
Después de más de cien años, una cosa es clara: el socialismo en todas sus presentaciones y formas siempre ha fracasado y no podría ser de otra manera puesto que este modelo lleva el colapso en su diseño.
No obstante, un socialista de estos tiempos -un neocomunista- tratará de convencernos de que “ahora sí la cosa será distinta”, porque, lo que ha vivido la humanidad no es “el verdadero socialismo”.
En su libro Socialism: The Failed Idea That Never Dies, Kristian Niemietz nos ofrece ejemplos concretos para responder a la pregunta: ¿por qué perdura el socialismo, una idea a todas luces fracasada?
La respuesta más corta es: porque los neocomunistas siempre logran apartarse, a los ojos del público, de cada uno de los experimentos fallidos de construir un Estado socialista.
Ejemplos sobran. En el transcurso del siglo XX fueron varios los intentos de establecer gobiernos socialistas en el mundo: la Unión Soviética, Camboya, Cuba y Corea del Norte, por mencionar algunos. El régimen genocida que padeció la URSS y el totalitarismo impuesto en sus satélites fueron algunas de las mayores amenazas a la libertad, a la dignidad y a la vida humana en la historia moderna.
Sin embargo, no aprendimos la lección: los atentados en contra de las libertades individuales continúan alrededor del planeta. En las últimas décadas hemos visto cómo, en diversas regiones, resurgen los gobiernos autoritarios que amenazan nuestras libertades bajo el rostro de un “socialismo amable”, realmente un neocomunismo, que pervierte la democracia.
Los resultados siempre han sido terribles. Entonces ¿qué hacen los neocomunistas para apartarse de estos ejemplos? Es un proceso por etapas. Veamos.
Existen tres fases en los experimentos socialistas:
1- La luna de miel: es cuando el experimento socialista parece tener éxito internamente y es aplaudido por los intelectuales de occidente, que ven al nuevo gobierno como una promesa de cambio y la prueba de que el socialismo sí funciona —finalmente.
2- Las excusas y charlatanería: este periodo marca el fin de la luna de miel, ya que comienzan a revelarse fracturas y fallas en el gobierno socialista -escasez, censura, amenazas, represión, etc.- y se deteriora gradualmente la imagen del régimen a nivel internacional. Sin embargo, los intelectuales occidentales que todavía apoyan el experimento adquieren una postura defensiva en donde culpan a los saboteadores, “al bloqueo” y utilizan excusas cada vez más creativas para justificar las fallas del sistema.
3- “No es el verdadero socialismo”: esta etapa se presenta cuando el experimento es completamente desacreditado y hasta los más entusiastas seguidores se apartan del mismo. En esta fase los intelectuales afines justifican que en realidad esa experiencia “no representa el verdadero socialismo, porque el verdadero socialismo es humanitario”.
No obstante, una y otra vez, el socialismo conduce a los mismos resultados: censura, autoritarismo, represión, descontento generalizado, escasez, miseria y migración masiva.
El neocomunista tratará de apartarse de los fracasos anteriores del modelo que promueve.
Un claro ejemplo es la declaración de la Internacional Socialista, que afirma: “China y Cuba, así como la antigua Unión Soviética y sus satélites, no tienen nada que ver con el socialismo”. El neocomunista piensa que desconocer los ensayos anteriores le dará una nueva oportunidad para probar cómo debe ser el verdadero socialismo.
La mala noticia es que una economía “democratizada” bajo este concepto nunca ha existido ni existirá porque el socialismo representa exactamente lo contrario de los valores democráticos. Claramente, es mucho más democrático el sistema de mercado porque representa la confluencia de la voluntad de millones de personas, todas de manera espontanea y libre, buscando intercambiar los frutos de su trabajo.
Las economías planificadas, por definición, se rigen por una burocracia elitista y requieren una concentración extrema de poder en manos del gobierno que debe decidir qué, cuánto y cómo se produce en cada momento, así como quién está OBLIGADO a trabajar en lo que se le ordena. Conlleva una gran restricción de libertades.
Pero ¿qué impulsa al neocomunismo?
Principalmente, un ideal distorsionado de “hermandad caritativa”, es decir, la triste exaltación de la pobreza como un ideal —como si la pobreza fuera el único vínculo válido entre los seres humanos y la riqueza representara alguna forma de perversión.
Bajo esta visión tergiversada, la humanidad es como una familia muy grande y todos debemos ocuparnos de los demás. Entonces, para que no haya fricciones y envidias, lo más conveniente es que todos seamos pobres porque así no habrá razones para pelear o discutir.
El inconveniente de esta idea es que nunca ha sido viable, ni lo será, por la sencilla razón de que el ser humano no es así. Lo que funciona en una familia pequeña y patriarcal, de intensa solidaridad entre sus miembros debido a una comunidad que comparte vivencias, nunca funcionará en una sociedad grande, diversa y en continuo movimiento y evolución.
Resulta también que, a pesar de la promesa de abundancia que ofrece la economía de mercado, en mucha gente permea la mentalidad anticapitalista y se cae incluso en lo que yo llamo el maniqueísmo de la riqueza.
No obstante, los resultados del sistema “liberal y de mercado” hablan por sí mismos. Durante siglos, el desarrollo estuvo estancado y casi la totalidad de la población vivía en pobreza. Hoy en día, en un planeta con más de siete mil millones de personas, la gente que vive por debajo de la línea de pobreza es inferior al 10% de la población.
Hoy es indudable que necesitamos libertad de acción para poder emprender, innovar y generar riqueza. Para acceder a una verdadera Prosperidad Incluyente, cada individuo debe ser capaz de generar riqueza a través de su propio esfuerzo, conocimiento y dedicación. Los socialistas, al buscar “compartir la riqueza” sólo han logrado una lucha de clases para repartir la miseria.
La riqueza es producto de la innovación y la innovación es hija de la libertad, por lo tanto, sin libertad no hay riqueza que repartir.
*El autor es presidente y Fundador de Grupo Salinas.
Cortesía de El Economista
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