Nuevas pruebas refuerzan que los humanos descienden de un ancestro africano parecido a un simio: el hallazgo que reescribe la historia de la evolución y desmonta una teoría clave sobre nuestros orígenes

La evolución humana nunca ha sido una línea recta. Más bien, es un sendero lleno de desvíos, avances y retrocesos. Y cada nuevo fósil hallado es como una palabra que se añade a un relato inconcluso. Ahora, un estudio publicado en Communications Biology y liderado por investigadores de la Universidad de Washington en St. Louis aporta una pieza crucial: el tobillo de Ardipithecus ramidus, un hominino de 4,4 millones de años, ofrece nuevas claves sobre cómo empezó la humanidad a caminar sobre dos piernas… y lo que se pensaba hasta ahora podría estar equivocado.

El tobillo que reescribe la evolución

Descubierta en Etiopía en los años 90, Ardi, como fue apodado el esqueleto de Ardipithecus ramidus, ha sido un verdadero rompecabezas evolutivo. Aunque su antigüedad lo sitúa más de un millón de años antes que la famosa Lucy (Australopithecus afarensis), los científicos no se ponían de acuerdo sobre qué tipo de locomoción empleaba. ¿Era un caminante terrestre? ¿Un trepador arbóreo? ¿Un punto medio?

El reciente análisis morfológico del hueso astrágalo —el talus, ubicado en el tobillo— ha cambiado radicalmente la interpretación anterior. Este hueso, pequeño pero fundamental, conecta la pierna con el pie y juega un papel esencial en el equilibrio y la propulsión al caminar. Lo que han descubierto los investigadores es que el talus de Ardi se parece más al de los chimpancés y gorilas que al de los humanos modernos. En otras palabras: este ancestro caminaba erguido, sí, pero también era un hábil trepador de árboles.

Una locomoción doble: árboles y suelo

El estudio ha revelado que el tobillo de Ardi tenía un ángulo de inclinación elevado, similar al de los grandes simios africanos. Además, la forma de la articulación sugiere que podía doblar el pie hacia arriba de forma más pronunciada que los humanos actuales, algo clave para trepar verticalmente por troncos o superficies inclinadas. A la vez, otras características del pie apuntan a un empuje más eficiente al caminar, lo que indica que también era capaz de andar sobre dos piernas, aunque no del todo como nosotros.

Este equilibrio entre trepar y caminar no es anecdótico: representa un momento clave en la historia de nuestra evolución. Hasta hace poco, muchos paleoantropólogos creían que los primeros homínidos descendían de un ancestro generalista, sin adaptaciones específicas para la vida terrestre ni la arbórea. Sin embargo, Ardi muestra que nuestros orígenes están mucho más ligados a los simios africanos de lo que se pensaba, y que la transición al bipedalismo fue gradual, compleja y no exenta de contradicciones.

Cráneo de Ardipithecus ramidus
Cráneo de Ardipithecus ramidus. Foto: Wikimedia

La vida entre ramas y llanuras

La forma de vida de Ardipithecus ramidus debió de ser una mezcla de comportamientos: desplazarse por el suelo caminando erguido, pero también trepar árboles con agilidad. Su dedo gordo del pie aún era prensil, como el de los chimpancés, lo que le permitía agarrarse a las ramas. Sin embargo, su pelvis y su base craneal presentaban adaptaciones al bipedalismo. Esta combinación de rasgos confirma que no se trataba de un simio más, ni tampoco de un humano temprano, sino de una criatura intermedia, una especie de eslabón perdido entre dos mundos.

El hallazgo desmonta una idea muy extendida: que los chimpancés y gorilas actuales son simples reliquias evolutivas que poco tienen que ver con nosotros. Según los autores del estudio, estos grandes simios no son meros parientes lejanos, sino ramas evolutivas que compartieron con nosotros una anatomía común adaptada al trepado vertical y a caminar con las plantas de los pies —algo que Ardi también hacía.

El estudio va más allá y establece una comparación inesperada entre Ardi y ciertos monos del continente americano, como los monos araña. Aunque no tienen un vínculo cercano en términos evolutivos, ambas especies desarrollaron adaptaciones similares para trepar verticalmente. Esta coincidencia se conoce como convergencia evolutiva: cuando especies distintas enfrentan desafíos similares y terminan desarrollando soluciones parecidas. Es como si la naturaleza tuviera un repertorio limitado de ideas eficientes para moverse entre los árboles… y lo reutilizara una y otra vez.

Más allá de los detalles técnicos, el descubrimiento tiene implicaciones filosóficas: sugiere que el bipedalismo no surgió de repente como una gran innovación evolutiva, sino como una adaptación gradual a un entorno cambiante. En vez de un salto brusco desde las copas de los árboles al suelo de la sabana, la historia de la marcha humana parece más una danza de equilibrio entre las ramas y el suelo.

Ardi, con su tobillo a medio camino entre simio y humano, demuestra que la evolución no borra el pasado de golpe. Lo arrastra consigo, lo transforma y, a veces, lo recicla. Por eso, entender cómo caminaba Ardi es también entender cómo comenzamos a ser lo que somos.

La biomecánica de la trepa vertical ofrece una explicación directa para la evolución convergente de la morfología del tobillo en simios africanos y monos atélidos
La biomecánica de la trepa vertical ofrece una explicación directa para la evolución convergente de la morfología del tobillo en simios africanos y monos atélidos. Fuente: Prang, T.C., et al., Commun Biol (2025)

Una corrección histórica a una interpretación equivocada

Cuando se presentó inicialmente el esqueleto de Ardi, muchos científicos pensaron que su forma de moverse era única y poco relacionada con la de los grandes simios. Algunos incluso afirmaron que los chimpancés y gorilas actuales no tenían nada que ver con el camino evolutivo que llevó a los humanos. Este nuevo estudio, basado en un análisis detallado en 3D del hueso del tobillo, pone en duda esa interpretación. De hecho, sugiere que Ardi sí compartía aspectos clave con los simios africanos, y que estos no son callejones sin salida de la evolución, sino parte del mismo tronco común que condujo a nuestra especie.

Es una lección sobre cómo la ciencia funciona: no como un dogma, sino como un proceso continuo de revisión y aprendizaje. A veces, para avanzar, hay que volver a mirar donde ya se miró y hacerse nuevas preguntas con ojos más atentos. Eso es lo que ha hecho este equipo de paleoantropólogos.

El estudio ha sido publicado en Communications Biology.

Cortesía de Muy Interesante



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