El monstruo más aterrador se vuelve simpático en Depredador: Tierras salvajes

El cazador más temible del cine vuelve en Depredador: Tierras salvajes, la nueva apuesta del director Dan Trachtenberg, que busca renovar la franquicia humanizando al temible alienígena. Con Elle Fanning en un doble papel y el actor neozelandés Dimitrius Schuster-Koloamatangi, la película combina ciencia ficción, acción y aventura con toques de humor.

Todo comenzó en 1987, cuando el popular Arnold Schwarzenegger era perseguido junto a un grupo de paramilitares en la jungla centroamericana por uno de los seres más temibles que haya sido creado para la pantalla cinematográfica. Han pasado 38 años de aquella aventura rodada por John McTiernan, y es el realizador Dan Trachtenberg, que se enfrentó al desafío de reinventar la saga, antes con Prey, su anterior filme.

El cineasta, con evidente empatía por la criatura, intenta ahora humanizarla, otorgarle vulnerabilidad, humor irónico y hasta un toque de ternura. El resultado es curioso, pero por momentos contradictorio porque al volver casi simpático al extraterrestre, lo priva de su esencia.

La historia sigue a Dek (Dimitrius Schuster-Koloamatangi), el eslabón débil de una especie que vive para cazar, llamada Yautja. Su propio padre lo considera una vergüenza y lo condena a morir a manos de su hermano Kwei (Michael Homick), lo que demuestra que, también entre los habitantes de otros planetas hay familias disfuncionales.

Pero Dek logra salvarse de la sentencia y para ser aceptado por sus pares debe llevar adelante una misión suicida que consiste en matar al Kalisk, una bestia gigantesca que habita el planeta Genna. Ni más ni menos que un mundo perdido donde hay extrañas plantas que atacan a quien se les acerque, bichos que explotan y paisajes impactantes y a la vez desolados.

En ese lugar de muerte, Dek encuentra a una curiosa aliada de nombre Thia (Elle Fanning), un androide al que le han arrancado sus piernas y que habla hasta por los codos.

La dupla se mueve entre la acción y el humor negro, acompañada por un pequeño alien digital llamado Bud que parece una mezcla entre un gremlin y Baby Yoda, y que con rapidez será incorporado a la travesía del protagonista y replicará todos sus movimientos como si se tratara de la legendaria mona Chita de Tarzán.

Visualmente deslumbrante, el mundo imaginado es un festín de diseño de producción con criaturas que parecen salidas de un cuento terrorífico de Lovecraft. Justo es aclarar que el rodaje tiene un aire de videojuego que, junto con la música y los efectos especiales, parece estar dirigido a un público juvenil.

Sin embargo, en el fondo, a pesar de la cantidad de hemoglobina que inunda la pantalla y los combates cuerpo a cuerpo, el cazador se convierte en una especie de aprendiz que debe aprender a trabajar en equipo para lograr su objetivo. El subtexto bélico de la cinta original de fines de los ’80, se reemplaza por una fábula sobre la sensibilidad y la cooperación.

Todo indica que Trachtenberg apuesta a transformar al forastero cósmico en espejo de una cultura que ya no glorifica la violencia. Pero al hacerlo, desactiva el mito. Cuando el Depredador se vuelve simpático, deja de ser el Depredador.

Fanning brilla y es al alma de la trama al interpretar dos personajes. Logra infundir humanidad como Thia y da credibilidad a una amistad improbable con la criatura. A su vez, se transforma en la calculadora y fría Tessa, otra replicante a la que le gusta dar órdenes. Schuster-Koloamatangi, por su parte, consigue algo casi imposible que es transmitir emociones a través de una máscara horripilante llena de colmillos y prótesis.

Depredador: Tierras salvajes

Ciencia ficción/acción. Estados Unidos, 2025. Título original: “Predator: Badlans”. 107’, SAM 13. De: Dan Trachtenberg. Con: Elle Fanning y Dimitrius Schuster-Koloamatangi. Salas: Cinemark Palmares, Cinépolis Recoleta, Pilar y Rosario, Hoyts Unicenter, Multiplex Lavalle, Showcase Belgrano, Haedo y Quilmes.

Cortesía de Clarín



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