El mundo antiguo cultivó una relación íntima y persistente con las drogas. Desde los templos del antiguo Israel hasta las cortes imperiales de Roma, pasando por los rituales funerarios escitas o las fiestas griegas, el consumo de sustancias psicoactivas formó parte del paisaje espiritual, médico y social de la antigüedad. De acuerdo con las investigaciones textuales y arqueológicas, los antiguos consumían sustancias que alteraban la percepción de la realidad de un modo que hoy podría resultar sorprendente. Las dos grandes sustancias protagonistas de esa duradera relación con las drogas fueron el cannabis y el opio. A través de ellas, puede trazarse una historia paralela de la experiencia humana en la que se mezclan la religión, la medicina y la filosofía.
El humo sagrado: el cannabis y la experiencia divina
Las evidencias más antiguas del uso del cannabis registradas hasta el momento proceden del Levante y Asia Central. En el templo de Tel Arad, en el desierto del Néguev, los arqueólogos hallaron un altar de 2.700 años de antigüedad con restos de resina de cannabis. Se supone que el humo habría servido para inducir un estado de éxtasis ritual, quizás para estimular una experiencia divina que conectase a los fieles con lo trascendente.
Por su parte, en el cementerio de Jirzankal, en las montañas del Pamir (actual China occidental), se descubrieron braseros de madera con cannabis de alto contenido en THC, datados hacia 500 a.C. Los asistentes a los funerales habrían inhalado el humo en un espacio cerrado.
La arqueología no es la única disciplina que ha proporcionado datos al respecto. El historiador Heródoto, por ejemplo, describió con asombro un ritual semejante entre los escitas, pueblos nómadas de las estepas eurasiáticas. El autor clásico escribió que los escitas tomaban semillas de cáñamo y las arrojaban sobre piedras al rojo vivo. A continuación, se cubrían con esteras y gritaban de pura alegría. Aquel baño de vapor funcionaba como una forma de catarsis: una risa colectiva que purificaba el cuerpo y el alma.
También los tracios compartían prácticas similares. En muchos casos, el cannabis se integraba en ceremonias ligadas a la muerte o a la renovación espiritual. El humo tenía el poder de conectar mundos, de conducir a los vivos hacia un territorio intermedio entre lo humano y lo divino.

Hierbas que curan, hierbas que alegran
El mundo griego heredó esta relación ambigua con el cáñamo. Para Dioscórides, médico del siglo I d. C., el cannabis era una hierba que provocaba la risa. Aunque su interés era más clínico que recreativo, reconocía sus efectos euforizantes, incluso cuando la recetaba como inhibidor del deseo sexual.
El célebre Galeno de Pérgamo, médico del emperador Marco Aurelio, por su parte, dejó una descripción de sus efectos sorprendentemente moderna. Relató cómo los comensales de los banquetes romanos consumían pasteles de cannabis que, si bien solían causar indigestión y cefalea, provocaban también alegría y risas. En dosis moderadas, escribía, conducían a la euforia. En exceso, derivaban en la deshidratación y la impotencia prolongada.
Plinio el Viejo, en su Historia Natural, oscilaba entre la admiración y el reproche. Reconocía las propiedades terapéuticas del cáñamo contra la gota, las quemaduras o las migrañas. Sin embargo, advertía que su semilla “apaga el semen de los hombres”. En la antigüedad, por tanto, el cannabis fue a la vez medicina, inhibidor de la sexualidad y sustancia euforizante.

La flor del olvido: el opio y la promesa del sueño eterno
Si el cannabis provocaba la alegría, el opio se convirtió en la sustancia del olvido por excelencia. La arqueología ha identificado vasijas con forma de amapola desde el 1600 a. C., procedentes de Egipto, el Levante y el Próximo Oriente. Muchas de ellas contenían residuos de opio y otros compuestos psicoactivos, lo que parece apuntar a una red de producción y comercio. Un hallazgo excepcional se produjo en la necrópolis cananea de Tel Yehud, donde se encontró un recipiente con restos de opio importado desde Chipre, de hace 3.300 años. Esta evidencia parece probar que el narcótico circulaba a lo largo de una red económica tan sofisticada como lucrativa.
Algunos textos clásicos, como La Odisea de Homero, describen una droga que, si disuelta en vino, era capaz de borrar el dolor y la ira y de impedir el llanto, incluso ante la muerte de un hijo. El poeta y médico Nicandro de Colofón, por su parte, ya advirtió sobre los peligros del exceso en el siglo II a. C. En su obra Alexipharmaka, describió con crudeza los efectos de una sobredosis de opio: letargo, palidez, sudor frío, labios hinchados, respiración débil y, en último término, la muerte. Su consejo terapéutico para tratar la intoxicación (una combinación de vino caliente, miel y palmadas para reanimar al intoxicado) revela hasta qué punto el opio era una medicina tan común como temida.

De Avicena a Marco Aurelio: el opio como dilema moral
El médico persa Avicena (980-1037) llevó el debate de las drogas a otro nivel. En su Canon de Medicina, consideró el opio un analgésico peligroso que debía usarse solo como último recurso, puesto que había llegado a ver morir a un paciente por una dosis de opio administrada por vía rectal.
Aun así, el opio se convirtió en una droga de lujo en Roma. Para los estoicos, representaba una forma digna de morir, pues procuraba una muerte suave. Los griegos imaginaban esa muerte bajo el símbolo de las amapolas de Hipnos y Tánatos, los dioses del sueño y de la muerte, siempre representados con la flor en la mano.
El emperador Marco Aurelio terminó prisionero de su propio remedio. Según Dión Casio, los opiáceos le permitían soportar los dolores de pecho y estómago durante las campañas militares. Su uso repetido, sin embargo, le creó dependencia. Galeno, su médico personal, relató que, sin el narcótico, el emperador no habría podido guiar sus tropas ni preparar la batalla. Su adicción fue la única guerra que Marco Aurelio perdió.

Las drogas en el mundo antiguo, una presencia ubicua
El estudio de las drogas antiguas revela una paradoja: las mismas sustancias que hoy asociamos al vicio fueron, durante milenios, vehículos de conocimiento, consuelo o comunión con los dioses. El cannabis abría la puerta a la risa o al trance; el opio ofrecía el sueño y el olvido. Ninguna de ellas se percibía únicamente como amenaza, sino que se convirtieron en instrumentos poderosos para comprender el misterio de la vida y de la muerte.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: