“En la maternidad de muchísimas mujeres, el amor y el rechazo a su bebé van juntos”: Ariana Harwicz, la escritora argentina detrás del último drama psicológico de Jennifer Lawrence

Fuente de la imagen, Simone Padovani/Awakening/Getty Images

Cuando Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) estaba escribiendo “Matate, amor”, ni siquiera pensaba en publicarla.

Mucho menos se imaginaba que su primera novela terminaría años después en manos de Martin Scorsese y convertida en una película protagonizada por la dos veces ganadora del Oscar Jennifer Lawrence.

“Escribir, a veces, es un acto gratuito”, dice Harwicz en diálogo con BBC Mundo. “Era simplemente una necesidad”.

El libro se sumerge en la mente de una mujer que vive en un lugar remoto y acaba de convertirse en madre primeriza. El nuevo bebé desencadena en ella una espiral de desesperación, ira y ganas de morir que la lleva al punto de enloquecer.

Por el camino, la autora argentina se detiene en grandes tabúes en torno a la maternidad, como el sentimiento de rechazo por el hijo o los grises de la violencia intrafamiliar.

BBC Mundo entrevistó a Harwicz sobre su novela —originalmente publicada en 2012 y traducida a varios idiomas—, a propósito del estreno en cines el 6 de noviembre de la adaptación dirigida por la escocesa Lynne Ramsay y producida por Scorsese, bajo el título Die My Love.

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¿Qué estabas viviendo y pensando al momento de escribir “Matate, amor”?

Cuando la escribí en 2011, yo había ido a vivir al campo con un bebé muy pequeñito, de unos meses.

Estaba todo el tiempo bajo los efectos físicos, mentales y emocionales del nacimiento del bebé, del parto y todo lo demás. Un poco perturbada. De hecho, la escribí en los momentos en que el bebé dormía; por eso la estructura de capítulos breves.

Además, ir a vivir al campo fue una bomba atómica para mí. Yo viví toda mi vida en la ciudad, en sociedad.

Ese contraste, esa eclosión, esa especie de eclipse entre ambas cosas, me ocasionó una gran angustia, que era por momentos una angustia feliz, no era solo depresiva. Era como un estado de exaltación y de desconocimiento del mundo.

No tenía otro plan, no tenía trabajo, no sabía qué iba a hacer, estaba de algún modo aislada. Escribir “Matate, amor” fue como escribir un diario de guerra.

Jennifer Lawrence con los hombros descubiertos y una delicada gargantilla lleva la cabeza hacia atrás con sus ojos cerrados mientras le caen papelitos en lo que parece ser una fiesta formal.

Fuente de la imagen, Kimberley French/Cortesía de MUBI

Esos dos elementos —la nueva maternidad y el campo— están muy presentes en la novela, que además está escrita en presente y en primera persona. De alguna manera, tú te pones en la posición de esa mujer que atraviesa una maternidad asfixiante. ¿Qué aprendiste mientras escribías sobre esa situación que la protagonista y tú compartían en alguna medida?

Escribir siempre es, sobre el cuadro de uno mismo, deformarlo todo.

La intervención del arte es deformarlo todo, exagerarlo todo, pero realmente uno siempre comienza sobre el propio cuerpo.

Es así en cualquier novela, mucho más en una en primera persona con una autorreferencialidad evidente como esta.

Aprendí muchísimo, porque esa otra madre que escribí que no era yo me hizo soportar mi propia maternidad. Era como tener al doctor Jekyll y Mister Hyde. Me hizo crear ese otro, mi doble.

De “Matate, amor” se ha hablado como una novela sobre la depresión posparto. ¿Estabas pensando en eso a la hora de escribirla?

Desde el comienzo, desde mucho antes de que llegara a Scorsese y Lawrence, siempre se habló de depresión posparto. Ahora creo que le agregaron diagnóstico de bipolaridad y esquizofrenia.

No está mal ni está bien, pero es algo deformado de como yo lo escribí.

Eso siempre ocurre y no hay problema. De “El Guernica” de Picasso dicen que es un cuadro antifascista. O que los cuadros de Botero luchan contra el bullying a los obesos. Y ellos quizás no pensaron en esos términos.

A veces, además, para vender una obra hay que meterle un diagnóstico, ¿no? “La obra de la depresión posparto”.

Pero cuando yo la escribí me daba la impresión de estar escribiendo una madre normal que acaba de tener un hijo normal.

Luego me di cuenta de que esa normalidad estaba muy enloquecida, pero yo no lo escribí diagnosticándola jamás.

