Fuente de la imagen, Magali Bolívar
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- Autor, Diana Massis
- Título del autor, BBC News Mundo @HayFestivalArequipa
Vivir libre de culpas o, por el contrario, acechada por ellas. Echárselas con frecuencia a la espalda o lanzarlas al resto del mundo. ¿Hay culpas sanas, tóxicas, culturales, religiosas, atávicas? ¿Cuál es su origen y su función en la cabeza, en el corazón y en la vida?
La psicoanalista peruana Olga Montero Rose, (Lima, 1964) penetra en esta emoción, que muchas veces muta en sentimiento, en su segunda novela, titulada “Culpa”.
En su primer libro de ficción, “Cortejo”, en el que navega entre Eros y Tánatos, es decir, entre el cortejo amoroso y el cortejo de la muerte, el tema ya le pataleaba en las vidas de sus personajes.
En “Culpa” la historia continúa. La protagonista es la misma mujer: Simona, una terapeuta, como ella, que se enamora de Magdalena.
Simona es libre y ama sin remordimientos; sin embargo, Magdalena, por su historia de infancia, vive atrapada por ellos.
Montero Rose, que participa esta semana en el Hay Festival de Arequipa, explica que en su práctica clínica “la culpa es una de las principales enemigas; tiene que ver con nuestros vínculos primarios y con las exigencias de la sociedad, que pide cosas imposibles”.
“Es un tema enorme y quería batallar con la culpa, desmantelarla, casi desnudarla, entender cómo se gesta y cómo opera”.
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Freud dice que el sentimiento de culpabilidad “fue, originalmente, miedo al castigo de los padres o, más exactamente, a perder el amor de los mismos”. ¿Así se gesta la culpa?
El bebé es tan frágil en el nacimiento que depende de que alguien lo quiera y lo cuide para sobrevivir; de lo contrario, se muere física o psíquicamente.
Es decir, somos construidos por otro que nos cuenta cómo somos, no solo verbalmente, sino que nos conoce, sabe qué nos gusta, nos recoge a tiempo en el nido, se interesa por lo que hacemos; no estoy hablando de cosas heroicas, sino del día a día. Esa vivencia nos hace sentirnos y sabernos valiosos.
Pero hay instancias en las que las exigencias de los padres son que el niño sea como ellos quieren, lo que provoca una decepción si no lo es; esto va gestando que uno tiene que ser como el otro espera para ser amado.
El gran tema humano es que nos amen y el niño, por su capacidad cognitiva, siente que él es el responsable de ser o no querido; es por su egocentrismo, que no tiene que ver con un narcisismo, sino con su posibilidad de pensamiento.
La crianza deja huella; felizmente es reversible y no solo en la terapia, sino con futuros vínculos: un maestro que crea en nosotros, un hermano mayor, una nana nos pueden salvar la vida. Tenemos esa capacidad y las oportunidades que nos sacan de ese lugar, pero cuesta trabajo.
¿Es necesaria la culpa? Pienso en el “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” del catolicismo que Magdalena reza en el libro…
La culpa es la responsabilidad que uno tiene cuando daña a alguien; todos lo hacemos y, en ese caso, hay que asumir y devenir en una reparación: nos hacemos cargo de los lados oscuros cuando nos equivocamos.
Sin embargo, Magdalena crece con una madre deprimida y un abuelo maligno que solo la descalifica: vive sintiendo cómo tendría que ser para ser aceptada, como si el otro fuera más importante que ella misma.
También hay culpas atávicas; tuve un profesor que decía que la Iglesia católica planteaba diez mandamientos imposibles para generar culpa y dominarnos. Esa era su hipótesis: amo a Dios sobre todas las cosas, lo cual es bastante complicado. ¿Cómo no vamos a desear a la mujer del prójimo? La deseamos porque es una pulsión, eso no quiere decir que la cortejemos ni que la seduzcamos, pero que no lo sintamos es inviable.
Nos dejan contenidos imposibles para hacernos culpables: y soy culpable por palabra, pensamiento, obra y omisión; eso no es natural, es un mandato cultural, un mandato religioso.
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Desde tu experiencia, ¿cuáles son las culpas más habituales?
Tienen que ver con no ser suficiente, lo que también es sutil: no soy suficiente para el otro, tendría que darle más, soy culpable de no hacer lo correcto.
