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- Autor, Atahualpa Amerise
- Título del autor, BBC News Mundo
Fallecido el pasado lunes a los 97 años, Kim Yong-nam pasará a la historia como una figura única en Corea del Norte.
Nadie más gozó de la confianza absoluta de las tres generaciones de la dinastía Kim, evadiendo las habituales purgas en la opaca élite de este régimen comunista con casi ocho décadas de historia.
En su cargo de presidente de la Asamblea Popular Suprema, entre 1998 y 2019, actuó como jefe de Estado de Corea del Norte, un puesto ceremonial sin poder de decisión a la sombra del líder supremo. Previamente, entre 1983 y 1998, ejerció como ministro de Exteriores.
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Pese a compartir apellido (aproximadamente una de cada cinco personas se apellidan Kim en la península coreana) el exjefe de Estado no tenía parentesco alguno con Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un, los líderes de la dinastía a los que sirvió con absoluta lealtad.
Precisamente esa lealtad incondicional, junto a la prudencia y la capacidad de mantenerse presente pero siempre en un segundo plano, son las virtudes que, a juicio de expertos, explican su inusual longevidad política y la confianza permanente que los líderes depositaron en él.
Kim Yong-nam encarnó el papel del burócrata perfecto que ejecuta sin cuestionar, sobrevive sin destacar y da la cara cuando es necesario: en los años de mayor apertura diplomática recibió a líderes extranjeros y encabezó delegaciones en el exterior.
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Con su muerte desaparece el último representante de la generación fundacional de Corea del Norte liderada por Kim Il-sung, que en 1948 impuso el modelo de Estado que hoy gobierna su nieto, Kim Jong-un.
Pero, ¿cómo era Kim Yong-nam, cuáles fueron sus logros y el secreto de su éxito? Lo analizamos.
¿Nacido en Pyongyang o en China?
Como también ocurre con los líderes y héroes de la joven historia de Corea del Norte, existe controversia sobre los primeros datos biográficos de Kim Yong-nam, nacido en 1928 con la península bajo dominio del imperio japonés.
Las biografías oficiales ubican su nacimiento en Pyongyang, en una familia de activistas antijaponeses, pero académicos extranjeros sostienen que nació en Manchuria (noreste de China) en el seno de una familia coreano-china bajo el nombre de Kim Myong-sam.
Según esa versión, habría llegado a Corea del Norte durante la Guerra de Corea (1950-53) con las fuerzas del Ejército Popular chino, que apoyó al ejército comunista de Kim Il-sung, y se quedó tras el conflicto.
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Sea cual fuere su origen, desde muy joven encarrilló por la vía adecuada su ascenso hacia la élite del régimen comunista.
Se formó en la Universidad Kim Il-sung, el principal semillero ideológico del país, y más tarde en la Universidad Estatal de Moscú, en la entonces Unión Soviética.
La combinación de educación comunista y experiencia internacional lo convirtió en un perfil atípico dentro de la élite norcoreana: un funcionario con formación diplomática e influencia del exterior, pero profundamente leal al Partido de los Trabajadores de Corea, al que se incorporó a mediados de la década de 1950.
Su ascenso meteórico
Ya dentro del partido único comenzó a escalar en el aparato estatal: de redactor de los discursos de Kim Il-sung a viceministro y en 1983 ministro de Asuntos Exteriores, puesto que mantuvo durante 15 años.
Como canciller supervisó los vínculos de Corea del Norte con África, Asia y los países del Movimiento de los No Alineados, cultivando una importante red de aliados simbólicos en un país autárquico y en estado técnico de guerra con Corea del Sur.
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“Kim Yong-nam fue el rostro del país cuando se trataba de protocolo diplomático: recibía delegaciones extranjeras, nuevos embajadores y hacía viajes oficiales al exterior”, explica a BBC Mundo el académico Sung-Yoon Lee, profesor de estudios coreanos en el Wilson Center de Washington.
Su ascenso a jefe de Estado llegó en 1998, cuando el entonces líder Kim Jong-il lo designó presidente del Presídium de la Asamblea Suprema del Pueblo.
Kim Yong-nam se convirtió así en el rostro visible de un gobierno que rara vez abría sus puertas al mundo; una figura de voz suave y sonrisa permanente que representó la cortesía institucional del que muchos consideran el régimen más hermético del planeta.