Jennifer Lawrence y Robert Pattinson posan frente a las cámaras en el Festival de Cannes de 2025.

Fuente de la imagen, JB Lacroix/FilmMagic

Quizás porque estabas escribiendo en un momento en el que teníamos otro lenguaje para hablar del tema, la novela habla de salud mental, pero de una manera diferente. No es políticamente correcta. No hace todas las salvedades a las que quizás estamos acostumbrados hoy. ¿Fue adrede esa distancia frente a la corrección política?

Por un lado, me digo que no es que este libro lo escribí hace medio siglo. Son simplemente 14 años. Pero es cierto que los discursos, las retóricas, la atmósfera, el aire del tiempo, el lenguaje, el diccionario de la época eran otros.

Yo no escribí la novela en ningún sentido reparador, así que menos mal se nota eso. Traté de observar a una mujer con su desequilibrio psíquico, hormonal, emocional.

Traté de describir un sujeto, que por momentos se sentía hombre, se sentía vieja, se sentía de otro siglo. Y traté de describir sus vaivenes de angustia y de felicidad, como lo harían quizás los filósofos en otros siglos.

No me agarré de ningún discurso y mucho menos sanador.

La maternidad que vive la protagonista está en el extremo opuesto de la maternidad romantizada, de la idea del instinto materno y el amor inagotable de la madre hacia su bebé. A ella parece que le cuesta mucho enternecerse con su hijo…

Sí, pero no es que me interesó explorar o investigar o retratar el lado oscuro de la maternidad, el lado B, el lado diabólico o perverso, sino que todo va junto. Todo es un conjunto.

Hay una dialéctica, hay un vaivén, un péndulo que va del amor materno, del cariño, de la ternura, del cuidado, de lo sagrado de la maternidad hasta la violencia, el abandono y las necesidades sexuales o psicológicas de una mujer por fuera de la maternidad.

El amor y el rechazo van juntos. Ella pasa de un estado al otro.

Hay madres que ponen a sus hijos en tachos de basura, los queman vivos, los cortan. Hay madres que entregan a sus hijos por 10 dólares o por una bolsa de droga. Hay madres que violan a sus hijos desde pequeños. Pero ella no es esa.

Ella es una madre que es capaz de amar y luego de sentir rechazo y luego amar y luego sentir rechazo. Y eso les pasa a muchísimas mujeres, solo que al poner la luz ahí pareciera que da más miedo.

Pareciera como una especie de película de terror, pero para mí es la vida.

Yo quería pintar cómo es para mí la maternidad en este personaje. Yo quería hacer una pintura y para eso necesitaba todo el arco de la experiencia.

En una escena de la película Die My Love, Jennifer Lawrence carga a un bebé mientras está sentada en una acera. A su izquierda, indiferente, Robert Pattinson sostiene entre sus manos una cerveza.

Fuente de la imagen, Kimberley French/Cortesía de MUBI

Mientras ella desciende por esa espiral de desesperación, se le atraviesan dos cosas: el deseo sexual y los celos. ¿Qué sentido tiene que aparezcan estos elementos?

Uno supone que cuando una mujer se convierte en madre por primera vez es algo tan extraordinario, una experiencia tan única y singular en la vida, que no hay nada más.

Pero el deseo sexual sigue, los celos a tu pareja o a tu amante siguen, como tantas otras cosas.

Poner todo eso a coexistir con cambiar al bebé y darle la teta, suena un poco perverso. Pero eso es también ser madre

Quería mostrar que la vida es muy compleja y que, mientras tiene al bebé a upa, también puede sentir deseo sexual.

Eso la hace sentir a veces como una ninfómana, una mujer sucia, una mujer puta, una mujer enferma, cuando en realidad por ahí va todo junto con la maternidad. Todo explota en el cuerpo, todo junto.

Quise mostrar toda la ambigüedad de lo que es ser madre. En ningún caso busqué hacer algo absolutamente sórdido, sino simplemente retratar lo que es.

Hay una escena en la que ella pierde al bebé de vista mientras están dando un paseo por el bosque. ¿No es acaso la maternidad casi siempre ese constante perder el hijo, buscarlo y encontrarse con él?

Totalmente. Se pasa toda la novela buscando al hijo, lo pierde, lo encuentra, lo vuelve a perder, lo vuelve a encontrar y siempre está ese peligro vital.

Está siempre esa especie de amenaza de muerte. Está amenazada existencialmente ella, que quiere morir, y el niño que puede morir sin querer.

