Los primeros “paleontólogos” de Australia fueron aborígenes: hallan pruebas de que recolectaban fósiles hace decenas de miles de años

Durante más de cuatro décadas, un hueso roto descansaba en una vitrina como una de las pocas pruebas físicas de que los primeros pueblos de Australia habían cazado y extinguido a los gigantes del Pleistoceno. Esa teoría, repetida en numerosos estudios y publicaciones, parecía incontestable: una incisión precisa en una tibia de canguro estenurino, hallada en Mammoth Cave, en el suroeste de Australia, se había interpretado como una marca de cuchillo. El símbolo perfecto de un momento fundacional: el encuentro entre los humanos y una fauna descomunal, saldado con la desaparición de estos últimos.

Pero a veces la ciencia da un paso atrás para ver mejor. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido ahora.

Gracias a un nuevo estudio liderado por el paleontólogo Michael Archer —el mismo que en los años 80 defendió que esa marca era fruto de la caza—, el análisis ha sido revisado con tecnología moderna y el resultado no puede ser más revelador: la marca fue hecha cuando el hueso ya estaba fosilizado.

En otras palabras: no fue un corte de carnicero, fue el gesto de alguien que, miles de años atrás, encontró un fósil y trató de extraerlo del suelo.

Una incisión que no era lo que parecía

La historia comienza en el siglo XX, cuando naturalistas recolectaban restos fósiles en cuevas del suroeste australiano. En la colección de Mammoth Cave apareció una tibia con una incisión en forma de V. En 1980, Archer y otros investigadores publicaron un estudio concluyendo que aquello era una marca de cuchillo: un corte hecho por un humano que habría intentado despiezar al animal. Parecía, por fin, una prueba de caza directa.

Sin embargo, tras décadas sin nuevas evidencias similares, la comunidad científica comenzó a preguntarse: ¿por qué no hay más huesos con marcas de este tipo? ¿Dónde están las lanzas, los cuchillos, los restos de matanzas?

La respuesta ha llegado gracias a tecnologías que ni siquiera existían en los años 80, como los escaneos 3D de alta resolución, análisis microscópicos de la textura del corte y estudios de fracturas internas. Todos apuntan a lo mismo: el hueso estaba seco, agrietado y endurecido por el paso del tiempo cuando fue cortado. El corte fue posterior a la muerte, al enterramiento y a la fosilización. Ya no era un hueso, era una reliquia del pasado. Y alguien —probablemente una persona aborigen— lo quiso sacar o manipular.

Una tibia fosilizada de un canguro gigante extinto, hallada en Australia, presenta una muesca que, según nuevos estudios, podría deberse a la extracción intencional del fósil y no a señales de caza o carnicería
Una tibia fosilizada de un canguro gigante extinto, hallada en Australia, presenta una muesca que, según nuevos estudios, podría deberse a la extracción intencional del fósil y no a señales de caza o carnicería. Foto: Royal Society Open Science (2025)

Un amuleto que cruzó el continente

La investigación no se detuvo ahí. El equipo también analizó un objeto sorprendente: un colgante artesanal elaborado con un diente fósil de Zygomaturus trilobus, un marsupial gigante ya extinto. Este amuleto había sido entregado en los años 60 a un antropólogo por un hombre de la comunidad Worora, en la región de Kimberley, al norte del país.

Mediante espectrometría y análisis geoquímico, se descubrió que el fósil no provenía del norte, sino de la misma región del suroeste donde se encontraba Mammoth Cave. Lo habían transportado cientos de kilómetros. El hallazgo no solo demuestra un interés cultural por los fósiles, sino también la existencia de rutas de intercambio y comercio en la prehistoria australiana.

Y con ello, se abre una nueva hipótesis que hasta ahora había sido poco considerada: los primeros pueblos de Australia no solo convivieron con la megafauna, sino que, siglos después de su desaparición, encontraron sus restos, los recogieron y les dieron valor simbólico.

Esta tibia pertenecía a un Sthenurus, un marsupial gigante emparentado con los canguros actuales, que habitó Australia hace miles de años
Esta tibia pertenecía a un Sthenurus, un marsupial gigante emparentado con los canguros actuales, que habitó Australia hace miles de años. Fuente: Wikimedia

Del mito del exterminio a la realidad del respeto

La idea de que los primeros pueblos de Sahul —la antigua masa continental que unía Australia, Tasmania y Nueva Guinea— fueron responsables de la extinción de los gigantes prehistóricos ha sido dominante en la ciencia durante décadas. En esa narrativa, los recién llegados habrían sobreexplotado a especies como Diprotodon, Genyornis o Procoptodon hasta hacerlas desaparecer.

Sin embargo, la revisión del caso de Mammoth Cave cambia el eje de la discusión. El estudio no niega que pudiera haber interacción entre humanos y megafauna. De hecho, los relatos orales, el arte rupestre y algunas coincidencias cronológicas entre la llegada humana y el declive faunístico sugieren un solapamiento en el tiempo. Pero el estudio sí desmonta la única “prueba directa” que implicaba a humanos en la muerte de un ejemplar concreto.

Lo que se perfila ahora es un retrato más matizado y menos centrado en la depredación: pueblos con una comprensión compleja del entorno, que recolectaban fósiles y quizás los usaban como amuletos, símbolos, herramientas rituales o reliquias sagradas.

Lindsay Hatcher, quien participó en el estudio antes de su fallecimiento, explorando las profundidades de Mammoth Cave
Lindsay Hatcher, quien participó en el estudio antes de su fallecimiento, explorando las profundidades de Mammoth Cave. Foto: Royal Society Open Science (2025)

¿Los primeros paleontólogos?

Aunque parezca anacrónico, el estudio sugiere que los primeros pueblos de Australia fueron, en cierto modo, los primeros “paleontólogos” del continente. No con métodos científicos ni laboratorios, pero sí con la intuición profunda de que los huesos del pasado cuentan historias. Y con el respeto suficiente para conservarlos, transportarlos e integrarlos en sus sistemas culturales.

Lejos de ser simples cazadores o recolectores, los aborígenes que recogieron el diente de Zygomaturus o extrajeron la tibia de un canguro gigante estaban, quizá, construyendo su propia forma de entender la historia natural de su tierra.

El valor de mirar dos veces

Este estudio también es una lección sobre la ciencia misma. Michael Archer, protagonista de ambas interpretaciones —la de 1980 y la de 2025— ha reconocido que se equivocó. No por falta de rigor, sino porque la tecnología y el conocimiento de la época no permitían ver más allá.

Revisar las propias conclusiones no es una derrota, sino una muestra de madurez intelectual. En este caso, ha permitido no solo corregir una lectura equivocada, sino revelar una historia mucho más interesante: la de un pueblo que no exterminó a los gigantes de su tierra, sino que supo observarlos, recordarlos y preservarlos.

Cortesía de Muy Interesante



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