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Fue condecorado con las dos máximas distinciones del país: la Orden de Kim Il-sung y la Orden de Kim Jong-il, otorgadas a quienes el régimen considera ejemplos de lealtad y servicio excepcional al Estado y al Partido.
También recibió el título honorífico de Héroe del Trabajo, reservado a figuras que, según la propaganda oficial, han contribuido de forma destacada al desarrollo de la nación.
“Los méritos que obtuvo al dedicar su vida al Partido, a la revolución y al pueblo brillarán en el futuro de la RPDC (República Popular Democrática de Corea), que cosechará victoria tras victoria, y será recordado en la gran historia del país y del pueblo como un veterano del Estado”, recoge su obituario, publicado esta semana por la agencia de noticias estatal KCNA.
El broche final a su carrera
Su momento de mayor protagonismo internacional -y su última gran aparición pública- le llegó a los 90 años, en 2018, cuando acudió a Corea del Sur para encabezar la delegación norcoreana en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang junto a Kim Yo-jong, la influyente hermana del actual líder.
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Ambos, indica el profesor Lee, “jugaron un papel crucial para convencer al gobierno surcoreano de que la desnuclearización de Corea del Norte estaba al alcance y la paz intercoreana era inminente”, algo que finalmente no sucedió.
En todo caso, puntualiza el académico, “en menos de un mes lograron persuadir al presidente Donald Trump para que aceptara la primera cumbre entre Estados Unidos y Corea del Norte”.
Kim Yong Nam ejerció como jefe de Estado hasta su retiro el 11 de abril de 2019, con 91 años.
“Son 20 años y 211 días. Ningún otro funcionario norcoreano ha gozado de tal longevidad en dicho cargo”, puntualiza el académico del Wilson Center.
El secreto de su éxito
En Corea del Norte, donde una palabra fuera de lugar puede costar el cargo o la vida, Kim Yong-nam logró jubilarse tras más de seis décadas en la élite sin perder una sola vez -al menos que se sepa- el favor de los líderes de la familia Kim.
“La larga trayectoria política de Kim Yong-nam destaca por su longevidad y, aún más importante, por ser el único alto funcionario que no ha sufrido castigos ni purgas, que incluyen la destitución, la degradación, el envío al campo a realizar trabajos forzados e incluso la ejecución”, remarca el profesor Lee.
Su supervivencia a la política del terror de un régimen calcado en buena parte de la Unión Soviética de Stalin sugiere, más que fortuna, una excepcional habilidad para comprender los límites del poder y no traspasarlos.
“Su personalidad era no amenazante, circunspecta, inteligente y juiciosa”, define el académico.
Otros expertos lo definían como una persona controlada, amable, que nunca emitía opiniones propias ni toma iniciativas, limitándose a reproducir las palabras que el líder querría escuchar.
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Sin aliados ni enemigos internos
Kim Yong-nam fue testigo de las grandes oleadas de depuración que marcaron la historia del país, desde las purgas de Kim Il-sung hasta la oscura época de su hijo Kim Jong-il y finalmente la consolidación de Kim Jong-un, que en 2013 mandó ejecutar a su tío Jang Song-thaek, entonces uno de los hombres más poderosos del régimen.
El canciller y más tarde jefe de Estado, en cambio, permaneció siempre al margen de las intrigas, adaptándose en cada etapa a los nuevos estilos de liderazgo y narrativas oficiales sin ver peligrar su posición.
Expertos destacan que esa combinación de discreción y lealtad absoluta lo convirtió en un ejemplo de prudencia para toda la burocracia del país: mientras otros caían en desgracia por mostrar poco o excesivo entusiasmo, o por una frase mal interpretada, él sobrevivía a base de previsibilidad.
Su reputación era la de un funcionario “limpio”, sin aliados, enemigos ni ambiciones visibles.
Según el profesor Lee, en Pyongyang circulaba una broma entre los cuadros del partido: se decía que Kim Yong-nam “no tiene huellas dactilares, de tanto frotarse las manos como un ferviente adulador ante los tres líderes supremos”.
El chiste refleja tanto el servilismo que se espera en la jerarquía norcoreana como la maestría con la que él lo practicaba.

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Cortesía de BBC Noticias
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