas esponjas ya habitaban los mares hace más de 541 millones de años, entonces los animales surgieron mucho antes de lo que se pensaba. Y lo hicieron sin fanfarria, sin dientes ni garras, simplemente filtrando agua y sobreviviendo en los fondos marinos como estructuras blandas e inertes a ojos del observador moderno.

Estos primeros animales no se parecían a nada que hoy llamaríamos “animal”. No tenían cerebro, ni boca, ni sistema digestivo. Pero su organización multicelular y su capacidad para metabolizar, reproducirse y responder al entorno los coloca firmemente en el reino animal. Y aunque su sencillez los hace parecer primitivos, su resistencia a lo largo del tiempo les ha otorgado un linaje ininterrumpido que aún podemos encontrar en los arrecifes de coral de nuestros días.

El estudio, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, no solo refuerza la hipótesis de que las esponjas fueron los primeros animales, sino que ofrece una metodología rigurosa para identificar biomarcadores de vida antigua. Este enfoque —combinando geología, biología molecular y química orgánica— abre la puerta a una nueva forma de leer la historia de la vida: no en huesos, sino en moléculas.

La confirmación de los esteranos C31 como evidencia biológica, más allá de su existencia en laboratorio o en organismos actuales, implica que los científicos han encontrado tres líneas de evidencia coincidentes: las rocas, los seres vivos y la química recreada. Esa triple convergencia proporciona una robustez poco común en paleobiología.

El océano como cuna de la evolución

Estos descubrimientos no solo reescriben el origen de los animales, sino que también cambian el relato sobre cómo y dónde empezó la vida compleja. En lugar de escenarios dramáticos con volcanes o meteoritos, la vida animal pudo haber comenzado en entornos marinos tranquilos, ricos en nutrientes, donde criaturas como las esponjas filtraban el agua pacientemente, tal vez durante millones de años antes de que la evolución comenzara a experimentar con formas más complejas.

Poco después de la aparición de estas esponjas, la Tierra viviría la llamada “explosión Cámbrica”, un evento geológico que llenó los mares de criaturas con caparazones, ojos, patas y comportamientos más sofisticados. Pero nada de eso habría sido posible sin los humildes pioneros del Ediacárico.

Un inusual marcador químico apunta a que las esponjas podrían haber sido los primeros animales en habitar la Tierra
Un inusual marcador químico apunta a que las esponjas podrían haber sido los primeros animales en habitar la Tierra. Foto: Istock/Christian Pérez

¿Qué más puede contarnos la química fósil?

El equipo detrás de esta investigación ya se prepara para aplicar su técnica a otras regiones del planeta. Hasta ahora, las muestras provienen de Omán, el oeste de la India y Siberia, pero podría haber más evidencias enterradas en continentes hoy distantes pero que una vez formaron parte del mismo supercontinente.

Si estos compuestos aparecen de manera consistente en otras partes del mundo, podríamos estar ante un marcador global del origen animal, una suerte de huella universal que demuestra que, al menos una vez en la historia, la vida se organizó de manera compleja mucho antes de lo que imaginábamos.

Además, esta técnica de detección de vida a través de biomarcadores no solo es útil para la historia terrestre. También puede convertirse en una herramienta para detectar vida en otros planetas. Si algún día se encuentra un esterano en una roca marciana, por ejemplo, podría ser el indicio más claro de que no estamos solos en el universo.

Cortesía de Muy Interesante



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