Si intento buscar un patrón, es que uno no merece: ¿cómo puedo ser feliz si mi hermano es infeliz? ¿cómo voy a establecer otra relación de pareja si mi ex está sufriendo? Como si mi deber fuera todos los demás, y no hubiera un lugar bien constituido para el propio merecimiento.
Muchísimas personas se maltratan a sí mismas: no valgo, no merezco, no me va a salir, ¡qué torpe!, siempre tan tonta.
En la terapia se escuchan y a veces no se dan cuenta de cómo se hablan y tengo que intervenir: “Pará un ratito, si eso te lo dijera alguien, ¿qué sería? ¡Horrible!, una agresión. ¿Y si esto que te has dicho se lo dijeras a tu hija? ¡Imposible!” Pero uno incorpora a ese castigador.
Si los padres te hacen saber que vales, termina siendo natural. En términos de una construcción psíquica sana hace que uno se sienta merecedor y el otro también; soy una persona que se valora, pero que también valora al resto, porque si no, sería un psicópata o como el abuelo de Magdalena, que escupe su agresión de una manera absoluta.
Ella también siente culpa por dejar de querer a su antigua pareja e incluso prefiere que la abandonen; sin embargo, Simona evita el sufrimiento y prefiere ser la que deja. ¿Qué representan estas dos opciones?
A nadie le gusta que lo dejen de amar, pero en esa conversación, las prioridades están puestas en lugares diferentes. Si bien Magdalena ha terminado con su pareja porque se ha enamorado de Simona, la carga del castigo y la culpa son tan enormes que no puede seguir con la relación.
Ella pone la prioridad en el otro y Simona la tiene en sí misma; si dejó de amar, no va a invertir su vida por otro, le parece monstruoso. ¿Por qué me quedaría con alguien que me quiere si yo no la quiero? Pero para Magdalena podría ser pensable.
Simona le pregunta: ¿en qué momento el otro es tan importante que tú ya no existes?
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Simona aparece como una mujer libre de culpa, que es capaz de hacerse cargo de su lado oscuro. “Si hago daño, lo elijo”, ¿a qué se refiere?
Tiene que ver con la concepción de lo humano: Eros y Tánatos. Tenemos la capacidad de amar, no solamente de vincularnos, sino también de crear, de construir, de empatizar y tenemos la capacidad de hacer daño, de destruir, de involucionar inclusive.
El humano freudiano es un humano en conflicto y es importante saberlo. Mucha gente no se da cuenta de su lado oscuro y lo ejerce como autómata. Simona dice: yo puedo herir y lo puedo elegir.
Otros buscan coartadas: es que tú me dijiste, es que tú me enfureciste, es que mi mamá no me sostuvo lo suficiente.
Tenemos una historia, pero debemos hacernos cargo, ¿o vamos a vivir echándole la culpa a todos? Sería terrible porque no tendríamos ninguna agencia. Pero hay personas que se encargan permanentemente de encontrar afuera la propia falencia.
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Simona dice: “Me paso la vida imaginando el mundo que quiero. Magdalena se la pasa intentando callar los reproches de su cabeza. Donde yo tengo un Pepe Grillo, Magdalena tiene un torturador”. ¿Qué diferencia hay entre ambos?
Es la constitución psíquica de lo que llamaríamos conciencia moral, y hay algunas que terminan no siendo éticas, sino torturadoras, donde todo es una descalificación.
Pero puede haber una conciencia moral de un Pepe Grillo más amable que te confronta. ¿Qué te crees, que todo el mundo te está mirando? ¡Anda ya, bájale! Y cuando estás triste, te dice: nos vamos a quedar un rato descansando; y si se le está pasando la mano, podemos decirle: ¡para!
El maltrato está naturalizado, lo escucho en el consultorio: “Mi marido llegó y me hizo un escándalo, pero es que es el fin de mes y tiene que cumplir su cuota de ventas”. Como si fuera natural que despotrique como parte de un entendimiento. ¿Y eso qué tiene que ver?
No podemos minimizar lo que el otro siente porque uno tiene los grandes problemas. Hay pacientes que me preguntan: ¿está bien lo que siento? ¿cómo puede estar bien o mal? Lo que uno siente es lo que uno siente.
