Una joven pareja llena de esperanzas entra por primera vez a una desvencijada casona heredada en una zona rural, bien lejos de la Nueva York desde la que se mudaron. Apenas comienzan la recorrida de la destartalada casa, ella sugiere la necesidad de un gato, segura de la presencia de roedores. Ni eso detiene a Grace y Jackson, ella escritora y él músico, a quienes todavía no se les vio la cara en Matate, amor, que de inmediato dan por inaugurada la antigua propiedad con una escena de sexo salvaje en el piso.
Así comienza esta quinta película de Lynne Ramsay (El viaje de Morvern, Tenemos que hablar de Kevin), protagonizada por Jennifer Lawrence y Robert Pattinson y basada en la novela del mismo nombre escrita por la argentina radicada en París Ariana Harwicz.
Enseguida Grace ya luce su panza embarazada de un bebé que no tarda más que un ratito en nacer y cambiar por completo la dinámica de pareja gracias a la disparidad de roles entre sus padres. La película se centra en el traumático viaje emocional de la escritora que, en medio de una intensa demanda maternal, se encuentra aislada en plena crisis de pareja y profesional.
Ramsay se aleja de los lugares comunes sobre la posible depresión posparto de una puérpera y lleva la degradación mental de Grace al punto que hechos y fantasías comienzan a confundirse en el relato, como si la cineasta invitara al público a vivir en primera persona la percepción alterada de la realidad que sufre la protagonista.
La directora aprovecha ese trastorno para demostrar de forma extrema si la psiquis de una joven madre puede destruir una familia y así provocar que el espectador llegue a cuestionarse si, en realidad, no podría haber ocurrido al revés. Ramsay interpela a la audiencia a partir de la personalidad desafiante de Grace, que jamás desaprovecha la oportunidad de meterse las manos en los pantalones para expresar su insatisfacción sexual o de ir al choque ante cualquier conflicto de pareja.
Lawrence, ganadora del Oscar como mejor actriz hace más de una década por El lado luminoso de la vida, se muestra cual equilibrista al ponerle el pecho a la alienación sufrida por Grace, producto de la incomunicación que padece durante su incipiente maternidad.
La actriz se mueve con soltura sobre la fina línea que une los momentos más desoladores del vacío existencial de una primeriza solitaria en plena crisis marital con el compromiso en cada desborde emocional, ya sea por una explosión que incluye la destrucción de una torta durante una fiesta de cumpleaños o por el impulso irrefrenable de trasladarse en cuatro patas cual felino.
Los intentos de ayuda que recibe Grace carecen de empatía, más allá de sus buenas intenciones. La desesperación de la joven madre dista de calmarse con alguna clase de yoga, como le propone su suegra (Sissy Spacek) que pretende contenerla, y no hace falta más que recordar la sugerencia del gato que hizo Grace para darse cuenta de que tampoco va a servirle un perrito que Jackson lleva a la casona para que se sienta acompañada durante sus largas ausencias por giras.
Pattinson consigue encarnar la impotencia absoluta del músico en la pretensión de primero subestimar las preocupaciones de su pareja, para luego abordarlas con cierto desdén, hasta llegar a desentenderse mediante un distanciamiento progresivo que no hace más que agregar leña al fuego en el espiral descendente de Grace.
Ramsay alterna los tonos del relato y Matate, amor coquetea en diversos momentos con el drama, el cine de terror y la comedia negra, como si la película fuera mimetizándose de a poco con los impulsos de una protagonista que se rehúsa por completo a subordinarse al mandato social más allá de las consecuencias que implican no cumplir con esas expectativas.
Die, My Love. Drama. Reino Unido / Francia / Estados Unidos, 2025, 118’. SAM16. De: Lynne Ramsay. Con: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Sissy Spacek, Nick Nolte. Salas: Hoyts Abasto, Cinépolis Recoleta, Showcase Belgrano, Cinemark Palermo.
Cortesía de Clarín
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