Situado a unos 12 km al suroeste de Madaba, en la actual Jordania, el yacimiento de Murayghat constituye uno de los conjuntos arqueológicos más notables del Bronce Antiguo IA (ca. 3800–3400 a.C.). Su paisaje está dominado por campos de dólmenes, alineaciones de piedras hincadas y estructuras megalíticas que transformaron un entorno natural en un auténtico paisaje ritual. Según un reciente estudio publicado por Susanne Kerner en 2025, este enclave permite comprender cómo las comunidades de finales del Calcolítico y comienzos del Bronce Antiguo reaccionaron ante una profunda crisis climática y social, redefiniendo sus prácticas funerarias, su simbolismo religioso y su modo de organizarse colectivamente.
Del esplendor calcolítico a la incertidumbre: un cambio de era
El final del Calcolítico en el Levante meridional fue un proceso desigual, marcado por la desintegración de las redes socioeconómicas y religiosas que habían sostenido a los grandes asentamientos. Como muestra Kerner, la desaparición de templos como los de Tuleilat Ghassul o Shiqmim revela una pérdida generalizada de referentes simbólicos. Por ello, las comunidades, privadas tanto de los antiguos canales de intercambio como de sus códigos rituales, tuvieron que reinventar las formas de relacionarse con los difuntos y el paisaje.
Los estudios paleoclimáticos citados por Kerner indican que, hacia 5600–5400 años antes del presente, se produjo un proceso de aridez que afectó gravemente al rendimiento agrícola. Las fluctuaciones en los niveles del Mar Muerto y los registros espeleotémicos de la cueva de Soreq confirman una reducción de las precipitaciones y un descenso general de la humedad que obligó a las poblaciones a reorganizar su economía.
Este escenario ecológico, unido a la desaparición de los santuarios y al declive de la metalurgia del cobre, habría generado un vacío social y ritual que impulsó la creación de nuevas expresiones materiales. Es, en este contexto, done surgen los dólmenes y las piedras erguidas.

Murayghat: un paisaje megalítico de la crisis
El sitio de Murayghat ocupa un promontorio rocoso sobre el Wadi Zerqa Ma’in, rodeado por colinas cubiertas de dólmenes. Las excavaciones, dirigidas por la Universidad de Copenhague desde 2014, han identificado al menos 95 estructuras dolménicas, si bien a finales del siglo XIX se llegaron a registrar más de 150 antes de que parte del conjunto desapareciera por la actividad de las canteras modernas. El conjunto formaba parte de un sistema más amplio de sitios rituales en torno a Madaba, el monte Nebo y Jebel Mutawwaq.
Los dólmenes se distribuyen siguiendo las terrazas naturales del terreno, con vistas panorámicas hacia el valle. Su tamaño varía entre 2 y 4,5 metros de longitud, y muchos conservan aún las losas de cubierta o las plataformas sobre las que fueron erigidos. Algunos se acompañan de círculos de piedra o pequeños túmulos, indicio de una voluntad de monumentalizar el paisaje.

El centro ceremonial
En el corazón del yacimiento, se alza una colina ocupada por estructuras megalíticas. Estas estructuras están formadas por filas de ortostatos, muros curvos y recintos ovalados, a menudo desprovistos de techo y hogares. Tal ausencia descarta que se hubiesen utilizado para uso doméstico y sugiere que Murayghat no fue un poblado habitado, sino un santuario de reunión donde pudieron converger grupos regionales para realizar sus ceremonias, banquetes y negociaciones colectivas en un momento de transición cultural.
Arquitectura del rito y simbolismo del paisaje: espacios para el encuentro y la memoria
Los edificios excavados por Kerner y su equipo, sobre todo en los sectores denominados Zanja 8 y Zanja 9, revelan un uso ritual y comunal del espacio. En el interior de los recintos, se hallaron grandes cuencos de basalto, molinos de mano y cerámicas de boca ancha que, posiblemente, se emplearon durante los banquetes colectivos o las libaciones. La presencia de algunos muros curvos entre los que se colocaron piedras verticales centrales se han interpretado, además, como elementos de culto.
Un lenguaje nuevo para el duelo y la identidad
La sustitución de los templos por monumentos visibles en el paisaje, como los dólmenes, los círculos pétreos y las estelas, supuso una redefinición del vínculo entre la muerte, el territorio y la comunidad. Al levantar sepulcros de piedra sobre las colinas, los grupos humanos no solo honraban a sus muertos, sino que también se reapropiaban del territorio. Kerner interpreta esta práctica como una respuesta simbólica a la crisis del orden anterior, una forma de reconstruir la cohesión social mediante la materialización de la memoria colectiva. En este sentido, Murayghat puede considerarse un santuario rupestre de transición, donde el culto a los antepasados y los rituales comunitarios pudieron haber sustituido a las prácticas y jerarquías religiosas calcolíticas.

Sociedad y resiliencia: del colapso a la reorganización
A comienzos del Bronce Antiguo IA, el sur del Levante experimentó una drástica reducción de los asentamientos y del comercio de cobre. A pesar de ello, según esta nueva investigación, las comunidades lograron desarrollar nuevas formas de interacción basadas en el territorio, el pastoralismo y los rituales colectivos.
Así, Murayghat habría funcionado como centro de reunión de comunidades dispersas, un espacio para la negociación de los derechos de pastoreo, las alianzas matrimoniales y las decisiones comunales. En ausencia de jerarquías estables, la religión y la arquitectura ritual pudieron servir como herramientas de comunicación y reorganización social.
La elección de materiales de construcción locales, como la caliza, y la disposición de las estructuras, además, indican una intencionalidad paisajística: transformar el entorno natural en un paisaje antropogénico cargado de significado. Esta monumentalización del espacio habría contribuido a reforzar la identidad de las comunidades sin centros urbanos. Los santuarios rupestres habrían sustituido las antiguas instituciones.
Kerner concluye que Murayghat representa una respuesta creativa ante la crisis climática y social del final del Calcolítico. Constituye un ejemplo temprano de cómo las comunidades humanas recurren a la religión, la arquitectura y la memoria para sobreponerse al cambio.

Sobrevivir a través del paisaje
Murayghat fue un santuario rupestre donde el paisaje se convirtió en símbolo de supervivencia colectiva. Entre la sequía y la pérdida de los antiguos valores, las poblaciones del Bronce Antiguo reinventaron sus vínculos con los muertos y con la tierra, transformando el espacio natural en escenario ritual.
Según este nuevo estudio, en la piedra de Murayghat se materializó una nueva forma de religiosidad y de organización social, nacida del cambio climático, la crisis y la esperanza de continuidad. Su estudio demuestra que, incluso en los momentos de mayor incertidumbre, las sociedades humanas encuentran en el rito y la memoria los medios para adaptarse y resistir.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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