Nueva investigación desmonta décadas de creencias: los dinosaurios no estaban realmente en declive antes del asteroide que acabó con ellos

En un rincón polvoriento del desierto de Nuevo México, una capa de roca casi olvidada por la ciencia acaba de poner en jaque una de las ideas más repetidas sobre la extinción de los dinosaurios: que ya estaban en decadencia antes del impacto del asteroide. Nuevas investigaciones publicadas en la revista Science revelan que, al menos en esta región del suroeste de Estados Unidos, los dinosaurios no solo no estaban desapareciendo, sino que estaban en plena forma hasta el último suspiro del Cretácico.

El estudio, liderado por un equipo internacional de paleontólogos de universidades como Baylor, la Universidad Estatal de Nuevo México, el Museo de Historia Natural y la Smithsonian Institution, ha conseguido datar con precisión fósiles del Miembro Naashoibito, una formación rocosa poco estudiada hasta ahora. Su descubrimiento es tan rotundo como revelador: estos dinosaurios vivieron apenas unos cientos de miles de años antes del impacto del famoso asteroide de Chicxulub, que hace 66 millones de años borró del planeta al 75% de las especies, incluidos todos los dinosaurios no avianos.

Pero más allá de lo sorprendente de su fecha, lo verdaderamente revolucionario es el retrato que ofrece de su mundo: un ecosistema diverso, saludable y lleno de vida, donde enormes saurópodos como el Alamosaurus compartían su hábitat con hadrosaurios de pico de pato, ceratópsidos cornudos y depredadores como los tiranosaurios. Una fauna que no solo sobrevivía, florecía.

Un paraíso cretácico en el desierto

Durante décadas, la idea dominante entre los paleontólogos era que la diversidad de dinosaurios había ido menguando durante el Maastrichtiense, el último tramo del Cretácico. Las razones propuestas iban desde el cambio climático hasta la fragmentación de hábitats, pasando por una supuesta “estabilidad evolutiva” que los habría dejado vulnerables a catástrofes globales. Sin embargo, este nuevo estudio pone todo eso en duda al ofrecer pruebas tangibles de que, al menos en lo que hoy es Nuevo México, las comunidades de dinosaurios estaban en plena expansión ecológica cuando todo se vino abajo.

Lo que distingue esta investigación de trabajos anteriores es la doble estrategia usada para determinar la antigüedad de los fósiles: por un lado, el análisis del argón en los minerales, y por otro, el estudio de los patrones magnéticos conservados en las rocas, que registran los cambios en el campo magnético terrestre a lo largo del tiempo. Cruzando ambas técnicas, el equipo consiguió fijar la edad de los fósiles entre 66,4 y 66 millones de años, es decir, justo antes del gran evento de extinción.

El Alamosaurus fue uno de los últimos dinosaurios que habitó el sur de Norteamérica antes del impacto del asteroide
El Alamosaurus fue uno de los últimos dinosaurios que habitó el sur de Norteamérica antes del impacto del asteroide. Ilustración: Natalia Jagielska

La sorpresa no fue solo temporal. Al comparar estos fósiles con los hallados en el famoso yacimiento de Hell Creek, en Montana, los investigadores descubrieron que las especies eran distintas, aunque coexistieron en la misma franja de tiempo. Esto indica que, lejos de haber una fauna uniforme y desgastada al final del Cretácico, existían bioregiones muy diferenciadas, cada una con sus propias comunidades. En el norte y en el sur del continente americano, los dinosaurios evolucionaban por caminos paralelos, probablemente debido a las diferencias climáticas entre regiones.

Dinosaurios vibrantes antes del fin del mundo

Los fósiles del Naashoibito ofrecen una imagen completamente distinta a la que se ha difundido durante años en museos y libros de texto. En lugar de criaturas solitarias y moribundas, lo que emerge es un paisaje lleno de vida: gigantescos saurópodos avanzando por llanuras fluviales, grupos de hadrosaurios alimentándose en manada, carnívoros acechando al borde de los bosques. Todo ello sucedía a tan solo unos cientos de miles de años —un suspiro geológico— antes del apocalipsis.

Este hallazgo desmonta la idea de que los dinosaurios estaban condenados incluso sin el asteroide. De hecho, si no hubiera sido por ese evento cósmico aleatorio, estos animales habrían seguido dominando el planeta, al menos por un tiempo más. Lejos de ser una extinción “natural” por agotamiento, la desaparición de los dinosaurios se asemeja más a una tragedia inesperada que a un final anunciado.

El equipo investigador incluso sugiere que las comunidades de dinosaurios eran más resilientes de lo que se creía. Su diversidad ecológica —con herbívoros y carnívoros de diferentes tamaños, comportamientos y adaptaciones— indicaba un ecosistema equilibrado y robusto, no uno al borde del colapso. Esta estructura compleja puede haber sido clave para resistir cambios ambientales graduales, pero resultó impotente ante la rapidez y violencia del impacto de Chicxulub.

Las huellas del futuro: lo que vino después

Uno de los aspectos más fascinantes de este estudio es cómo conecta el pasado de los dinosaurios con el futuro de los mamíferos. Al analizar los fósiles posteriores al impacto en la misma región, los investigadores encontraron que, apenas 300.000 años después del evento, ya habían surgido nuevas especies de mamíferos que exploraban nichos ecológicos vacíos: algunos se hicieron más grandes, otros adoptaron dietas más especializadas y otros desarrollaron comportamientos novedosos.

Curiosamente, esta explosión de diversidad mamífera siguió patrones similares a los de los dinosaurios previos, con regiones climáticas distintas produciendo faunas distintas. El sur seguía siendo diferente del norte, y la estructura de bioprovincias se mantuvo a pesar del cataclismo. Este detalle revela algo sorprendente: aunque el evento de extinción fue brutal, no “reseteó” por completo la vida en la Tierra. Algunos patrones biogeográficos persistieron, lo que sugiere que el clima seguía siendo un factor decisivo en la evolución, antes y después del impacto.

Investigadores recogen muestras de paleomagnetismo en la cuenca de San Juan, al noroeste de Nuevo México
Investigadores recogen muestras de paleomagnetismo en la cuenca de San Juan, al noroeste de Nuevo México. Foto: Steven L. Brusatte

Reescribiendo el final de los dinosaurios

Este nuevo estudio es mucho más que una corrección cronológica. Es una relectura completa del capítulo final de los dinosaurios. Hasta ahora, su desaparición se había explicado como el último acto de una especie condenada, víctima de su propia decadencia. Pero los datos del Naashoibito devuelven a estos gigantes su vitalidad perdida, mostrándolos en plena forma justo antes de su trágico final.

Lo que ocurrió hace 66 millones de años no fue una lenta agonía, sino un apagón repentino. Y lo que hemos aprendido es que, en un mundo distinto, sin impacto alguno, quizás hoy seguiríamos compartiendo el planeta con estos animales extraordinarios.

El nuevo estudio ha sido publicado en la revista Science.

Cortesía de Muy Interesante



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