El animal más peligroso del mundo no es el tiburón, el cocodrilo o el león, es el mosquito. Se calcula que los mosquitos son responsables de unas 700.000 muertes de humanos cada año. El daño directo que causa el pequeño insecto no es mucho, una gota de sangre, pero esas hembras que nos pican para conseguir sangre con la que incubar a sus crías transmiten al mismo tiempo algunas de las enfermedades más letales: malaria, dengue, fiebre del Nilo occidental, zika, chikungunya, fiebre amarilla y otras. Además, parece que estos dípteros están ganando la batalla, cada vez son más resistentes a los insecticidas y la crisis climática amplía sus áreas de distribución: hay dengue en Francia, el paludismo ha vuelto a EEUU y el virus del Nilo occidental se ha instalado en el valle del Guadalquivir.
La malaria ha sido llamada «el mayor asesino de la humanidad». Según un artículo publicado por John Whitfield en la revista Nature, se estima que ha causado entre 50.000 y 100.000 millones de muertes a lo largo de la historia humana, lo que representaría aproximadamente la mitad de todas las muertes desde la aparición del Homo sapiens. Esta enfermedad ha influido profundamente en el curso de la civilización, ha determinado zonas de asentamiento de poblaciones, rutas comerciales, y el destino de las naciones. Contribuyó significativamente a la caída del Imperio Romano y obstaculizó la colonización europea de África y otras regiones tropicales durante siglos. Las muertes cayeron a un mínimo histórico de alrededor de 575.000 en 2019, pero luego han vuelto a aumentar. El problema es real y acuciante. Desde esta perspectiva, eliminar los mosquitos parece una solución lógica para salvar millones de vidas y reducir enormes costes sanitarios y sociales, un cambio que fue unido al invento del DDT, pero que luego generó importantes problemas ambientales.
¿Extinguir al enemigo? Las nuevas armas biotecnológicas
El avance científico nos acaba de poner frente a una posibilidad novedosa y sugerente: extinguir los mosquitos, acabar con ellos para siempre. El debate sobre si deberíamos exterminar a los mosquitos es complejo, porque combina salud pública, ecología y ética. Acabar con estos fastidiosos insectos para siempre es algo más cercano mediante cuatro enfoques fundamentales. El primero es la técnica del “gen drive” o impulso genético, que permite propagar genes específicos a una velocidad superior a la herencia normal. Mediante sistemas como CRISPR-Cas9, se pueden diseñar elementos genéticos que se copian a sí mismos en ambos cromosomas durante la reproducción, lo que asegura su transmisión a la descendencia.
La segunda posibilidad utiliza una bacteria llamada Wolbachia. Esta bacteria vive de forma habitual en muchísimos insectos, pero curiosamente no estaba presente en Aedes aegypti, el mosquito que más enfermedades transmite en el mundo, responsable del dengue, el zika, la fiebre amarilla y el chikungunya. Cuando los científicos descubrieron que podían introducir Wolbachia en estos mosquitos, vieron algo sorprendente: la bacteria empezó a actuar como un freno invisible para los virus. Dentro de las células del mosquito, la bacteria compite por recursos, y esa competencia impide que los virus se reproduzcan y se transmitan al ser humano. Además, Wolbachia tiene un truco biológico que facilita su expansión: si una hembra está infectada, pasa la bacteria a toda su descendencia, y si un macho infectado se aparea con una hembra no infectada, los huevos no prosperan. Con ese mecanismo, la bacteria se propaga de manera natural en las poblaciones de mosquitos.

En ciudades como Cairns, en Australia, o Yogyakarta, en Indonesia, ya se ha visto el impacto. Tras liberar mosquitos con Wolbachia, los casos de dengue descendieron de forma drástica, hasta en un 70 %. Lo mismo ha ocurrido en programas piloto en Brasil y Vietnam, mostrando que no se trata de un experimento aislado, sino de una estrategia real para cambiar el rumbo de las epidemias. Lo más interesante es que esta técnica no necesita insecticidas, no elimina a los mosquitos ni altera gravemente el ecosistema: simplemente los convierte en portadores inofensivos. Los resultados son prometedores, pero aún queda camino. Los investigadores analizan cómo se comporta la bacteria a largo plazo, qué variaciones pueden darse en distintas regiones y cómo integrarla con otras medidas de salud pública, como la eliminación de criaderos o la vigilancia epidemiológica. En cualquier caso, Wolbachia ha abierto una nueva forma de pensar el control de enfermedades: en lugar de exterminar, transformar. Allí, donde los mosquitos eran enemigos mortales, empiezan a convertirse en vecinos mucho menos peligrosos gracias a una aliada microscópica que habita en su interior.
La tercera estrategia se centra en modificar la capacidad de los mosquitos para transmitir patógenos, el plasmodio, el parásito unicelular responsable de la malaria o los virus. Es lo que el mosquito transfiere de su saliva a la sangre de la persona cuando la pica y son los verdaderos causantes de las enfermedades.
El cuarto enfoque implica la creación de mosquitos genéticamente modificados que sean estériles. La empresa Oxitec ha desarrollado mosquitos modificados que portan un gen letal condicional, que hace que su descendencia muera antes de alcanzar la madurez reproductiva cuando no está presente un antídoto específico. Cuando estos machos se liberan en la naturaleza y se aparean con hembras salvajes, los huevos que nacen llevan ese gen y las crías no sobreviven hasta la adultez. De esta manera, generación tras generación, el número de mosquitos capaces de transmitir enfermedades como el dengue, el zika o la fiebre amarilla disminuye de manera drástica.

