
No hay mejor ejemplo del egoísmo altruista que la inversión que hacen los padres en el capital humano de los hijos a través del gasto en alimentación, educación y salud.
Estas acciones a favor de los hijos son un acto egoísta en el sentido de que los padres derivan satisfacción y aumentan su nivel de bienestar subjetivo (en el léxico de teoría económica aumenta su nivel de utilidad) en la medida de que el bienestar de los hijos también aumente. Simultáneamente, también son un acto altruista porque los padres no esperan que sus hijos les repaguen en el futuro la inversión que hicieron en ellos, a pesar de que, por haber destinado recursos a su inversión en capital humano, hayan sacrificado consumo propio. Estos actos egoístas/altruistas pueden, inclusive, continuar aún después de que los hijos hayan terminado su educación formal.
Por otra parte, habiendo ya realizado esa inversión en los hijos, los padres tienen que programar un patrón de gasto futuro tal que, cuando mueran, lo único que quede como remanente sea lo suficiente para pagar los gastos funerarios, es decir, no dejar ninguna herencia. Es posible, sin embargo, que mueran antes de haberse gastado todo o que algunos decidan gastar menos y, de esa forma, dejarles a sus hijos una herencia positiva, sea en bienes raíces, joyas, obras de arte o financiera.
Existen, sin embargo, los casos en los cuales los padres no ahorraron lo suficiente para su retiro o vivieron más años de los esperados. De darse este caso, su manutención correría a cargo de los hijos, quienes tendrían que reducir su propio consumo o, peor aún, invertir menos en el capital humano de sus propios hijos. Aquí la herencia sería negativa y todos en la familia (padres, hijos y nietos) pierden bienestar.
Algo similar puede ser llevado a las decisiones que toman los gobiernos en el diseño y ejecución de las políticas públicas, particularmente lo relativo a las decisiones de gasto, inversión pública y endeudamiento, ya de ello depende si la herencia que dejan sea positiva o negativa, que el bienestar de la población presente y futura sea mayor o menor.
En lo que respecta al gasto, aquí resalta lo que se destina a educación y servicios de salud, los dos principales componentes de la inversión en capital humano. La asignación presupuestal a estos dos rubros tiene que ser lo suficiente para poder cubrir la demanda por estos servicios y ser, simultáneamente, de alta calidad, lo cual, a su vez, depende del arreglo institucional armado para estos servicios.
Esta debería ser la prioridad del gobierno para que sus actos deriven en una herencia positiva; pero, por lo que hemos experimentado en México durante los últimos siete años, es que el gobierno ha sacrificado gasto en estos rubros, por lo que no se satisface la demanda y, peor aún, los servicios públicos, tanto educativos como de salud, son de mala calidad. En educación, la “nueva escuela mexicana” y los nuevos libros de texto, junto con un conjunto de incentivos perversos para los profesores, derivan en una notoriamente deficiente educación. En cuanto a la salud pública, por otra parte, López prácticamente la destrozó. En consecuencia, el gobierno, en este ámbito, no está aportando al mayor bienestar presente y futuro de los mexicanos.
Otro aspecto relevante son las decisiones de inversión pública y su financiamiento. Para hacer una contribución social positiva, los proyectos de inversión tienen que tener un valor presente neto positivo, siendo evaluados socialmente. Un análisis de los proyectos emprendidos durante el gobierno pasado (AIFA junto con la cancelación de Texcoco, el Tren Maya, la refinería en Dos Bocas, el ferrocarril del Istmo de Tehuantepec y Mexicana) indica que todos ellos tienen, socialmente evaluados, una tasa de rentabilidad negativa, por lo que reducen la riqueza nacional y merman el potencial de crecimiento de la economía. También en este rubro, la herencia que deja el gobierno es negativa.
Ligado a la inversión pública es lo correspondiente a su financiamiento. Si los proyectos se financian con recursos que sacrifican el gasto en educación y salud, como sucedió parcialmente durante el gobierno de López, implica imponerle a la sociedad una herencia negativa, y peor aún si, como se apuntó, los proyectos tienen rentabilidad social negativa.
La otra fuente posible de financiamiento es el endeudamiento, resaltando que el gobierno solo puede incurrir en este para financiar proyectos de inversión con rentabilidad social positiva, tal que los ingresos futuros que generarían estos proyectos sean suficientes para pagar el servicio de la deuda (amortización e intereses). Nuevamente, lo que tenemos es que todos los mencionados caprichos de López (como serán los trenes de Sheinbaum) son y serán deficitarios, por lo que no solo no generan los ingresos para pagar el servicio, sino que requieren de transferencias gubernamentales para cubrir las pérdidas. Otro factor que aumenta la herencia negativa es si el endeudamiento se destina a financiar gasto corriente, como sucedió este año y sucederá el próximo.
Así, estos siete años de gobierno de la cuatroté nos han dejado una herencia negativa y un menor bienestar social de las generaciones futuras.
Cortesía de El Economista
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