Los gigantes centenarios del retail: historias que resisten el paso del tiempo

En los años 1920 y 1930, mientras México se reconstruía tras la Revolución, comenzaron a nacer muchos de los negocios que hoy forman parte del ADN del comercio nacional. En ese entonces, el corazón del retail latía en los centros de las grandes ciudades —Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey— donde las calles eran el punto de encuentro entre el vendedor y el cliente. No había malls, ni cadenas, ni corporativos: había tienditas, mostradores y familias con visión.

Muchos de esos negocios empezaron en una esquina, con hermanos o primos que se juntaban para “poner un changarro” y vender lo que mejor sabían ofrecer. Así nacieron historias que, un siglo después, siguen escribiéndose.

Pocas marcas representan tan bien esa transición como Liverpool, que nació en 1847 cuando Jean Baptiste Ebrard, un inmigrante francés, abrió una pequeña tienda de ropa en el Centro Histórico. Su nombre vino años después, inspirado en el puerto inglés por donde llegaban las mercancías. Hoy, casi 180 años después, Liverpool no solo sobrevive, sino que lidera. Su capacidad de reinventarse —pasando del mostrador al e-commerce, de los catálogos impresos a las apps— es un reflejo de su visión multigeneracional.

A su lado hay otros íconos que han superado las nueve décadas de historia, como El Palacio de Hierro (fundado en 1891), La Europea (1874) y El Nuevo Mundo, que marcó época en los años 30. En el norte, Farmacias Benavides y Casa Chapa en Monterrey o La Gloria en Guadalajara fueron referentes locales que crecieron al ritmo de sus ciudades.

Pero no todas las historias llegaron al siglo. El retail mexicano también está lleno de nostalgias. Gigante, por ejemplo, fue un emblema de la clase media mexicana durante décadas. Fundado en 1962 por Ángel Losada, llegó a tener más de 200 tiendas antes de venderse a Soriana en 2007. Tiendas Blanco, especializadas en ropa y artículos para el hogar, tuvieron un auge en los 80 y 90, pero no resistieron la presión de los nuevos formatos. O Comercial Mexicana, que durante años fue sinónimo de promociones y “Julio Regalado”, hasta que fue dividida y adquirida por La Comer y Soriana.

El caso más simbólico de transformación, sin embargo, es Aurrerá. Fundada en 1958 por los hermanos Arango en una esquina del Centro Histórico, empezó vendiendo camisas a bajo precio. Su apuesta por ofrecer valor a las familias mexicanas marcó el inicio del autoservicio moderno. Décadas después, su visión evolucionó en Walmart de México y Centroamérica, hoy el mayor retailer del país.

Cumplir o aproximarse a un siglo en el retail no es casualidad. Las empresas longevas comparten una fórmula: visión, estructura y evolución generacional. La primera generación es la del sueño y la fundación. La segunda aporta profesionalización, formaliza procesos y consolida la marca. Pero la tercera generación es la más difícil: es la que decide si la empresa trasciende o se diluye.

Muchas compañías mexicanas no lograron pasar esa segunda o tercera etapa. Algunas no prepararan bien su sucesión, otras se ven atrapadas por la soberbia, el orgullo o conflicto familiar. El mercado no perdona la falta de coordinación y evolución. Las empresas que sí han sobrevivido, entendieron que el legado no se trata solo de apellidos, sino de capacidad de adaptación.

Ahí entra una decisión clave: ¿mantenerse privada, hacerse pública o vender? Cada camino tiene sus riesgos y recompensas. Hacerse pública implica profesionalizar, abrirse a la supervisión y atraer capital. Mantenerse privada da control, pero puede limitar el crecimiento si la familia no se renueva. Vender, aunque doloroso, a veces asegura la continuidad de la marca bajo nuevos líderes.

El retail de hoy es una mezcla fascinante de pasado y futuro. Los viejos gigantes, con más de 100 años de historia, conviven con nuevos jugadores nativos digitales. Mientras los primeros traen tradición, confianza y estructura, los segundos aportan agilidad, datos y omnicanalidad.

¿Quién resistirá mejor los cambios que vienen? La respuesta está en la capacidad de adaptación. Los consumidores ya no solo compran productos, compran experiencias, valores y propósito. Las nuevas generaciones que hoy toman las riendas de negocios familiares deben entender que el apellido no garantiza el éxito: lo hace la relevancia.

Cada vez hay más apertura para contratar consejeros externos y formar gobiernos corporativos que ayuden a profesionalizar las decisiones. Este cambio cultural puede marcar una nueva era para las empresas familiares del retail mexicano. Las que entiendan que el futuro no se hereda, se construye, tendrán la oportunidad de seguir contando su historia dentro de cien años.

Esto fue Más allá del éxito. ¡Nos leemos pronto!

Cortesía de El Economista



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