¿Otra década perdida?

En las últimas semanas, diversos analistas económicos —algunos afines y otros no tanto— han empezado a sonar las campanas de alarma sobre la situación que atraviesa la economía mexicana. No es casualidad. La economía está, en el mejor de los escenarios, estancada. El primer año de un gobierno suele ser malo en términos económicos por diversas razones: la curva de aprendizaje de los nuevos funcionarios —que en este caso no debería de existir al ser parte del mismo régimen— y la vieja costumbre mexicana de perder toda responsabilidad fiscal en el último año de cada sexenio. Pero ¿qué nos dicen los datos?

La economía mexicana, en octubre de 2025, se encuentra en un pantano difícil de ignorar. El PIB avanza con lentitud de tortuga: un frágil 0.7% anual, cifra que refleja más un anquilosamiento persistente que una historia de dinamismo nacional. Es cierto que el primer semestre dio alguna sorpresa positiva —por adelanto de exportaciones, dicen algunos—, pero el efecto fue tan fugaz como un tuit. Lo que sí permanece es la debilidad interna: consumo privado prácticamente estancado y una inversión que se desploma a 6.4% anual, dejando al sector productivo con los brazos cruzados, esperando que pase el temporal.

Si se escarba un poco más, el pulso de la actividad nacional depende cada vez más del sector servicios, ese salvavidas que ha soportado el drama mientras la industria mexicana sigue sin encontrar el camino. Las exportaciones, que han resistido pese a la tormenta de aranceles y tensiones externas, son el último hilo que evita una recesión abierta. Pero incluso ahí empiezan a verse sectores en franca debilidad: maquinaria, plásticos y equipo eléctrico pierden terreno.

¿Y el mercado laboral? No hay espacio para narrativas de éxito. El empleo formal se estanca. Apenas 87,000 puestos nuevos en el semestre, una cifra para el olvido si consideramos el universo que debería incorporarse cada año, y la creación neta de empleos formales en el segundo trimestre fue negativa. Las empresas no contratan, los nuevos empleos no aparecen y la masa salarial empieza a moderarse justo cuando el salario real deja de crecer. Los avances de los últimos años se ven empañados por la falta de inversión y el clima de incertidumbre. El panorama laboral, lejos de ofrecer esperanza, refleja la parálisis que hoy domina buena parte de la economía.

En este contexto de estancamiento, en los últimos días varios medios y asociaciones han intentado revivir la narrativa del famoso nearshoring: la idea de que México será el gran beneficiario de la relocalización de las cadenas de suministro de Asia a Norteamérica. Esta esperanza, que hace dos años estaba en boca de analistas, funcionarios y promotores de inversión, se esfumó tan rápido como apareció, pero amenaza con volverse un nuevo talking point del “gran momento” que le espera al país.

No está mal hablar de un futuro prometedor, pero el problema es que los cuellos de botella que muchos señalamos hace dos años siguen ahí. Persiste la escasez de energía —aunque con un nuevo reglamento que podría atraer inversión—, no se ha resuelto la inseguridad y, para colmo, la reforma judicial, la elección de jueces y los cambios a la ley de amparo están generando una gran incertidumbre jurídica.

Sí, existe la oportunidad de entrar a una dinámica de mayor crecimiento si se hacen las cosas correctas. Pero hoy, los datos apuntan a que podríamos estar encaminándonos hacia un segundo sexenio sin crecimiento, que nos llevaría a otra década perdida. Ojalá no sea el caso.

Cortesía de El Economista



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