Si te sentás encima, lo asfixiás. Si te olvidás de darle de comer, se muere. Si lo dejás al sol, muere. Si se te va el cochecito a la laguna, se muere.

Siempre está ese peligro acechando que es insoportable. Cada segundo, cada segundo, cada segundo. Es estar cuidando a alguien que sabemos que puede morir a todo momento. Y eso es muy tensionante.

Eso es un poco la maternidad: estar siempre al filo de la muerte.

Una selfi de Ariana Harwicz con un mechón de pelo que le cubre el ojo izquierdo. En el fondo, se ven algunos grafitis.

Fuente de la imagen, Cortesía de Ariana Harwicz

Y mientras tanto, el marido le dice: “Nunca estás cool, nunca estás zen“…

Sí, es muy contradictorio. Por un lado, se le exige a ella que sea cool, que esté relajada, que tenga buena onda, que sea sociable, que esté en la vida, que se arregle. Y, por otro lado, se le exige amor materno y entrega.

Entonces, ella tiene la cabeza explotada, con pensamientos de muerte, con pensamientos suicidas, pero no porque sea una loca. Simplemente está colapsada.

Ella no está cool. Ella quiere abrir la puerta del auto y tirarse. Está todo el tiempo desorientada socialmente.

Me gusta mucho los personajes que están desorientados socialmente, que no cuajan, que no entran.

Y él también, además de a veces parecer muy idiota, es muy humano. Él la quiere, él quiere protegerla y, sin embargo, no la entiende. No se comprenden ninguno de los dos, entonces están todo el tiempo al borde de la guerra civil.

¿Qué significa para ti como autora que esta historia tuya llegue a la gran audiencia de Hollywood con esta película?

Bueno, no me lo imaginé nunca. Para empezar, no me imaginé nunca que iba a escribir una novela.

Y cuando me di cuenta de que quizás era un libro, no sabía ni que lo iba a poder publicar, porque no conocía a nadie. Nunca pensé que iba a poder tener una traducción a otro idioma.

Es decir, realmente cumple con la idea de que a veces escribir es un acto gratuito. Uno no lo hace para algo. Era simplemente una necesidad.

Entonces, mucho menos me iba a imaginar que iba a llegar a Scorsese. Jamás nunca en la vida. La traducción al inglés fue hecha de manera muy artesanal, casera, con una editora independiente de Escocia. No hubo nada de esa gran industria mainstream.

Entonces, cuando la veo a Jennifer Lawrence en Londres, con un vestido de Chanel, pienso: que es un milagro que algo que empieza tan pequeñito se convierta en esto.

Jennifer Lawrence camina con un vestido blanco por una alfombra roja mientras la fotografían decenas de fotógrafos. La imagen está en blanco y negro.

Fuente de la imagen, Tristan Fewings/Getty Images

¿Cómo te llevas tú con esta nueva vida de “Matate, amor”? ¿En algún momento has sentido que quizás se te iba muy lejos?

La verdad es que me causa gracia ver el título que le pusimos al libro en inglés, Die My Love, y el nombre de Lynne Ramsey. Como que ya no soy yo, es ella.

Pero no lo digo para mal. Al contrario, me parece bellísimo. Yo pensé que me iba a molestar, porque los escritores somos celosos, posesivos, narcisistas.

Pero en este caso mi narcisismo está tranquilo porque realmente el libro está ahí para el que lo quiera leer, con mis imágenes, con mi prosa, con mis palabras.

Y el que quiera ver las palabras de Lynne, que vaya a ver la película.

Los críticos han alabado mucho a Jennifer Lawrence y leyendo la novela es evidente que en ella recaía mucho esta película. ¿Cuál fue tu reacción a su actuación?

Es de lo que más me gustó de la película. También la de Robert Pattinson, pero sin duda creo que la revelación es ella. Realmente lo da todo.

Ver una actriz tan inmensa como ella —tan celebrity, tan canónica, tan icónica— poniéndose desnuda en una escena sexual sin filtro, sin prejuicio, sin edulcorante, me parece muy valioso.

Tenía la impresión de estar viendo un teatro independiente con una estrella de Hollywood y eso para mí es lo más lindo que puede haber.

De hecho, una actriz como Jennifer Lawrence, que puede hacer “Los juegos del hambre”, o Robert Pattinson “Batman” o “Crepúsculo”, luego están haciendo la adaptación de una novela de una argentina perdida en el campo. Eso es lo lindo.

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Cortesía de BBC Noticias



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