
LUSAKA – Los mal llamados aranceles “recíprocos” del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, suponen un importante cambio en la política comercial estadounidense, al sustituir el enfoque multilateral que ha guiado la estrategia estadounidense durante décadas por un modelo bilateral centrado en negociaciones país por país.
Aunque estos aranceles se presentaron como directamente proporcionales a las barreras que otros países supuestamente imponen a los productos estadounidenses, en realidad se basaban en una fórmula inusual -y ampliamente criticada-. La administración calculó cada arancel tomando el déficit comercial de Estados Unidos con un país determinado, dividiéndolo por el valor de las exportaciones de ese país a Estados Unidos y dividiendo el resultado por la mitad. De este modo se obtenía una amplia gama de aranceles, del 10% al 50%, muchos de los cuales se han revisado repetidamente, y a menudo por razones que no tienen nada que ver con las balanzas comerciales bilaterales.
El planteamiento de la administración ha golpeado con especial dureza a los países pobres y menos desarrollados. Pensemos en Lesoto; durante décadas, las sucesivas administraciones estadounidenses ayudaron al país a desarrollar una industria de la confección orientada a la exportación a través de la Ley de Crecimiento y Oportunidad Africanos, creando unos 40,000 puestos de trabajo. En 2024, Lesoto exportó bienes por valor de 237 millones de dólares a Estados Unidos, pero solo importó unos 2.8 millones de dólares en bienes estadounidenses, en gran parte debido a su condición de país sin litoral y a su dependencia de la Unión Aduanera del África Meridional.
Bajo la fórmula de la administración Trump, este desequilibrio comercial se tradujo en uno de los aranceles más elevados impuestos a cualquier país. Aunque la tasa inicial del 50% se redujo posteriormente al 15%, sigue suponiendo una grave amenaza para la economía de Lesoto.
El régimen arancelario de Trump no solo es punitivo y contraproducente. También socava los compromisos de Estados Unidos en virtud de las normas de la Organización Mundial del Comercio y golpea el corazón del sistema multilateral de comercio.
África se encuentra en el punto de mira, y las economías de todo el continente se enfrentan a graves consecuencias. La industria automovilística sudafricana se enfrenta a un fuerte descenso de las exportaciones y a la posible pérdida de puestos de trabajo, mientras que exportadores agrícolas como Costa de Marfil, Ghana y Kenia son muy vulnerables a las perturbaciones arancelarias. En Mauricio y Madagascar los productores textiles podrían ver colapsar sus industrias.
Estados Unidos retrasó la plena aplicación de los aranceles de Trump hasta el 7 de agosto, dando tiempo a negociaciones comerciales bilaterales, lo que implicó un mayor daño al orden multilateral. Días después de que se pausaran los aranceles recíprocos de Trump, 75 países se acercaron a la Administración para alcanzar sus propios acuerdos comerciales, lo que indica un creciente giro mundial hacia el bilateralismo ad hoc.
El “acuerdo de prosperidad económica” entre Estados Unidos y el Reino Unido es un buen ejemplo. Este acuerdo limitado de aranceles y cuotas no liberaliza “sustancialmente todo” el comercio, un requisito clave del Artículo XXIV del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Además, viola el principio de “nación más favorecida”, piedra angular del sistema multilateral.
Otros países, como Vietnam, Filipinas y Japón, también han alcanzado acuerdos bilaterales con EU, por los que se ajustan los aranceles al 20%, 19% y 15%, respectivamente. En particular, estos acuerdos incluyen disposiciones adicionales, desde sanciones a las mercancías “transbordadas” hasta compromisos de inversión específicos para cada sector.
Hasta ahora, ningún país africano ha conseguido un acuerdo comercial con la administración Trump. Zimbabue fue el primero en responder a los aranceles de Trump, suspendiendo de inmediato (y prematuramente) todos los aranceles sobre las importaciones estadounidenses en una muestra de buena voluntad. Mientras tanto, economías importantes como Sudáfrica y Kenia siguen tratando de conseguir condiciones favorables en medio de crecientes presiones internas.
Independientemente del resultado de estas negociaciones, Estados Unidos ha decidido claramente seguir una estrategia comercial transaccional, ofreciendo un alivio arancelario selectivo a cambio de concesiones sectoriales o acceso a recursos estratégicos como los minerales críticos. Este enfoque reduce las complejas relaciones comerciales a una negociación tajante de “lo tomas o lo dejas”, dejando a los países en desarrollo poco margen de maniobra.
El resultado es un sistema comercial mundial fragmentado que favorece a los países con mayor peso económico o estratégico. Los países africanos se encuentran en una situación especialmente difícil: sin la protección de instituciones multilaterales como la OMC, podrían verse presionados para aceptar acuerdos explotadores dirigidos a sectores de importancia estratégica como las materias primas, ámbitos en los que África tiene una gran influencia pero a menudo no la utiliza de forma eficaz.
Para evitarlo, los países africanos deben formar un frente unido. Negociando colectivamente acuerdos sectoriales, los gobiernos podrían aprovechar sus ventajas estratégicas para proteger los intereses económicos del continente y presionar más eficazmente para obtener exenciones arancelarias en exportaciones como textiles, café y minerales, especialmente cobalto y litio.
Al mismo tiempo, los países africanos deben diversificar sus relaciones comerciales abriendo nuevos mercados de exportación y reforzando la cooperación Sur-Sur, especialmente con potencias emergentes como China. La resiliencia a largo plazo también requerirá una mayor inversión en capacidad industrial y una integración regional más profunda a través de la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA).
En el cambiante panorama económico actual, África no puede permitirse ser un observador pasivo. Mediante una acción estratégica coordinada y una diplomacia asertiva, sus gobiernos pueden fomentar la estabilidad regional y contribuir a configurar un orden comercial mundial más justo y equitativo.
El autor
Shimukunku Manchishi es oficial superior de políticas en el African Future Policies Hub.
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Cortesía de El Economista
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