Dicen que hay trabajos que, tarde o temprano, todos vamos a necesitar: ya sea un médico para curarnos o un abogado para resolver un problema legal. Lorenzo Cancino tiene una de esas chambas, aunque la suya no es tan común como las otras: es enterrador en el Panteón Civil de Dolores.
Desde hace 25 años trabaja en el cementerio más grande de México, pero su vínculo con los muertos viene de mucho antes. Proviene de una familia de enterradores que, por generaciones, ha acompañado a quienes despiden a sus seres queridos.
“Somos parte ya de la tercera generación, que venimos de padres y abuelos”, cuenta el hombre de 40 años en entrevista con Chilango.
¿Qué hace un enterrador?
El trabajo de un enterrador consiste en realizar inhumaciones y exhumaciones, una labor que Lorenzo desempeña con profundo respeto, tanto hacia los familiares como hacia quienes han dejado este mundo.
“Siempre se les pide permiso a los difuntos para poder trabajar con ellos. Les decimos que los están esperando sus familiares y que nos dejen hacer un buen trabajo”, explica.
Sin embargo, la chamba no termina ahí. Los enterradores delPanteón de Dolorestambién se encargan de limpiar, arreglar los jardines y dar mantenimiento a las tumbas, por una mensualidad que va de los $200 a los $500 pesos.
“Hay veces que no nos llevamos nada en un día; pueden pasar dos o tres semanas así. Tienes que venir a ver tus tumbitas, echarles agua, barrerlas y todo eso”, comenta.
“Ahorita me acaba de llegar un cliente. Ya me pagó dos meses que me debía y a lo mejor el resto de la semana no llega nadie. Así es el trabajo en este panteón”, agrega.
Foto: Rafael Amed/ Chilango
Así es el trabajo en el Panteón de Dolores
Lorenzo sale de su casa en Chalco, Estado de México, desde temprano para tomar el transporte público. Recorre gran parte de la ciudad para llegar a las ocho de la mañana y comenzar una larga jornada, que incluso puede superar las ocho horas diarias.
“Nuestra jornada aquí es hasta las tres de la tarde, pero hay veces que los servicios tardan un poquito porque las personas rezan o por alguna otra razón, y vamos saliendo hasta las cinco o seis de la tarde”, explica.
El Panteón de Dolores se ha convertido en una casa más para él y sus compañeros. Incluso han adaptado espacios: una cocina improvisada con un tambo viejo como asador y una losa reciclada que funciona como mesa.
“Cuando tenemos bastante trabajo y los compañeros no alcanzan a salir a comer, designamos a uno para que se encargue de cocinarnos”, dice.
Foto: Rafael Amed/ Chilango
Como en todo trabajo, Lorenzo ha encontrado satisfacciones. Una de ellas es el reconocimiento de las familias por realizar una labor que requiere sensibilidad en los momentos de dolor.
“Lo más satisfactorio es cuando el usuario, al término del trabajo, te dice: ‘Gracias por haberle dado una buena atención a mi familiar’. Y también al exhumarlos, hay gente que luego te dice: ‘Toma, tu trabajo es muy difícil’ y nos regalan una propina”, comenta.
También está el otro lado de la moneda. Lorenzo se ha convertido en un doliente más, contagiado por la tristeza de las personas que han perdido a un ser querido y tienen que despedirse por el inevitable paso de la muerte.
Foto: Rafael Amed/ Chilango
“Lo más difícil es cuando los usuarios tienen que hacer una exhumación y, más si fue su papá o su mamá, ven el estado en que se encuentra su familiar; hay veces que salen todavía con materia. Ver su rostro, ver cómo se doblan, es lo más difícil”, relata.
Para Lorenzo, el Panteón de Dolores no es solo un lugar de trabajo, sino un espacio donde la rutina se mezcla con la memoria y la emoción de quienes pierden a un ser querido. Este oficio requiere más que fuerza física: exige respeto, paciencia y un corazón dispuesto a acompañar a otros en sus momentos más difíciles.