En las áridas tierras del desierto occidental de Egipto, donde la arena roja se funde con capas de lutitas verdosas, un hallazgo paleontológico sin precedentes acaba de cambiar lo que creíamos saber sobre la evolución de los cocodrilos marinos prehistóricos. Un equipo de investigadores egipcios ha dado con los restos fosilizados de una criatura extraordinaria: Wadisuchus kassabi, un reptil de aspecto feroz que habitó las costas africanas hace unos 80 millones de años, mucho antes de que los dinosaurios desaparecieran del planeta.
La criatura, descrita en un estudio recientemente publicado en el Zoological Journal of the Linnean Society, representa al miembro más antiguo conocido de la familia Dyrosauridae, un linaje extinto de cocodrilos que, a diferencia de sus parientes actuales, se adaptaron a la vida marina. Hasta ahora, los fósiles más antiguos de estos animales procedían del Maastrichtiense (entre 72 y 66 millones de años atrás), pero este nuevo ejemplar desplaza su origen al menos siete millones de años antes. Y lo hace con un nivel de detalle anatómico nunca antes visto en un fósil de este tipo.
Un depredador marino salido de las profundidades del tiempo
Wadisuchus kassabi no era un cocodrilo cualquiera. Medía entre 3,5 y 4 metros de largo, con un hocico alargado armado de dientes altos y afilados como agujas, perfectos para atrapar presas escurridizas como peces y tortugas. Su cuerpo estaba diseñado para la caza en ambientes costeros y marinos, y algunas de sus características anatómicas lo separan claramente de otras especies conocidas.
Los fósiles, descubiertos en las cercanías de las oasis de Kharga y Baris, incluyen fragmentos de cuatro individuos de distintas edades. Esto ha permitido a los científicos reconstruir cómo se desarrollaba esta especie a lo largo de su vida, un dato escasamente documentado en el registro fósil de los dyrosáuridos. El análisis, basado en escaneos de tomografía computarizada (CT) de alta resolución y modelos 3D, reveló detalles internos del cráneo que, de otro modo, habrían permanecido ocultos para siempre.
Este reptil marino tenía solo cuatro dientes en la parte frontal del hocico, en contraste con los cinco que se consideran “primitivos” en otros miembros de su familia. También presentaba una hendidura profunda donde se unían las mandíbulas, y unas narinas situadas en la parte superior del hocico, indicativo de una adaptación progresiva al estilo de vida acuático. Estos detalles no solo refuerzan su estatus como especie nueva, sino que ilustran una fase clave en la evolución del grupo.

Un linaje africano con “ambiciones” globales
El hallazgo de Wadisuchus kassabi es mucho más que una simple adición al árbol genealógico de los cocodrilos extintos. Los análisis filogenéticos realizados por el equipo investigador lo posicionan como un ancestro directo de los demás dirosáuridos, lo que implica que esta familia de cocodrilos marinos tuvo su origen en África, y no en otras regiones como se había propuesto anteriormente.
A lo largo del Paleógeno, después de la extinción masiva que acabó con los dinosaurios, los dirosáuridos fueron uno de los pocos linajes de reptiles que no solo sobrevivieron, sino que prosperaron. Se dispersaron por Europa, América y el resto de África, llenando el vacío ecológico dejado por los grandes depredadores marinos. Pero ahora sabemos que todo comenzó mucho antes, durante el periodo Campaniense del Cretácico superior, en las costas de lo que hoy es Egipto.
Puede parecer insólito que un animal marino haya sido descubierto en medio del desierto egipcio. Sin embargo, hace 80 millones de años, esta región formaba parte de una extensa llanura costera bañada por mares cálidos y someros, salpicada de humedales, canales fluviales y estuarios repletos de vida. Los sedimentos de la Formación Quseir, donde fue encontrado el fósil, han conservado ese antiguo ecosistema con una precisión sorprendente, incluyendo restos de peces pulmonados, tortugas y vegetación exuberante.
La conservación excepcional de los fósiles no solo permite conocer a fondo la anatomía de Wadisuchus kassabi, sino también reconstruir con realismo su entorno. Las representaciones paleoartísticas basadas en la evidencia recuperada muestran a este cocodrilo marino acechando bajo las aguas turbias de los manglares, emboscando a sus presas con la misma precisión mortal que sus parientes actuales.
Un nombre con legado
El nombre Wadisuchus kassabi encierra en sí mismo un homenaje doble. Por un lado, “Wadi” hace referencia al entorno del hallazgo, el Valle Nuevo (New Valley) de Egipto, y “Suchus” es un guiño al dios cocodrilo Sobek, símbolo de fuerza y fertilidad en la mitología egipcia. Por otro lado, “kassabi” honra al paleontólogo egipcio Ahmed Kassab, cuya labor ha sido fundamental para el desarrollo de esta disciplina en el país.
Este descubrimiento es también un logro del Centro de Paleontología de Vertebrados de la Universidad de Mansoura (MUVP), que se está consolidando como uno de los polos científicos más prometedores del continente africano. Junto a otras universidades egipcias, este centro ha contribuido a formar una nueva generación de paleontólogos que están rescatando del olvido a las criaturas que alguna vez dominaron el mundo prehistórico africano.

El futuro de un pasado olvidado
Más allá de lo que este fósil representa en términos evolutivos, este hallazgo pone el foco sobre una región fósilmente rica pero amenazada. El oeste egipcio alberga numerosos yacimientos aún inexplorados que podrían contener claves vitales para comprender la historia profunda de la vida en la Tierra. Pero la presión del crecimiento urbano, la expansión agrícola y la falta de recursos para la conservación amenazan con hacer desaparecer estas ventanas al pasado antes de que puedan ser estudiadas.
Por eso, la comunidad científica insiste en la urgencia de proteger estos espacios como patrimonio paleontológico. Porque cada fósil que se pierde, es una página irrecuperable de la historia del planeta. Wadisuchus kassabi no solo nos habla de un cocodrilo extinto. Es también el emblema de un legado enterrado bajo las arenas, esperando a ser descubierto.
El estudio ha sido publicado en The Zoological Journal of the Linnean Society.
Cortesía de Muy Interesante
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