Entonces es una conciencia moral, un superyó, lo llamaría Freud, que le hace saber a uno que no es tan perfecto, que tiene sus lados oscuros, pero que también es cálido, no tan exigente, con una capacidad crítica. Es un buen vínculo y una imagen más bondadosa.
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¿Y qué se hace cuando se siente culpa porque somos culpables?
Al inicio de la novela se trata de algo negativo de lo que tenemos que liberarnos, pero se complejiza, pues también tiene un lugar de responsabilidad en aquello que hacemos.
La culpa como alerta es importante, no solamente tiene un lado torturador, la culpa es una llamada de atención de nuestras propias agresiones, para prevenir, porque es muy fácil el maltrato.
Es tener conciencia de que somos capaces de hacer daño y que vamos a tener una responsabilidad, no solo con las personas a las que queremos agredir, sino especialmente con las más cercanas, con nuestra familia, con nuestros hijos, que son los más susceptibles de nuestra agresión.
De repente el niño viene con algo, o tu pareja, o tu madre y gana la no disposición, y la mala respuesta trae otra mala respuesta y otra mala respuesta y terminamos tratándonos horrible. ¿En qué momento pasó esto? No es que haya ocurrido una hecatombe, una herida espantosa, una traición horrorosa, no, solamente nos empezamos a tratar mal.
Si uno se equivoca, la reparación es fundamental, no es solamente pedir perdón y traer un ramo de flores, es que no lo vuelvo a hacer, hay un trabajo ahí. Y si hay un problema psíquico me hago cargo, me trato o busco ayuda.
Lo fundamental es conocernos y nos toma la vida, porque hay tantas cosas inconscientes que tenemos que estar alertas.
Fuente de la imagen, Magalí Bolívar
¿Cómo se inicia ese proceso?
Es una pregunta indispensable porque los padres generamos ese conocimiento en los chicos cuando nos ocupamos de conocerlos. ¿Qué estás sintiendo?
Recuerdo que mi hijo tendría un par de años y estaba viendo una mona que cargaba a su bebito mono y lo estaba amamantando. Cuando volteo, está llorando y me dice: “Estoy triste”. Yo le digo: “¿No estarás conmovido?” Conmovido es una palabra más compleja que triste, pero es empezar a hablar de los afectos, ponerles nombre y distinguirlos.
Hay un mundo interno que no conocemos y cuando los padres tienen un acercamiento de interés por los chicos, les hacen saber que hay una zona no tan a la mano, pero que es conocible, lo que gesta la posibilidad de saber que hay partes por descubrir.
Es una cuestión de atención. Freud decía que hay que hacer consciente lo inconsciente y cómo diferentes circunstancias de la vida te generan cosas que nunca has sentido.
El envejecimiento, por ejemplo, genera finitud, el futuro ya no es infinito, tienes que acotarlo, hay cosas que ya no van a pasar; es otro momento de la vida que te vuelve a ti, a mirar en qué estás. ¿Qué no te gusta? ¿Qué te indigna? ¿Cómo cambiamos?
Lo que plantea Simona es una máxima filosófica de hace siglos y todavía lo estamos intentando. Toma la vida conocerse.
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¿Y cuál es el camino de liberación de las culpas para Magdalena?
En ella la culpa está amarrada a una falta de valor y hay un amor propio herido, tal vez no sabe lo que quiere porque no está diseñada para desear, como si eso no fuera para ella, por lo que el camino tendría que ser la vuelta al propio deseo y a sentir que uno tiene derecho a desear más allá de los demás.
Con el tiempo se encuentran los recursos, en su caso es actriz, tiene capacidad de amor, sentido del humor.
Nos asimos de lo bueno, de lo que nos apasiona, hacemos un rescate interno de los propios valores, ponemos en paridad lo que uno quiere y recuperamos que no solo somos el lado oscuro, sino que tenemos lados iluminados.
Así como aquel que tiene autoestima ha de ver sus lados oscuros, aquel que solo ve su oscuridad tiene que ver su lado de luz y sus dones, y sobre todo, rescatar el derecho a desear, a ser, a que uno es más importante que el otro.
Siempre pongo el ejemplo del avión: primero ponte la máscara y después vas a poder ayudar.

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Cortesía de BBC Noticias
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