
Aquellos que auguraban la ruptura del oficialismo, se quedaron con la ganas. La celebración del primer aniversario del claudismo en el poder sirvió para cerrar filas y reiterar el castigo a las élites políticas tradicionales como su principal narrativa. Pero cada vez es más evidente que traicionar el mandato popular y cultivar los intereses de una minoría atrincherada en lugar de atender los de la “mayoría silenciosa” son objetivos que ni la derecha ni la izquierda pueden cumplir.
Con el ejercicio de rendición de cuentas —que reunió ayer a 80,000 morenistas en el Zócalo capitalino—, la presidenta Claudia Sheinbaum cerró un mes de gira nacional. A la jefa del gobierno de la CDMX, Clara Brugada, tocó ser anfitriona de “nuestra querida presidenta”.
La transformación —según su narrativa— es chilanga de nacimiento y aquí, proclamó Brugada, “inició la esperanza; la revolución de las conciencias se hizo gobierno para desterrar al régimen de corrupción y privilegios”.
Dos detalles, apenas perceptibles, antes de que Sheinbaum Pardo iniciara la lectura de su mensaje: las ausencias del secretario de Economía, Marcelo Ebrard, y del gobernador emecista de Jalisco, Pablo Lemus —quien se reportó enfermo y deberá guardar reposo hasta el próximo martes—; y la anomalía del peldaño colocado al pie del atril colocado en medio del escenario, aunque no incomodó a la presidenta.
La coyuntura se impuso. Sheinbaum Pardo reivindicó la herencia obradorista y nuevamente reprendió a quienes “se empeñan en separarnos, en que rompamos”. Los conservadores —sin aludir a nadie por su nombre o apellido— conspiran contra la transformación. “El objetivo no es otro: acabar con el movimiento”.
La polarización, otra vez, como motor del descontento. Después de siete años, empero, la fórmula de canalizar la rabia acumulada ya no es tan eficaz. Así lo muestran las encuestas recientes, que materializan las áreas del gobierno que no aprueba la ciudadanía.
Los bancos de indignación acumulan energías que, en vez de liberarse al instante, podrían enforcarse a la construcción de un proyecto de largo plazo. La defensa de la soberanía, ante la ofensiva arancelaria, y sobre todo la victimización del claudismo ante lo que consideran “campañas de odios, mentiras y calumnias” son efectivas, pero efímeras.
Al oficialismo le sobran pretextos y le falta autocrítica. Y si bien cuenta con el respaldo mayoritario, subsiste un sector de la población —algunos estudiosos estiman que representan al 30% del electorado— en búsqueda de alternativas, enojada con la Cuarta Transformación.
Decidido a abrazar el legado obradorista, el claudismo ha procedido a relegar a los beneficiarios del “Pacto del Mayor”. Para ellos fue el ultimátum. Después del caso Adán Augusto, en el gobierno hay quienes sostienen que después de octubre ya nada será igual y que habrá cambios importantes.
Efectos secundarios
¿PROMINENTE? Presume de mucha cercanía a la secretaria de Energía, Luz Elena González. Y como representante de la empresa tabasqueña PetroHorus International ha podido cabildear en el área encargada del diseño, ingeniería y ejecución de proyectos de Petróleos Mexicanos. Carlos Monroy está en la mira de la industria por su peculiar estrategia: influir, en vez de competir; licitar, en vez de negociar; cobrar, antes de entregar… No es un caso aislado, es el síntoma de una enfermedad institucional: la captura silenciosa del aparato técnico por operadores privados, disfrazados de proveedores al servicio de firmas matreras. ¿Sus siglas? Vest Oil & Services, LAriab Services y Noil Power.
Cortesía de El Economista
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