Resultados impactantes y preguntas abiertas
La primera gran prueba se hizo en Brasil, en la ciudad de Jacobina, y los resultados fueron impactantes: la población local de Aedes aegypti se redujo en más del 80 % en pocos meses. Lo mismo ocurrió en experimentos en las Islas Caimán y en Panamá, donde la liberación de millones de machos modificados logró colapsar la densidad de mosquitos. A diferencia de los insecticidas, que dañan a muchas especies y generan resistencias, esta técnica apunta de manera específica al mosquito responsable de la transmisión de enfermedades, sin afectar a otros organismos.
La propuesta, sin embargo, no ha estado exenta de debate. Algunas comunidades expresaron temor ante la idea de liberar organismos modificados genéticamente al ambiente, preguntándose qué efectos podría tener en la cadena ecológica a largo plazo o si el gen pudiera transferirse de forma inesperada. Los investigadores responden que el método es seguro, porque los machos no pican ni transmiten virus, y el gen que portan no se perpetúa de manera indefinida: está diseñado para desaparecer junto con los mosquitos que lo llevan.
El caso de Oxitec muestra cómo la biotecnología puede usarse para combatir un problema que ha acompañado a la humanidad durante milenios. Frente a las epidemias que cada año se cobran cientos de miles de vidas, los mosquitos transgénicos representan un intento audaz de inclinar la balanza: no a través del exterminio indiscriminado, sino de una estrategia quirúrgica que golpea justo en el corazón de la especie que más daño nos causa.
La implementación de estas tecnologías enfrenta desafíos técnicos considerables. Los mosquitos presentan una diversidad genética significativa entre las más de 3500 especies identificadas. Su distribución abarca todo el planeta, salvo la Antártida, lo que requiere enfoques específicos para diferentes regiones. Además, la evolución de resistencias representa una preocupación legítima, ya que las poblaciones naturales podrían desarrollar mecanismos para contrarrestar las modificaciones introducidas y convertirse en «supermosquitos». La complejidad de los ecosistemas naturales y las interacciones entre especies añaden capas adicionales de incertidumbre a los resultados predichos en los laboratorios.

Los dilemas éticos y ecológicos de jugar con la naturaleza
La potencial extinción o reducción drástica de especies de mosquitos plantea interrogantes ecológicos profundos. Los mosquitos, pese a su mala fama, desempeñan roles específicos en los ecosistemas como polinizadores de ciertas plantas y como fuente de alimento. La desaparición de una especie puede debilitar todo un ecosistema e incluso provocar su colapso. En el caso de los mosquitos, esto no parece ser motivo de gran preocupación, ya que sus depredadores (aves, arañas, murciélagos, peces y libélulas) son generalistas que también se alimentan de otros insectos. La preocupación principal radica en los efectos cascada impredecibles y la posibilidad de que otras especies ocupen nichos ecológicos vacantes, y aparezcan nuevos problemas.
La modificación genética de organismos silvestres plantea cuestiones éticas fundamentales sobre el derecho a alterar la naturaleza. Existe también el dilema de la justicia global: mientras que las tecnologías se desarrollan principalmente en países desarrollados, sus aplicaciones más urgentes se encuentran en regiones tropicales y subtropicales con recursos limitados. Plantea preguntas sobre accesibilidad, control tecnológico y dependencia.
Hay quien piensa que con la posible extinción planeada de los mosquitos estaríamos jugando al aprendiz de brujo. Es el título de un poema de Goethe cuyo verso más famoso dice «Die ich rief, die Geister, / Werd’ ich nun nicht los.» (“Los espíritus que convoqué / ahora no puedo deshacerme de ellos”). Aunque esa preocupación persiste, aquí sería al contrario, deshacernos de los mosquitos y luego, por el motivo que fuera, echarlos de menos.
Die ich rief, die Geister, / Werd’ ich nun nicht los (Los espíritus que convoqué / ahora no puedo deshacerme de ellos).
Goethe
Referencias
- Whitfield, J. (2002). Portrait of a serial killer: a roundup of the history and biology of the malaria parasite. Nature, 10. doi: 10.1038/news021001-6
Cortesía de Muy Interesante
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