¿Para qué sirve la Historia?


Han pasado las “fiestas patrias” y me pregunto -te pregunto-, salvo la celebración en sí misma y el boato propio de las fechas, ¿han servido para algo? ¿Hoy tenemos una explicación del pasado que nos permita entendernos mejor, superar nuestras diferencias y construir un futuro promisorio? ¿Hemos reflexionado sobre el valor de la libertad y nuestro entendimiento de los fenómenos que implica la convivencia humana es mejor que ayer? ¿Los artificios, el olor a pólvora y los tequilas consumidos nos permitieron superar nuestras contradicciones o, disipados el estallido de los cuetes, el brillo de las bengalas y los “viva, viva”, seguimos atrapados por los mismos prejuicios, por los mismos fantasmas?

Para comprender nuestra realidad, tenemos que acudir al origen y desentrañar, con alteza de miras y mente abierta, el sentido, el porqué de las cosas. La historia es la memoria personal y colectiva. Es referencia. Es tiempo y circunstancia. Sirve, reitero, para explicarnos lo que pasó y, conocedores de ella, superar nuestros conflictos para así legar a las generaciones subsecuentes, un mundo enriquecido con nuestras aportaciones. Somos la prolongación, la continuidad de los que se han ido. Somos viajeros en el espacio cumpliendo una misión: preservar la especie. Cuando la mujer de Lot volvió su cara al pasado, se convirtió en estatua de sal. Cuando los gobernantes, transformados en jueces, se obsesionan, queriendo modificar el pasado, se enredan en sus hilos y lo que sigue es el desorden y el caos.

La crítica, es decir, la revisión del pasado, nos permite analizar para desentrañar los hechos trascendentes, el entorno, sus actores y sus causas, inspiraciones o propósitos. Está claro que nadie es “puro”: origen étnico, ideologías, creencias, dogmas, mitos, supercherías, ADN, experiencias personales y sabrá Dios cuántos afluentes nutren nuestra “razón”. También lo es que estamos dotados de una inteligencia, albedrío o voluntad que nos permite discriminar, seleccionar y escudriñar en lo que fue para no repetir las equivocaciones en las que se haya incurrido. 

Desde Heródoto hasta nuestros días y antes aún, la Historia reseña las luchas por el predominio, la supremacía y también por la libertad y la justicia. Eventos como las fiestas patrias deberían de ser un alto para voltear al pasado y, con humildad, revisarnos y contestar interrogantes como, ¿por qué otros pueblos y naciones han logrado un mayor nivel de desarrollo y justicia redistributiva, mejores sistemas de educación, salud y mejor calidad de vida? ¿Es que hay razas superiores, mejor dotadas, con capacidades por encima de lo que calificamos como normal, o son la educación, el trabajo, la voluntad, la disciplina, la solidaridad y el compromiso los factores que hacen la diferencia?

No le demos vueltas al asunto. La diferencia entre un pueblo patriota y uno “patriotero” es que, mientras el segundo grita, se desgañita y se desgarra las vestiduras una vez al año, el primero asume el compromiso de amar y trabajar con responsabilidad y sentido de patria todos los días.

La respuesta está en nosotros.

Cortesía de El Informador



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